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Interés general 30 de mayo de 2017

Aquel verano en que el Negro pudo

Escribe Carlos Rottemberg (Especial para LA CAPITAL)

Alberto Olmedo con Javier Portales, Beatriz Salomón y Adrián Martel en su temporada más exitosa.

Corría el año 1986, cuando con mi amigo y socio Guillermo Bredeston nos enteramos que don Jaime Cabouli, dueño del complejo de tres teatros Astral, Lido y Neptuno de la calle Santa Fe, los tenía sin programar para la temporada siguiente a la espera de empresarios de compañías que pudiesen estar interesados en exhibir sus espectáculos en sus salas. Con Guillermo fuimos a ver a Cabouli, a quien no conocíamos. Sí teníamos relación con Luis Alvarez, “Alvarito” para todos, administrador del complejo.

En una jugada fuerte y arriesgada para nosotros le propusimos programarle no uno sino sus tres teatros para el verano, negociación que rápidamente quedó cerrada. A partir de eso pusimos manos a la obra para encarar lo que entendíamos convendría proponer al público. Paralelamente yo tendría en el teatro Corrientes 1 el segundo año de “Made in Lanús”, obra que había presentado en la temporada anterior con el cuarteto

Brandoni/Bianchi/Manso/Contreras y que repetiría debido al éxito provocado en todo el sentido del término: artístico y comercial.

Thelma, Nora y Calabró

Con las tres salas de la calle Santa Fe bajo nuestra dirección, comenzamos cerrando una comedia, “Chispas”, con los protagónicos de Thelma Biral y Nora Cárpena al frente de un sólido elenco. La pensamos para la sala de planta baja, el Astral.

Para el Lido proyectamos ideas con un amigo en común que estaba teniendo un año de mucha repercusión televisiva con su programa Calabromas. Me refiero a Juan Carlos Calabró, a quien produjimos en la búsqueda de una propuesta para la familia completa en las butacas. Ya el título daba la consigna: “Con Tolengo y Calabromas, desde el niño hasta la nona”. Además obsequiábamos a cada menor un anteojo gigante de plástico, con el cual los chicos se paseaban por las calles a la salida.

El desafío de Olmedo

La sala mayor, Neptuno, era la más comprometida: 1.025 butacas en épocas donde el ritmo de funciones era de martes a domingo con dos diarias. Sólo así se trabajaba en la ciudad estival. Pensamos en Alberto Olmedo, mas nos carcomía una gran duda: la temporada anterior la había realizado en el teatro Regina, hoy transformado en casa de comidas rápidas en plena peatonal, y no había sido del todo satisfactorio su desempeño en convocatoria.

Sin embargo sentimos que era lo que se destacaría y decidimos apostar por nuestro instinto. Recuerdo que llamamos a Hugo Sofovich, su autor y director, proponiéndole que escriba una comedia pensando en el equipo protagónico completo de su envío de TV, acompañado especialmente por Javier Portales y unas “chicas” que recién empezaban (Susana Romero y Beatriz Salomón) más otras que venían ya con recorrido en la profesión (Divina Gloria y Silvia Pérez) y los actores que lo acompañaban en el programa. El espectáculo se llamó “El negro no puede”.

Exito desde diciembre

Elegimos los jueves 4, 11 y 18 de diciembre para debutar, un estreno por semana hasta completar el trío propuesto. De entrada lo de Olmedo sorprendió, comenzando por nosotros mismos. Ya en su primera semana tuvimos que comenzar a duplicar funciones, hecho auspicioso porque se trataba de diciembre. Los llenos fueron constantes, copiándose el bordereaux de 2.050 espectadores en las dos funciones de cada noche. El número final fue de 118.500 entradas vendidas y marcó el récord histórico en una temporada para la ciudad, cantidad no superada tampoco en los veranos siguientes.

A ese dato numérico cabe sumarse que con sólo 470 butacas, Calabró vendió 47 mil boletos, récord para el Lido que empató nada menos que con el Atlas de Luro y Corrientes, sala de más capacidad, escenario donde Charo López y José Sacristán protagonizaban “Un día muy particular”.

Sumadas entonces las tres salas de la calle Santa Fe, más de 200.000 espectadores ingresaron al complejo esa temporada, cantidad que tampoco pudo aún ser superada en la historia del espectáculo marplatense por otro edificio teatral.

Dos maneras de mirar

Sin embargo, nobleza obliga, hay un detalle a mencionar. Al “El negro no puede” siempre se lo coloca con el justo rótulo de ser el espectáculo que más vendió… pero en una sola temporada. Pero a fuerza de ser justos el verdadero récord para un solo título lo tiene “Brujas”, que coincidentemente produjimos con Bredeston en el Atlas desde 1991, repitiendo su capacidad total de 66.000 boletos durante varias temporadas. O sea que, según el cristal con que se lo mire, el récord puede mutar sin faltar a la verdad en ambos casos.

Con “El negro no puede” fuimos en el invierno a Bs.As, cerrando otro acuerdo con Olmedo para el siguiente verano 1987/88 con “Eramos tan pobres”, ideado para el teatro Tronador. El cambio de teatro obedecía a que Cabouli, después de nuestra exitosa temporada, vendió su edificio a los hermanos Spadone, quienes cerraron el Astral para convertirlo en galería y programarían las otras dos salas con sus propios títulos. No sabíamos por entonces que estábamos trabajando para una temporada que finalizaría abruptamente el sábado 5 de marzo, con la trágica muerte de nuestro querido protagonista.

La madrugada trágica

Un dato que ratifica la lamentable sorpresa ocurrida. En la noche del viernes 4 de marzo de 1988, al término de sus funciones, cenamos con Alberto y Hugo Sofovich en el restaurante Zavalitas, sobre la calle Córdoba, frente al Hospital Privado de Comunidad. En esa sobremesa definimos continuar “Eramos tan pobres” en el invierno en Capital Federal. Nos fuimos a dormir ya tarde en la madrugada con la decisión tomada. Recuerdo que alquilaba un departamento en la costa y Saavedra, cuando a las 8.30, pocas horas después, me despertó el portero eléctrico, en épocas donde los celulares no existían. Era Bredeston con la infausta noticia que inundó al país de congoja. Esa temporada la habíamos comenzado con Olmedo en tapas de diarios y revistas por su trabajo. La terminamos desgraciadamente con las mismas tapas por un hecho que no podré olvidar.



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