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Opinión 26 de junio de 2016

Brexit ¿Y ahora qué?

por Raquel Pozzi

Cataclismo, pánico, terremoto, turbulencia entre otros adjetivos calificaron al “British exit” (Brexit) el viernes 24 de Junio en el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, madrugada nebulosa por la noticia, el “out” (salida) se habría impuesto por el 51,9 % sobre el 48,1% del “remain” (permanencia).

Una gran parte de la comunidad financiera y política en la Unión Europea se pregunta a estas horas ¿Qué sucedió? Y ese interrogante denota el gran aislamiento que existía entre el establisment político británico y sus propios ciudadanos. Las aguas turbulentas dentro del partido conservador agitadas por el despiadado oportunismo político tanto de David Cameron como Boris Johnson sesgaron a la cúpula del poder de la realidad social en Inglaterra y Gales. Las clases medias que vieron desplomar su standard de vida con la política de austeridad del gobierno conservador terminó por asestar un duro golpe rupturista en el contexto climático de incertidumbre económica y política auto-infligida.

Todos los medios de comunicación del mundo destacaron en sus portadas titulares apresurados cargados de connotaciones apocalípticas ¡Se derrumba el Muro, el Brexit ganó el referéndum!, El muro de la segunda plaza financiera más importante del mundo, Londres, después de Nueva York, rompe su alianza marital con los restantes 27 países que junto al Reino Unido conformaban la comunidad política sui generis: la Unión Europea. El voto castigo flageló además, las ansias de permanecer en el bloque europeo de las otras dos naciones constitutivas del Reino Unido, Escocia e Irlanda del Norte donde el “remain” triunfo ampliamente. Parafraseando al asesor de Bill Clinton, James Carville ¡Es la economía, estúpido! En las elecciones de 1992 logró desempolvar la retórica discursiva de George Bush amparada en la belicosidad luego de los éxitos en la Guerra del Golfo y el debilitamiento de Sadam Husseim en 1991, Carville, en un clima de éxito militar rotundo de G. Bush otorgó un giro de 180º a la campaña de B. Clinton, demostrando que una nación no crece con logros militares, sino detectando las alarmas rojas de una economía a punto de inmolarse por no corresponder a las demandas sociales. Efectivamente, esas alarmas rojas no fueron detectadas por el establishment político británico. Las naciones constitutivas del Reino Unido: Inglaterra, Gales, Escocia e Irlanda del Norte, aclamaron con resultados diferentes la frase de Carville.

El libre comercio resume la nueva división regional post-referendum del Reino Unido en dos partes: Por un lado, Inglaterra y Gales por “out” asestados por los incansables aportes a la comunidad europea debido al alto ingreso per cápita de aproximadamente 39.500 euros anuales y por el otro, Escocia e Irlanda del Norte por “Remain” beneficiados por sentar sus bonanzas económicas en la libre comercialización con la UE. Escocia crece en gran parte gracias al enorme volumen exportable de whisky e Irlanda del Norte aporta a la economía europea con servicios relacionados con el software.

¡Dios salve a la reina!

La noticia no dejó reposar las sienes constreñidas por el cataclismo, a los pocos minutos de los resultados del Brexit, David Cameron anunciaba su renuncia. Las plazas financieras del mundo se derrumban, la libra esterlina cae en valor internacional, el dólar se fortalece, las multinacionales preparan las valijas y mientras tanto la sociedad civil no encuentra respuesta a una situación que presumía con urgencia la necesidad de blanquear situaciones políticas, económicas y sociales endógenas del Reino Unido.

La crisis del 2008 ya había logrado derrumbar economías débiles y fuertes. Los británicos veían con desconfianza las ayudas económicas a Grecia e Italia, sin profundizar en aquellas pequeñas economías de países que en plena desesperación de la caída de la Unión Soviética en el año 1991 buscaron amparo en la Unión Europea tales como Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Lituania, Letonia entre otras que ingresaron a la comunidad en el año 2004.

Sin descanso, otro desastre moral y atroz, la inmigración producto de las guerras en Siria e Irak. La islamofobia reina en el mundo occidental marchando con ruido a botas por la potencia de sus discursos xenófobos hacia las extremas derechas. Algunos plantean combinación del neologismo “populismo” con el olor arcaico que denota el concepto “nacionalismo”.

Con gran atención se observa en lontananza como los partidos políticos de derecha extrema tuneados en “populismos nacionalistas” arrastran las ilusiones de una gran parte de la sociedad civil en busca de mejores expectativas y la concreción del porvenir a través de programas antieuropeístas y antisemitas. Desde el Frente Nacional en Francia; el Partido Interés Flamenco en Bélgica; el Partido Alternativa para Alemania; El partido neonazi Amanecer dorado en Grecia, El partido de la Libertad en ucrania; El Partido Ley y Justicia en Polonia y otros acompañan con sonidos de corneta la arritmia política luego del Brexit. ¿Quién salvará a la reina Isabel II? ¿Quizás el conservador Boris Johson? ¿El Parlamento inglés o las ansias políticas del laborista Jeremy Corbyn?.

El artículo 50 del Tratado de Lisboa

La unión europea padece una enfermedad cardiovascular y sólo puede atemperar los efectos, el artículo 50 que otorga el ansiolítico necesario para poder soportar por lo menos dos años la transición hacia la incertidumbre. En el año 2009 el Tratado de Lisboa reflejaba por primera vez desde la conformación de la Unión Europea (1951) las formalidades necesarias para que un Estado miembro de la comunidad se retire voluntariamente. Los pasos son múltiples, lo primero, la ratificación que debe formular David Cameron al Consejo Europeo sobre la voluntad reflejada por la ciudadanía del Reino Unido de Gran Bretaña en el referéndum, luego, los debates internos de la comunidad. Mientras tanto cuál si fuera un rompecabezas, las ansias separatistas de estados tales como Polonia, Hungría, República Checa entre otros, entonan cánticos devenidos de operetas macabras.

Es la hora de sincerar la hipocresía unificada bajo el velo de la necesidad de los más poderosos con la austeridad de los más débiles. Occidente ahora construye sus propios muros internos. El Brexit causó por vez primera los efectos del “cisne negro” ver para creer. El gran imperio del Reino Unido de Gran Bretaña camina sigilosamente atemperando el gran estruendo que causó a sabiendas que la era victoriana quedó muy detrás dejando sólo las huellas de un reino que a estas horas simula resquebrajarse, pero, fiel a su historia intentará reacomodarse rápidamente para observar los despojos de una Unión Europea cada vez más lejos de mantener la tan ansiada fortaleza.

(*): Profesora en Historia.