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Cultura 22 de agosto de 2016

“Código Francisco” o el Papa como político y estadista

Una faceta diferente de Jorge Bergoglio emerge en "Código Francisco", un libro de reciente publicación que devela su costado menos conocido: el de un influyente hombre político en los temas de su tiempo.

Por Oscar Lardizábal
@lardizbal

Marcelo Larraquy, historiador y periodista, quedó impactado por el ascenso de un argentino al Papado, y así se apartó en parte de su recorrido por el peronismo y los años de plomo para encarar de inmediato en “Recen por él” “la historia jamás contada del hombre que desafía los secretos del Vaticano”. Ahora ofrece “Código Francisco” con un subtítulo cargado de admiración: “Cómo el Papa se transformó en el principal líder político global y cuál es su estrategia para cambiar el mundo”.
Antes de analizar la actual geopolítica vaticana, el autor de la trilogía “Marcados a Fuego” incursiona en los entretelones del pontificado de Benedicto XVI, pintando su cansancio y la encerrona que le tendieron su propia intelectualidad y las intrigas de la curia, factor poderoso y prácticamente independiente después del largo período de incapacidad del papa Wojtyla.

Gestos de Benedicto XVI

Pero en Código Francisco al mismo tiempo se destacan, entre otros, dos gestos de grandeza del papa alemán. Su impensado renunciamiento y, anterior en el tiempo, la apertura que el mismo Ratzinger realiza hacia la Iglesia Latinoamericana, tras tomar nota que, desde allí, soplaba un viento fresco de necesaria renovación tal como quedó evidenciado en el cónclave que a él lo llevó al solio de Pedro. Y ese ímpetu latinoamericano reconocía ya en el cardenal de Buenos Aires un liderazgo que lo llevó a convertirse en el principal competidor de Ratzinger en el cónclave anterior. Bergoglio desistió entonces de protagonizar una puja con Ratzinger que hubiera llevado a presenciar muchas más fumatas negras. Las alternativas, incluida ese hacerse al costado del dignatario argentino, estrecharon aún más una relación entre los dos, que ya era fluida entre los dos desde años atrás.
“Código Francisco” muestra el presente de un conductor firme del catolicismo, bien distinto del que suponen los infaltables prejuicios de sus compatriotas: en principio el temor de que la magnitud de la empresa y las intrigas habrían de prevalecer sobre la esperanza de un cambio que de inmediato se atribuyó al Papa venido del “fin del Mundo”, en realidad venido del continente con la iglesia más popular y dinámica. Y el otro prejuicio, el que hace mirar desde el característico egocentrismo de la opinión pública del país imaginando a un “papa peronista” que se inmiscuye en la política interna del Argentina, mientras que se lo cree ajeno o, mal informado, sobre la impresionante diversidad de la Iglesia sobre la totalidad planetaria.
El texto desarma esos preconceptos, ante todo describiendo la red única de información que se irradia desde el Vaticano hacia los más alejados destinos de curitas y religiosos, para volver con la rapidez necesaria desde éstos hacia la cúpula en dos o tres grandes pasos, pasando, por obispos, arzobispos y nuncios. Se concluye que ese pequeñísimo Estado enclavado en Roma goza de la mejor y más rápida información con la que un estadista pueda contar.

Un primer paso geopolítico impensado

Larraquy alude levemente a los ya conocidos gestos de carisma y popularidad de Francisco pero se detiene más en los roles de estadista y de diplomático que siempre fue Bergoglio con bajo perfil hasta que su resolución, ya como Papa, lo puso con súbito prestigio en el centro del escenario internacional. Y fue así apenas inaugurado su pontificado. El primer papa jesuita y latinoamericano de la historia, remarca Larraquy, se negó a promover “la Guerra Santa”, y frente al conflicto de Siria sorprendió con un acercamiento inédito a la Rusia de Putin, para que ésta, en ese complejo tablero, influyera sobre el presidente Al Asaad a fin de que destruyera el armamento químico, lográndose frenar en el límite un inminente ataque de los Estados Unidos. “Fue una respuesta genial por su delicado equilibrio”, expresa el autor, y es aún más sorprendente porque el Papa la produjo cuando recién comenzaba a caminar como y cuando aún no había concretado algunos de los cambios al interior del Vaticano, que tampoco tardaría en provocar.
Ese hombre sin la salud de hierro y sin la juventud con la que llegó Wojtyla, mostró a poco de residir en Santa Marta que, a los 77 años, venía “con apuro” por renovar y por hacer lo más rápido posible que la Iglesia volviera a ser un actor de primera línea con una geopolítica -así la rotula Larraquy- del “aquí y ahora”.
Así, sufre un vuelco de campana la línea de Benedicto XVI que se había propuesto reevangelizar a Europa para luego irradiar ese improbable nuevo tiempo al resto del mundo. No tardaría mucho Francisco en recorrer el camino inverso, ubicándose en los márgenes, y para enrostrarle tanto a la curia como a la desanimadas comunidades del Viejo Continente la realidad de las periferias, geográficas y existenciales, proclamando desde Lampedusa la “Globalización de la Solidaridad” llamada a desplazar la fría globalización de la indiferencia frente al drama de los refugiados, la misma solidaridad que pide con gestos concretos, visibles, hacia los sin techo, los toxicodependientes, los pueblos indígenas, los niños y los ancianos, frente a tantos que están “a solas y abandonados”.
Franciso llega para denunciar “la esclavitud del Siglo XXI”, aún cuando los primeros capítulos de “Código Francisco” no terminan de asegurar que está en curso una revolución eclesial pero sí da cuenta de todas las reformas ambiciosas que están en marcha al mismo tiempo.
Ya en el segundo capítulo, Larraquy reconstruye los caminos del padre Jorge, de los jesuitas argentinos y de la historia reciente argentina con tal riqueza que se puede tener, con la lectura paciente de este libro de casi 500 páginas, una idea completa de Bergoglio desde que es nombrado Provincial de los jesuitas con apenas 36 años hasta su papel en la década K.
En “Código Francisco”, Larraquy presenta a un Bergoglio que habla de “Teología del Pueblo”, una terminología con la que deliberadamente buscó diferenciarse de la Teología de la Liberación, la que quedara marcada por una relación ideológica cercana al marxismo.



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