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Opinión 20 de agosto de 2017

Corea del Sur y EE.UU.: juegos peligrosos detrás del paralelo 38

por Alberto Galeano

Las maniobras militares que iniciarán el próximo lunes Corea del Sur y Estados Unidos, detrás del paralelo 38 que divide la frontera con Corea del Norte, no contribuyen a pacificar la península que está siempre en pie de guerra.
Por el contrario, estos ejercicios son uno de los puntos centrales para llegar a la posible solución del conflicto que ha alcanzado niveles inimaginables desde que Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos en enero pasado.
En las últimas semanas, el presidente estadounidense y su par norcoreano, Kim Jong-un, han sacado a la luz la posibilidad -siempre remota, aunque cierta- de que alguna de las partes puede apretar el botón nuclear.
Una guerra empieza pero nadie sabe cómo termina. El día después de un ataque (tanto de Estados Unidos como de Corea del Norte) la situación se tornará irreversible también para China -principal socio de Pyongyang-, y para Japón, Corea del Sur y Rusia.
Como en la novela “La carretera”, del escritor estadounidense Cormac Mccarthy, el mundo ya nunca volverá a ser el mismo.
Ya pasó cuando Estados Unidos atacó con bombas atómicas a las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki a fines de la Segunda Guerra Mundial en 1945, y ahora puede ser mucho más devastador.
Las maniobras militares entre Washington y Seul, que se realizarán entre el 21 y el 31 de agosto, son rechazadas por Pyongyang que los considera hostiles para su territorio.
Sin embargo la operación anual Ulchi-Guardian de la Libertad -que incluye la mayor simulación computarizada del mundo- estaba prevista desde mucho antes que estallara esta nueva crisis.
De todos modos, hace tiempo que este tipo de ejercicios militares generan tensiones con Corea del Norte, sobre todo ahora que Pyongyang ha probado un misil intercontinental que es capaz de llegar a las costas estadounidenses.
Las maniobras son, quizás, el mayor obstáculo para que ambos países vuelvan a retomar las llamadas negociaciones a “seis bandas”, que incluyen también a Seúl, Rusia, China y Japón.
El 31 de octubre de 2006 se realizó la última reunión de este grupo, tras una prueba nuclear norcoreana. En 2012 y a principios de 2014 no prosperaron los esfuerzos para volver a reunirse.
El gobierno de Kim no se ha quedado callado ante el espectáculo que Seúl y Washington se aprestan a desplegar delante del paralelo 38 que divide ambos países desde el armisticio de la Guerra de Corea en 1953.
Los ejercicios militares “acercarán aún más la actual situación en la península coreana a la catástrofe”, según un comunicado de la agencia estatal norcoreana KCNA.
Tal vez ésta sea la peor crisis que vive la península desde la llegada de Trump, quien dijo que iba a responder con “furia y fuego” a las amenazas norcoreanas de atacar la estratégica isla estadounidense de Guam en el Océano Pacífico.
Otro país que no quiere ser un convidado de piedra en la disputa entre Washington y Pyongyang es presidente surcoreano, Moon Jae-in. El mandatario advirtió que “no habrá guerra en la península coreana nunca más”.
Los norcoreanos, por su lado, critican la pasividad de Moon ante la arrogancia del gobierno de Trump.
“Kim tiene un mensaje discursivo. No se va a llevar a cabo un ataque armado. Ninguno de los dos países está dispuesto a lanzar un arma nuclear. Pero, si se lanza un ataque atómico, será Estados Unidos y no Corea del Norte el que apriete el botón”, dijo a Télam Sergio Caplan, analista del Centro Argentino de Estudios Internacionales (CAEI).
Para Caplan, “está comprobado que Estados Unidos podría lanzar un ataque nuclear, ya que la Casa Blanca “es el único país que tiró dos bombas atómicas en Japón”.
En cuanto a la personalidad explosiva del líder norcoreano, el analista señala que “pertenece a una cultura que no comprende Occidente. Responde a una lógica familiar. No hay otra razón. Es como monárquico. No tiene tanta experiencia pero está teniendo un rol activo a nivel internacional”.
“Kim se diferencia de su padre Kim Jong-Il (fallecido en 2011), que estaba bajo la órbitra de la política exterior de China. Kim, en cambio, es más independiente”.
Esta semana, China pidió a Estados Unidos y a Corea del Norte que bajen las provocaciones recíprocas, luego de que el presidente Xi Jinping hablara por teléfono con Trump.
Beijing insiste en que la solución del conflicto es por la vía diplomática. Con una fórmula creativa, propuso que Seúl y Washington suspendan las maniobras militares a cambio de que Pyongyang congele su programa nuclear.
China, a través del diario estatal Global Times, publicado por el Diario del Pueblo del Partido Comunista, fue bastante clara: será neutral si Corea del Norte ataca a Estados Unidos. Sin embargo no permitirá que la Casa Blanca derroque al gobierno de su antiguo aliado.
Es fundamental que Trump entienda esto para evitar que la tensión en la península llegue a una escalada jamás imaginable.