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Cultura 17 de octubre de 2016

Diario de lector: Ningún infierno tan temido

Por Gabriela Urrutibehety

www.gabrielaurruti.blogspot.com.ar

El lector que escribe un diario lee “Ningún Infierno” de Alejandro Hosne. Un libro incómodo: la historia de un asesino serial contada en primera persona, una catarata de violencia que no merma a lo largo de 400 páginas, un catálogo de violaciones, vejaciones y cinismo narrados sin obviar detalle.

El protagonista recorre la ciudad de Buenos Aires asolada por la crisis social producida por el menemato como un ángel exterminador durante un invierno atroz: al frío, la precariedad laboral, al sálvese-quien-pueda se le suman los crímenes sin motivo ni justificación y el sexo bestial que el narrador descarga sin que merezca mucho más que algunas líneas en las páginas policiales y, a veces, ni siquiera eso.

El protagonista es, además de un tipo de acción, un ser de palabra: racionaliza todo, explica todo, detalla todo y por eso la novela se extiende por dos zonas. La primera, la de las acciones que lleva adelante: en la noche el asesinato y la violencia sexual en múltiples variantes; en el día, la intriga y el complot solitarios contra su entorno laboral o familiar.

La otra zona de la narración es la de las explicaciones: el yo que actúa también explica las razones de su actuar, tanto la minuciosa planificación de cada uno de sus pasos como la justificación de su modo de ser en un vacío esencial propio, pero también de los otros. Un ser que realiza las acciones más deleznables como condena a la hipocresía e inmoralidad de los otros, resulta sin lugar a dudas un moralista, el más recalcitrante de todos.

Un fundamentalista de una ética del mal absoluto que se reconoce y se subvierte en el universo de una Buenos Aires que le sirve de ancla, a la vez, en el escenario y en el lenguaje, insistentemente porteños.

El asco es el principal sentimiento que despierta la historia en el que lee, aunque piensa el lector que escribe un diario que la reiteración de los detalles milimétricos de los asesinatos y las violaciones terminan anestesiando y, por ello, saturando algunos episodios.

Algunas páginas de menos, piensa el lector que escribe un diario, no vendrían mal. Sobre todo, porque la estructura de la novela actúa más por acumulación que por progresión: no hay crescendo que lleve la intriga, por cuanto al principio, en el medio o al final las violaciones/asesinatos son estaciones similares.

El personaje suma crímenes y hechos bestiales sin que ello implique ningún tipo de modificación en su lógica implacable: el mundo es una mierda y yo soy la voz de lo intolerable, lo más negro que todos tienen dentro y no son capaces de reconocer.

Por eso, cree el lector que escribe un diario, el protagonista tal vez no sea “el mal absoluto”, sino una forma pervertida y deformada de la más extrema actitud ejemplificadora.

Un maestro que no deja de dar cátedra sobre lo que está mal: la falta de solidaridad hacia los pobres, la política de exclusión de los noventa, la hipocresía de la clase media y de la clase alta, la represión de la dictadura y la falta de empatía de los progres actuales, la avidez de los empresarios, el cinismo de la Iglesia, la sexualidad reprimida y siguen las firmas.

Matar, torturar, violar, degollar, desollar, triturar cuerpos: los modos asqueantes de una justicia de signo invertido que incluso niega, desde el título, la misma noción de infierno.



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