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Cultura 16 de enero de 2017

Diario de lector: Retrato de una dama

Por Gabriela Urrutibehety

www.gabrielaurruti.blogspot.com

El lector que escribe un diario lee Black Out de María Moreno, un libro de esos que pueden incluirse en las narrativas del yo. Un libro que se presenta a quien lo lee –no declama, se presenta, insiste el lector que escribe un diario- como se presentan las autobiografías, las memorias o, incluso, las crónicas.

Un libro en que se recorre una vida, la del “yo” que narra con una consciencia de unidad notable: alcohol, sangre y literatura son los tres hilos que se derraman por toda la historia desde la escena inicial en la que la madre, doctora en química, hace un truco y mezcla dos líquidos blancos y obtiene un líquido rojo para asombro de la niña que escucha la ficción que acompaña el acto de magia.

Al final del libro, la autora explica algunas cosas, de esas que suelen incluirse en prólogos y dedicatorias al inicio del volumen: “Imaginé este libro como un tributo simple y ritual de despedida sin ningún resquicio para la nostalgia – sólo se tiene nostalgia de lo que no se ha vivido”, dice, como para que no queden dudas de la inscripción del texto en ese género que transita, por ejemplo, Emmanuel Carrère.

Y después explica que está dividido en tres partes que se reiteran una y otra vez y “cada una responde a un orden diferente: ‘La pasarela del alcohol’, al del retrato; ‘Del otro lado de la puerta vaivén’, al del microensayo; ‘Ronda’, al del territorio”.

Moreno va y viene de su infancia y de su familia de mujeres –un padre fotógrafo que aparece de vez en cuando- al inicio de su ronda por bares del Once o de los famosos de la calle Corriente. Los bares son habitados por el alcohol –y buena parte del relato narra la vida de una alcohólica hasta que deja de beber, sin ningún espíritu redencionista- pero básicamente por escritores y gente vinculada a la literatura.

Retomando el título de Daniel Guebel, la narradora platea que todos mis amigos escritores están muertos, con conciencia de náufrago. Circulan por allí Miguel Briante, Charlie Fieling, el crítico Norberto Soares, Jorge Di Paola, Héctor Libertella y, con ellos, una visión de la vida literaria entre los 70 y los 90.

Difícil de definir, la lectura de “Black out” hace que, en el camino, el lector que escribe un diario abandone toda pretensión clasificatoria y se inserte por el sendero de idas y venidas –el tiempo va y viene entre los recovecos temporales de la vida (las vidas) que se narran- que propone la escritura de Moreno.

Pasa de la curiosidad del lector periodístico que descubre detalles desconocidos de ciertas celebridades literarias a la disposición de quien se adentra en una aventura interior de un personaje en la que el concepto de referencia uno-a-uno importa realmente nada.

Recurrentes como chistes de borrachos, cada una de las partes en las que está dividido el libro lo trae y lo lleva sin que por eso deje de sentir que hay un hilo claro, que empieza y termina armando el retrato de una mujer que, como señala al final “después de todo tal vez sí quiera ser una dama”.



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