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Opinión 19 de octubre de 2016

Educar en la diversidad

Por Alejandra Martínez

“Unidad en la diversidad” proclamaba Michel Bachelet en la cumbre de UNASUR en el año 2009 en Bariloche. Y es una línea desafiante en una Latinoamérica que piensa y se piensa de maneras diversas. En una semana en la que el calendario escolar ahonda la temática de diversidad cultural es interesante poner en estudio el concepto de diversidad en el siglo que vivimos, en los años y los contextos que nos acontecen.

En los últimos años se han producido nuevas configuraciones culturales, sociales, políticas y de sentido en torno a la diversidad que tensionan la relación entre los procesos de inclusión y los de exclusión social. Esto significa que procesos pensados como “inclusores” en el ámbito escolar podrían estar en profunda contradicción con otros aspectos de la reproducción de la vida cotidiana.

Las diversidades se incorporan crecientemente a las agendas educativas a través de la consideración de todos los sectores de una sociedad. Esto ha contribuido a repensar el concepto de equidad, que ya no aparece circunscripto solamente a la igualdad en el acceso y/o a acciones compensatorias, sino también implica la promoción de la justicia social. Esa reconceptualización de la idea de equidad sirve de sustento para repensar el perfil de las políticas públicas, transitando desde un igualitaritarismo estructurado sobre la igualdad formal de oportunidades y la accesibilidad, a un igualitaritarismo equitativo asentado en comprender y atener las diversidades. La equidad debe estar en el corazón de las políticas educativas generales, y no limitarse a acciones periféricas y desarticuladas que terminan estableciendo un régimen de prestaciones segmentado que contribuye a perpetuar las desigualdades y está lejos de comprender y responder a las diversidades.

Nuestro país ha caminado un proceso de educación tan amplio y tan diverso que cuesta evaluar los resultados en estructuras culturales que tendrá la generación actual, que se forma en nuestras aulas. Lo que si podemos afirmar es que existe un cambio radical socialmente, de demanda de derechos, y demanda de verdades. Y eso demuestra el avance en materia social que hemos atravesado.

Tenemos un proceso en la historia que enseña la transformación de los conceptos y con ellos de las realidades que se viven. Es cierto que heredamos una Latinoamérica que hasta hace años atrás “festejaba” el día de la raza; empoderando como magnífico y mentiroso ese “descubrimiento” del mundo nuevo. Hoy la historia presente es distinta y somos más activos participantes y protagonistas de ella. Entendemos la vida en la diversidad cultural, porque existen en este extenso territorio muchas materializaciones dignas de contemplar, en material cultural. Un crisol, y un encuentro, que fue institucionalizado en el proceso UNASUR. Unidad en la diversidad cultural es un lema que debe primar en la enseñanza de nuestras escuelas. Primar el concepto de igualdad ante la Ley como un acto jurídico de una sociedad jurídicamente organizada que brinda un pacto real de igualdad ante el otro. Esta fuerza de concepto debe ser nutriente en todas las políticas que se piensen en las nuevas agendas de gobiernos.

Nunca una política para la discapacidad, por ejemplo, debe ser aplicada sobre el “discapacitado”, sino sobre la sociedad que no lo integra, que lo “discapacita”. En el término “diversidad” ocurre igual, como en el término “inclusión”; la política de inclusión como la diversidad no debe ser aplicada sobre el “excluido” o el “diverso”, sino sobre quienes hacen de un sujeto un excluido o un diverso; sobre quienes bautizan y enrolan esos conceptos sociales. Sobre quienes fragmentan; los que generan grietas sociales.

En un país que hereda un proceso de décadas pasadas de prohibición de derechos, es menester nuestro hoy poder reforzar esos derechos ocultos y callados; decir verdades, debatir la historia y entender que aun en la diversidad, todos tenemos un mismo hilo conductor.

La sociedad que antes reclamaba pan, hoy se reclama derechos y en esa vorágine también se exige transparencia. El conflicto existe, pero no es el mismo. La óptica ha cambiado, de objetos a sujetos. Ese es el camino de educar en la diversidad, en la certeza de que nadie es autorizado a preguntar sobre diversidad, pues el mínimo esbozo de ello es posicionar una alteración en el orden de la igualdad de las personas.

Hoy no debemos confundir inclusión con diversidad, ni diversidad con diversidad cultural. Todos somos diversos, y la comunión única y valida debe ser la que tenga el sesgo de educar en la convivencia. Educar en la vida en comunidad, en el trabajo mancomunado.

El fortalecimiento de la educación ciudadana, en sentido amplio, debe implicar la recreación de las relaciones entre sistema educativo y construcción democrática. Para ello es necesaria la sustentabilidad de la inclusión social y educativa, para legitimar y fortalecer las bases culturales de la democracia. Solo así podremos dejar de hablar de diversidad desde el sentido segmentado, a pasar a pensarla como la riqueza infinita de nuestra sociedad de iguales.

 

Alejandra Martínez es diputada (FPV – PJ), Vicepresidenta de la Comisión de Educación, Cámara de diputados de la provincia de Buenos Aires



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