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Opinión 22 de agosto de 2016

El daño que les hizo Federico

Por Fabrizio Zotta

“A la vera del agua,
sin que nadie la viera,
se murió mi esperanza.”
Mariana Pineda. Romance popular en tres estampas.
Federico García Lorca, 1925.

I.
Federico García Lorca entró en la Huerta de San Vicente, en Granada, la mañana del 14 de julio de 1936 y vio que habían instalado allí un teléfono. Pudo, entonces, saludarse con su amigo Constantino Ruiz Carnero, director de “El defensor de Granada”, el periódico que publicó al día siguiente, en su portada, la noticia de la llegada del poeta a la ciudad. A partir de ese día empieza a reconstruirse el derrotero de los últimos días de Federico, de cuya muerte se cumplieron la semana pasada 80 años. Cuatro días después de su llegada, los García Lorca celebraron, como cada año, la festividad de San Federico. Pero aquel año no tuvo el brillo de las anteriores, porque ese 18 de julio, el general Franco había llamado al “Movimiento Nacional”. Durante la fiesta, ni Federico, ni sus padres y amigos sabían que faltaban sólo dos días para que Granada caiga en manos de falangistas y militares. Comenzaba el terror y la represión en la ciudad de la que Federico no lograría escapar.

II.
Manuel Castilla Blanco tenía 17 años cuando quisieron fusilarlo. Fue en el mismo lugar donde Lorca pasó su última noche. Pero su suerte fue otra. De “rojo” comunista a falangista enterrador, Castilla fue salvado por el entonces capitán Nestares, quien desde el pueblo de Víznar, donde se asentaba la cárcel civil de “La Colonia”, dirigía y supervisaba los fusilamientos. Por alguna razón, Nestares se apiadó del joven Castilla, y le perdonó la vida. A partir de entonces sería uno de los enterradores de “La Colonia”, y –posiblemente- quien enterró el cuerpo de Federico. También fue quien contó cómo eran las cosas por allí: los cadáveres de las víctimas eran abandonados en el lugar donde caían. Y eran ellos, los enterradores quienes cavaban las fosas y los sepultaban. Como estas personas eran masones, “rojos”, y otros “activistas indeseables” que habían sido condenados a trabajar para el gobierno civil, muchas veces reconocían amigos, colegas y parientes suyos entre los fusilados.

III.
Miguel Rosales Valecillos era el dueño de los almacenes “La Esperanza”, y tenía seis hijos. Entre ellos, Luis, poeta y amigo de Federico. Su esposa, Esperanza y otros dos de sus hijos varones eran reputados falangistas, “fervorosos discípulos de Primo de Rivera”, según Ian Gibson, biógrafo de Lorca. El 16 de agosto de 1936, por la tarde, un grupo de guardias rodeó la casa de la familia Rosales, donde el poeta –gracias a su amistad con Luis- se ocultaba, luego de que el gobierno comenzara a buscarlo. Habían dado con él bajo amenaza de matar a su padre, y fue posiblemente Concha García Lorca quien mencionó el paradero de su hermano. También es verosímil que el mayor de los Rosales, Miguel, lo haya delatado a los falangistas. La denuncia contra el poeta incluía los cargos de “espía de los rusos, estar en contacto con estos por radio, haber sido secretario de Fernando de los Ríos, y ser homosexual.” Ramón Ruiz Alonso, un ex diputado de CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas) que llevaba el distintivo de la Falange Española fue hasta la casa de los Rosales para llevarse a Federico por orden del comandante José Valdez Guzmán, gobernador civil de Granada, pero Esperanza Rosales, la dueña de casa, se lo impidió. Los gritos de la discusión llegaron al segundo piso donde estaba Federico y Esperanza (hija). Doña Esperanza pudo evitar que se lo lleven en ese momento, y localizar a Miguel para que intercediera ante Ruiz Alonso. En aquella conversación, Alonso le dice a Miguel Rosales, según contará después: “[Federico] ha hecho más daño con la pluma que con otros con las pistolas.” No hubo caso. Miguel subió al auto, y acompañó a las autoridades a sacar a García Lorca de su propia casa. Declararía al poco tiempo que creyó que quizá todo fuera un error, y que se resolvería en el Gobierno Civil. Cuando llegaron, Federico ya se había preparado para salir. Sobre un piano Pleyel en el que tocaba canciones populares españolas, había una imagen del Sagrado Corazón de Jesús, ante ella rezó el poeta, y bajó al patio donde lo esperaba Ruiz Alonso. Al despedirse, llorando, de Esperanza hija, le dijo: “No te doy la mano porque no quiero que pienses que no nos vamos a ver otra vez.”

IV.
Dióscoro Galindo tenía 59 años la madrugada del 18 de agosto de 1936. A las dos de la mañana fue detenido y llevado al Gobierno Civil para ser interrogado. Era un maestro republicano, pero lo habían denunciado “por rojo”. Aquella misma noche lo vieron salir con rumbo a “La Colonia”, junto al poeta granadino más famoso de la historia. Pocas horas después, y junto a dos banderilleros anarquistas, Francisco Galadí y Joaquín Arcollas, los cuatro fueron fusilados. Federico García Lorca, de 38 años, murió en el camino de Víznar a Alfacar, cerca del manantial conocido como Fuente Grande. No hay datos de la hora, y también alguna duda sobre la fecha, ya que pudo ser el 19 de agosto. Pero aquella noche, cuando Federico y Dióscoro llegaron a “La Colonia”, Jover Tripaldi estaba de guardia. Fue él quien informó a los prisioneros su terrible destino; dijo que por caridad, ya que era un ferviente católico y quería que pudieran confesarse con el cura del lugar, lo que le estaba permitido a los que iban a morir. Según el biógrafo hispanista irlandés Ian Gibson “Jover Tripaldi ha declarado que Lorca quiso confesarse cuando se enteró que lo iban a fusilar. Pero el cura ya se había ido. El poeta se angustió hondamente, y entonces el joven le ayudó a rezar la oración que empieza ‘Yo pecador…’ que Federico sólo recordaba a medias. ‘Mi madre me lo enseñó todo, ¿sabe usted? Y ahora lo tengo olvidado’…”

V.
Juan Luis Trescastro se arrogaba el privilegio de haber disparado sobre el poeta. “Acabamos de matar a Federico García Lorca… yo he sido uno de los que lo hemos sacado de la casa de los Rosales. Es que estábamos hartos ya de maricones en Granada.” Pero este testimonio es apenas una fanfarroneada, según se publica recientemente en el libro “Las últimas 13 horas en la vida de García Lorca”, de Miguel Caballero. El autor nombra al cabo Mariano Ajenjo Moreno, de 53 años; el pistolero Antonio Benavides Benavides, de 36; Salvador Varo Leyva, ‘Salvaorillo’, de 37 años, Juan Jiménez Cascales, Fernando Correa Carrasco y Antonio Hernández Martín como los miembros de la escuadra asignados para las ejecuciones. Benavides Benavides dijo haber disparado dos tiros sobre Federico. Caballero aporta nuevos datos sobre el lugar exacto donde estarían enterrados los restos de Lorca, a unos 400 metros del lugar donde el biógrafo Gibson había indicado para las excavaciones de 2009, de acuerdo al testimonio (falso) del enterrador Castilla. Esto inicia un nuevo proceso en la investigación de la muerte del gran poeta español, que incluso tiene como una de sus protagonistas a la jueza federal argentina María Romilda Servini de Cubría. Sin embargo, hay evidencia de que el cuerpo fue movido, por orden de Franco, para evitar la contrapropaganda que podría haber ocasionado el hallazgo. Casi logran borrar a Federico, salvo por aquella pluma que tanto daño les había hecho, y que es más inmortal que Franco, que la falange, que Ruiz Alonso, que el infeliz de Benavides y el imbécil de Trescastros.

Y más inmortal que el tiempo mismo.