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Opinión 10 de enero de 2018

El extraño caso de los pirómanos marplatenses

Son personas instruidas, estudian cómo provocar incendios con la mayor eficiencia posible. Destruyen autos siguiendo patrones de color, terminaciones de patentes o modelos. Son pocos los que se pudo detener.

por Agustín Marangoni

Las diferencias son básicas. Un vándalo rompe un vidrio de un piedrazo y tira un trapo embebido en combustible para generar un incendio. Un pirómano, en cambio, estudia la situación, calcula cuánto tardan en llegar los bomberos, sabe cómo generar un foco de incendio eficaz y, ante todo, tiene un patrón de comportamiento. Siempre hay una lógica. Si quema autos, son todos de un color determinado, o de un modelo, o tienen la misma terminación de patente. El pirómano se parece a los asesinos seriales de la literatura policial: le plantea un desafío a los especialistas.

En todas las ciudades grandes hay pirómanos. En Mar del Plata no se sabe cuántos son, pero sí se sabe que están al acecho. Son personas reservadas, muy observadoras y suelen tener conocimientos de química y electrónica. Es decir, saben perfectamente lo que hacen. No buscan lastimar gente. Sus ataques buscan satisfacer la pulsión de quemar cosas, de iniciar fuego y darle vida. Casi siempre son autos. Hay pirómanos que queman comercios e incluso lotes forestados, pero en Mar del Plata esas situaciones no se dieron nunca.

Cuando los bomberos tienen intervenciones seguidas en una misma zona, comienzan las sospechas que puede tratarse de un pirómano. Y se confirma cuando los hechos responden a un procedimiento sofisticado. Cada auto tiene cualidades de diseño y fabricación distintas. La clave, para el pirómano, es que el fuego llegue hasta el habitáculo. Entonces estudian los modelos para elegir la metodología indicada. Pueden pasar meses hasta que la encuentran. En algunos tienen que iniciar el incendio en las ruedas, en otros tienen que encender el capot, en otros trabajan con combustión lenta. Suelen ser efectivos, se mueven de forma individual y es común que ataquen más de un vehículo a la vez. Los especialistas intuyen que el pirómano se queda cerca del lugar de los hechos para estudiar las consecuencias de su accionar. Aunque nunca se pudo probar del todo que esto sea así. Los pirómanos no buscan llamar la atención. Suelen tener más de 30 años y un estándar de vida clase media. No son personas violentas y se ganan la vida con oficios que les permiten tener tiempo libre.

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En el año 2010 hubo una serie de seis incendios paralelos en el barrio El monolito. Los bomberos se trasladaban con el camión, extinguían el incendio, volvían al cuartel y al llegar recibían el llamado que alertaba sobre un nuevo incendio. El patrón, en aquel entonces, fue la marca y la distancia entre autos: todos sucedieron en un radio de diez cuadras. El pirómano había estudiado donde se estacionaban usualmente estos coches, además había calculado el tiempo que tardarían en llegar los bomberos y el tiempo que necesitaban para sofocar las llamas de esos vehículos en particular. En 2013 apareció hasta un micro escolar incendiado en la zona de Corrientes y Gascón, a pocos metros de la comisaria. En ninguno de los dos casos se supo quién fue el autor de los hechos.

El mayor obstáculo que hoy enfrentan los pirómanos son las cámaras de seguridad en la vía pública. En octubre de 1999 se allanó la vivienda de un sospechoso en el microcentro. Lo siguieron durante meses. Efectivamente era un pirómano. Le encontraron dispositivos electrónicos y un arsenal de libros técnicos sobre química y combustión. Fue uno de los pocos casos que se pudo probar antes de la instalación de las cámaras, a pesar de que hubo ataques a repetición todos los años.

El último condenado por incendiar coches en Mar del Plata fue Víctor Damián Contreras; hace cuatro meses recibió tres años de prisión de cumplimiento efectivo. El 12 de noviembre de 2016, a plena luz del día, atacó dos vehículos en la zona de la terminal vieja. Lo identificaron a través de las declaraciones de testigos y las imágenes que la justicia analizó de las cámaras de seguridad de los comercios. El reconocimiento y la comparación con otras fotos arrojó un cien por ciento de coincidencia. El juez a cargo de la causa, Gustavo Fissore, descartó cuestiones eximentes, agravantes y tuvo en cuenta como atenuante el buen concepto del imputado en su barrio. Ese último dato es clave para entender que la persona es pirómana: clásico perfil bajo.

Sin embargo, en la ciudad se registró un promedio de 43 incendios de vehículos por mes durante 2017. En total, hubo 519 casos. Las sospechas señalan que un porcentaje importante es obra de pirómanos, pero no hay forma de probarlo. Vulgarmente se los conoce como quemacoches. Un apodo poco elaborado para nombrar a personas instruidas que atacan en silencio y calculando cada paso.



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