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Opinión 29 de noviembre de 2016

El misterio de la risa

La ciencia ha demostrado que la risa favoreció a la evolución humana. Sin embargo, todavía no puede explicar la totalidad de este fenómeno tan cotidiano y placentero.

por Agustín Marangoni

Nos dicen algo gracioso, entonces nos reímos. El cuerpo se sacude, lanzamos una carcajada, los ojos se entrecierran y hasta pueden lagrimear. Nos sentimos bien: si reímos es porque nos sentimos bien. La risa es objeto de estudio para la ciencia desde hace siglos. Se sabe entre otras cosas que genera beneficios a la salud, en especial al sistema cardiovascular, y que reduce el estrés. Pero todavía no se sabe con certeza por qué nos reímos, ni qué es lo activa esa reacción fisiológica tan placentera.

Un chiste:

– ¡Ya te dije que tu novio no entra a casa sin pantalones!

– Lo siento, Tarzán, lo nuestro es imposible.

Puede funcionar, pero también puede pasar desapercibido. Hay personas que tienen un sentido del humor más sofisticado y otras que se ríen de cualquier pavada. En este caso el chiste es evidentemente una pavada, una persona que suele reírse con paradojas filosóficas o con comentarios políticos ácidos no asomaría ni media sonrisa. Sin embargo en todo chiste hay un componente humorístico, bien o mal diseñado, que funciona bajo la misma lógica: lo impredecible. Un comentario mueve a risa porque desencaja a la persona que lo escucha. En la sorpresa está el humor, incluso cuando se está relatando una situación trágica. Buena parte de la efectividad de humor depende del tono, hasta podría decirse que la forma es el contenido.

La sorpresa en el humor acciona, por ejemplo, en los golpes accidentales. Básico. Ver gente golpeándose causa risa porque es imposible adelantarse a lo que va a pasar y a cómo va a pasar. El capocómico Alejandro Dolina sostiene, en la línea del filósofo Arthur Schopenhauer, que el humor consiste en ubicar un elemento donde no corresponde. Un golpe accidental es esencialmente eso. Un chiste también. Puede causar risa o no, pero el proceso humorístico está en funcionamiento.

Según explica la gelotología –la ciencia que estudia la risa, tanto a nivel físico como psíquico– los estímulos humorísticos activan distintas zonas del cerebro, a diferencia de otros estímulos intelectuales o emocionales que se decodifican en una única zona. Este dato refuerza la idea que la clave del humor está en lo impredecible y deja en evidencia su complejidad. La risa es un proceso mental y corporal, lo que uno escucha significa otra cosa, que al mismo tiempo contradice todo lo que uno pensaba sobre ese tema, que al mismo tiempo es creativo, que al mismo tiempo sorprende y que al mismo tiempo estalla en el cuerpo con una carcajada. Todo eso en milisegundos. A partir de este esquema se demostró que la risa es uno de los mejores métodos para ablandar patrones de pensamiento y cambiar la forma de ver un problema. La persona que ríe probablemente esté observando una situación desde un ángulo que no imaginaba. Es tan efectiva en este sentido que la risa puede torcer la opinión de una persona, desde posturas simples hasta discusiones políticas de largo alcance. Hay miles de experiencias que comprueban la efectividad de este proceso.

Los gelotólogos han identificado dieciocho tipos de risas, de las cuales sólo se puede considerar sincera la que comienza con las comisuras de los labios extendidas hacia arriba en el mismo momento y de forma espontánea. Las demás risas son forzadas o actuadas, por ejemplo la que extiende un solo costado de la boca, se las considera reacciones sociales de compromiso hacia alguna situación o comentario que intenta ser gracioso. Según estudios del psicólogo norteamericano Paul Ekman (en quien se inspira la serie Lie to me) el ser humano no puede generarse una risa sincera a sí mismo. La risa es un ritual de grupo, se genera al incorporar información. O por contagio. La risa es contagiosa, está científicamente comprobado. Ahí la explicación de por qué los programas cómicos utilizan reidores. Durante la década de 1950 se han hecho experiencias en televisión de quitar a los reidores y fue un fracaso, hasta los mejores chistes perdían impacto.

foto 2 (1)Ekman viajó por los rincones más lejanos del mundo en busca de datos sobre la gestualidad humana. Su objetivo era determinar si la reacción en la cara de las personas es la misma frente a las mismas situaciones, más allá de sus condiciones culturales. Quería saber si una persona que vive en una ciudad moderna y una persona que integra una tribu perdida en el desierto africano de Kalahari ponen la misma cara, por ejemplo, frente a un olor desagradable o a un estímulo placentero. Dedicó más de treinta años a estos estudios y pudo comprobar que la gestualidad es la misma, especialmente en la risa. Todos los seres humanos se ríen igual, las diferencias dependen del tamaño de la boca o de la forma de los ojos, pero el trabajo corporal y neuronal es idéntico. La risa sincera, en todos los casos estudiados, es una señal de felicidad y paz social. Se intuye que la risa ha favorecido a la evolución humana, históricamente fue uno de los principales nexos entre comunidades. También se comprobó estadísticamente que provocar risa es una de las mejores estrategias de seducción: la persona que hace reír es más atractiva.

El humorista y mago español Luis Piedrahita dice que hay dos tipos de risas, la clásica que se expresa en carcajadas, que puede nacer de situaciones mínimas –un comentario ingenioso–, y otra que es mental, que no llega al cuerpo pero sí moviliza la inteligencia. Piedrahita no está tan seguro que descostillarse de risa sea siempre un ejercicio interesante, de hecho, prefiere la risa silenciosa, la que modifica algo de nuestra forma de analizar una cuestión. “La risa está sobrevalorada, no hay una relación tan directa entre la risa y el humor. Yo puedo hacerte cosquillas y te vas a reír pero ahí no hay nada de humor. Y luego hay grandísimas dosis de humor sin risa corporal”, dice. El humorista explica que si uno está en su casa y lee una tira de Quino probablemente no se reía abiertamente. La risa estará en las emociones y en el cerebro, pero uno no romperá en carcajadas. O con Los Simpsons: si los vemos solos, tal vez nos riamos una vez a lo sumo, sin embargo es indiscutible que ahí hay mucho humor y de altísima calidad. “La risa corporal depende de mil cosas, en un espectáculo teatral depende del resto del público, de la iluminación, del precio de la entrada, de la calidad de sonido, etcétera. Por eso, para un humorista, perseguir la risa corporal exclusivamente es perseguir algo que no está del todo enlazado al humor”, explica.

La primera infancia conforma también un universo amplio. Los bebés, que básicamente son seres humanos recién ingresados al mundo, se comunican muy lentamente con su entorno. Desarrollan día a día sus capacidades perceptivas. De acuerdo a los códigos culturales que les transmite su familia van construyendo su idioma, sus conocimientos, su sistema de creencias, su realidad completa. El doctor Caspar Addyman, investigador de la carcajada del bebé de la Universidad de Londres en Birkbeck, está encuestando a madres y padres de todo el mundo desde hace seis años para saber de qué se ríen sus bebés y cuál es el contexto de esa risa. Sus conclusiones señalan que los bebés se ríen cuando comprenden lo que está sucediendo. Puede sonar muy simple, pero no lo es tanto. Comprender para un bebé es algo impredecible, es su primera aproximación al mundo, a los objetos y a las personas que lo integran. El reconocimiento del mundo es algo nuevo y eso los mueve a risa. Con el paso del tiempo, la realidad cotidiana –lo simple e inmediato como un oso de peluche– deja de ser un motivo de risa. Para un bebé, en cambio, ese oso es lo más sorprendente que le pasó en la vida.