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Opinión 8 de marzo de 2018

El primero de los derechos humanos: derecho a la vida

Por Gabriel Mestre

Gabriel Mestre, obispo de Mar del Plata.

Hablar de derechos humanos es un tema común para cualquier agenda social y política; también lo es para muchas conversaciones no formales en diversos ambientes con perspectivas ideológicas similares o diferentes. Poder hablar de los derechos humanos es una constatación que revela algo obvio, pero de lo que no siempre tomamos conciencia: en cada uno de nuestros casos se respetó el derecho humano a la vida. Por eso hoy estamos aquí dialogando y confrontando sobre este tema. Descubrimos con agradecimiento que el valor del cuidado y respeto por la vida, por la vida no nacida fue tenido en cuenta por nuestros padres y/o por las personas de su entorno hace más o menos años atrás.

Hoy estamos aquí. ¡Qué bueno es poder dar gracias por la vida! ¡Dar gracias porque vivimos, existimos y nos movemos como seres libres! ¡Dar gracias porque hoy podemos disfrutar, a pesar de los contratiempos y dificultades, de la vida en familia y con amigos, en el trabajo y en el descanso, en el servicio y en el deporte, en el ocio y en todo momento! En definitiva: ¡Dar gracias por la vida! ¡Dar gracias porque en nuestro caso se respetó el primer y fundamental derecho humano a la vida!

Es verdad que en la vida hay situaciones extremas. Es verdad que muchas veces existen embarazos no deseados, impuestos; incluso fruto de actitudes de violencia de género para con la mujer. Mujeres muchas veces indefensas, pobres y en algunos casos en edad muy temprana… En estas circunstancias y en muchas otras, el Estado y todos desde nuestro lugar debemos preocuparnos y ocuparnos por el derecho a la vida, de las dos vidas: la de la madre y la del ser humano indefenso que lleva en su vientre. No construiremos un mañana mejor si la opción única es eliminar la vida del hijo que late en las entrañas de una mujer. Todos, de alguna manera, somos responsables. No tiremos la primera piedra en contra de nadie. Y, sobre todas las cosas, tengamos presente que no podemos solucionar el problema del desamparo de la madre con el desamparo del hijo: las dos vidas valen por igual y las dos deben ser cuidadas y protegidas.

Por eso, debemos actuar en consecuencia y defender con energía, compromiso y creatividad la vida: la vida de la madre y del hijo aún no nacido.