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Deportes 30 de noviembre de 2017

El reconocimiento a Lanús, más allá de lo que le faltó

por Vito Amalfitano
@vitomundial

Gremio de Porto Alegre ganó su tercera Copa Libertadores e igualó la marca de los mejores brasileños en el máximo certamen del fútbol continental, San Pablo y Santos que tienen tres, igual que River; muy lejos de las siete de Independiente y las seis de Boca.

Justamente, de las finales que jugó Gremio quedan aquellas ante Boca de 2007 como antecedente contrapuesto a este choque decisivo ante Lanús. Aparte de la diferencia de nombres y jerarquías,- y que aquel Boca que ganó esa serie con un increible 5 a 0 en el global tenía al jugador que fue más determinante en una Copa por sí solo en toda la historia de la Libertadores, Juan Román Riquelme-, lo que se ve en el contraste es que a este y otros equipos brasileños hay que apretarlos de arranque, imponerles autoridad de local, meterles “miedo”.

Lanús, por el contrario, arrancó demasiado liviano, más allá de su apuesta habitual al buen juego. Y se percibió en la cancha, desde los primeros movimientos, que los jugadores de Gremio iban a cada pelota como si fuera la última de sus vidas, e incluso al borde del límite del reglamento.

Ese fue un aspecto, importante. No el único, por cierto. Más bien lo esencial fue lo futbolístico. Aunque la sensación que dejó el segundo tiempo es que si Lanús hubiera apretado desde el comienzo como lo hizo en el momento del descuento, ya demasiado tarde, quizá se podría haber neutralizado esa superioridad.

Lo cierto es que Gremio expuso tal categoría de entrada que le dio vuelta su propia cancha a Lanús. Se la puso al revés. Siempre le jugó de frente y lo hizo quedar de espaldas al equipo de Jorge Almirón.

De frente Gremio se paró bien en bloque para hacer casi impenetrable su área. Y de frente también el equipo brasileño su ubicó con mucha gente para presionar arriba casi en tres cuartos y complicarle la salida a Lanús. Es decir, con o sin la pelota, la visita supo acortar el campo a treinta, cuarenta metros, para dominar el trámite casi a voluntad.

Para ello también hubo intérpretes contrapuestos. Arthur y Luan para manejar los hilos en Gremio, Román Martínez para lentificar y hacer fracasar cada progreso de Lanús en campo contrario y ninguno de sus extremos con gravitación, ni Lautaro Acosta, ni Alejandro Silva, ni Pasquini. En ese contexto, solo Iván Marcone hizo pie en el medio. Al resto de sus compañeros la cancha le quedó dada vuelta. Mérito de la jerarquía de Gremio, falta de respuestas propias. Y unicamente el ex Arsenal, de gran actuación, y un enorme Pepe Sand, estuvieron a la altura de la magnitud del acontecimiento. Y jugaron la final como había que hacerlo ante brasileños, metiéndoles miedo…Desde el juego y desde la actitud.

También es real que todo ello, lo futbolístico y lo espiritual, quedó más expuesto desde el primer gol, el que abrió todo, por el error conceptual de José Luis Gómez, y del equipo entero al transformar una pelota detenida de ataque en un gol del rival. Si es probable que un tiro libre desde un costado sea despejado de cabeza por el fondo oponente, el equipo tiene que estar parado con los relevos correspondientes como para no quedar tan abierto. Y llegado el caso, eso de salir jugando tiene que ser una idea, no una obligación. Alguna vez al llegar a Boca el propio Menotti le dijo algo así a Jorge Higuaín: “si usted tiene que revolearla, hagalo tranquilo como sabe eh…”.

A Lanús, al cabo, le quedó el orgullo de llegar. Y de como llegó. Y ese aplauso final que retumbó en toda La Fortaleza. Ese reconocimiento, a un proyecto, una campaña y una idea de juego. Que se replicó a todo el país futbolero. Ganar no es lo único. Nunca.



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