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Cultura 24 de octubre de 2016

Gabriela Alemán: “Había enormes diferencias entre los escritores del boom latinoamericano”

La escritora, docente y guionista ecuatoriana de origen brasileño, que acaba de publicar en Argentina "La muerte silba un blues", se refirió a su obra e hizo un repaso de la literatura hispanoamericana de la época del boom.

En “La muerte silba un blues”, la escritora, docente y guionista ecuatoriana Gabriela Alemán se “apropia” del modo de producción que el cineasta español Jesús “Jess” Franco usaba para su trabajo, con objeto de componer un puzzle de historias que compartan una misma atmósfera en distinto tiempo y espacio, en este caso menos cómico o lúdico que claustrofóbico.

El libro, que recién llega a la Argentina publicado por Random House, hace serie con otros de autoras en lengua castellana como la española Belén Gopegui o la argentina Selva Almada, acaso con el inconfesable pero muy rentable objetivo de repetir una segunda época para el boom de la literatura hispanoamericana, en un giro más universitario que lingüístico.

Alemán nació en Río de Janeiro en 1968, pero vive y estudió en Ecuador. Escribió, entre otros libros, “Maldito corazón”, “Zoom”, “Fuga permanente” y “Album de familia”. Ha recibido la beca Guggenheim, y tiene un doctorado por la Universidad de Tulane, Nueva Orleans, Estados Unidos.

– Para situarnos, ¿quién es Jess Franco y qué atributo de él te empujó a escribir un libro que tiene a ese director de cine flotando como a un espectro?

– La pasión de Franco por el cine, por producir de cualquier manera, de encontrar nuevas formas de seguir haciendo lo que le gustaba aún sin dinero. De inventarse un método de producción que remitía a los inicios del cine, antes de que se profesionalice. El trabajo que hacía con tipos humanos en lugar de con actores profesionales.

– En algún momento te preguntás cómo sería escribir un libro de ficción bajo las condiciones de producción del cine. ¿Eso es estrictamente lo que hiciste en “La muerte silba un blues”?

– Lo que quise hacer, en rigor, era utilizar los mismos personajes en distintas geografías y épocas. Repetir situaciones, trasladar sensaciones. Franco tomaba un mismo personaje y lo hacía “actuar” en distintas películas sin que los actores supieran que se enfrentaban a varios guiones. Lo lograba entregando sólo el guión del día. Eso era lo que pretendía con el libro.

– Si bien es cierto que Franco está siempre presente, también otros nombres del cine están presentes, como el caso de Orson Welles. ¿Cuál es tu relación con el cine, y cómo pensás que afectó o afecta tu producción literaria?

– Estudié crítica y teoría cinematográfica y ahora mismo estoy escribiendo un guión para cine, así que algo de eso se filtra en lo que escribo. Jess Franco apareció porque lo recordé cuando hacía la investigación para mi tesis doctoral. Al final todo está conectado.

– En este libro, sin embargo, los “temas”, la anécdota, excede por lejos a las historias que se pliegan y cierran como en algunas películas. ¿Ese paso fue deliberado? ¿Cómo construiste el esquema de estos cuentos que leídos de un tirón también podrían ser los capítulos de una novela?

– Me gusta mucho lo que dices, porque la atmósfera de todos los cuentos es la misma, son capítulos de una novela que viaja en el tiempo y en el espacio. Salta de Nueva Orleans a Paraguay y regresa a Quito, en algún momento se desvía a Buenos Aires y acaba en el DF. El presente se filtra en el pasado, la ficción se enreda con la realidad.

– Naciste en Brasil, vivís en Ecuador y tu literatura es, digámoslo así, universal. ¿Cómo es tu relación con tus colegas ecuatorianos, con los latinoamericanos, con los españoles, con los escritores del llamado boom y abundando, con el realismo mágico que en un tiempo era una exclusividad de la región?

– Leo de todo, leo mucho de lo que se escribe ahora en América latina y, por la docencia, mucho de lo que se escribía en la época del boom. Al releer uno encuentra que había enormes diferencias entre los escritores de esa época. Era poco lo que unía a (Manuel) Puig con (Mario) Vargas Llosa o (Carlos) Fuentes. (Gabriel) García Márquez aún se lee mucho y es un autor que seguirá leyéndose, sus crónicas y cuentos eran extraordinarios. Y, con el tiempo, también se puede repensar toda esa larga lista de nombres que no entró en el fenómeno del boom. César Davila Andrade, gran cuentista ecuatoriano, escribía en esa misma época y sin embargo nunca formó parte del movimiento.

– ¿Se leen más ahora entre los diversos escritores de esta zona del globo? Digo, más que antes, incluso que después del llamado boom?

– Pienso que las revistas digitales han ayudado mucho para leernos entre nosotros. Todavía queda la gran deuda de una mejor distribución en el ámbito latinoamericano.

– ¿Y tus preferencias literarias, los autores que te formaron, cuáles son y por qué?

– Leí mucha literatura fantástica, en realidad mucho de todo. Creo que algo pasó cuando descubrí a Grace Paley y su manera de narrar. Me encanta Olga Orozco, tiene una fuerza telúrica brutal. Releo mucho a Joan Didion, me gusta ese juego que hace de inmiscuir la historia en la ficción.