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Opinión 29 de abril de 2016

Gritos y susurros

Por Luis Tarullo

Después de una ristra de años se concretó un hecho inédito en la política argentina: la confluencia de las cinco centrales sindicales en la calle. La demostración, más allá de las históricas discusiones sobre los niveles de concurrencia, fue interesante en términos cualitativos y abre hacia el futuro un panorama sobre el cual el gobierno de Mauricio Macri seguramente está tomando nota.
En primer lugar, porque el causante de esta “unidad en la acción” fue la propia administración macrista, que en varios frentes sigue mostrando anemia política, más allá de haber “muñequeado” algunas situaciones. Y sabido es que, en política, los espacios que unos no cubren o no saben cubrir son ocupados por otros.
Razones para quejarse no les faltan a las organizaciones gremiales. A la escuálida morigeración del impacto del Impuesto a las Ganancias, presentado como panacea por el oficialismo, se sumaron la inicial intentona gubernamental de limitar los aumentos salariales, el tarifazo decretado aún antes del cierre de las paritarias, la continuidad de la inflación, las cesantías en los sectores público y privado y, en los días más recientes, la reticencia a admitir la ley antidespidos.
Las tres CGT peronistas dirigidas por Hugo Moyano, Antonio Caló (flamante ex “K”) y Luis Barrionuevo y las dos CTA -la kirchnerista de Hugo Yasky y la anti “K” y antimacrista de Pablo Micheli- se encontraron de pronto con la mesa servida para el banquete.
Así, finalmente este 29 de abril salieron a la calle y se dieron el gusto de elevar de manera unánime la voz ante el Gobierno, clamar por las demandas y, alguno de ellos, avisar que puede crecer la ola de conflictividad. El acto de mesura se tradujo en el cuidado por no rozar la institucionalidad y hasta en preservar explícitamente la figura presidencial, aunque cundieran las críticas.
Es que lo variopinto de los convocantes demandaba, más allá de los tonos más o menos elevados, un equilibrio para que nadie acuse a los gremialistas de desestabilizadores.
Pero, las causas mencionadas no son las únicas. Los dirigentes sindicales también tomaron nota de que las bases van levantando temperatura y pueden ir animándose a reclamarles más acción y dureza. Por ello, también como ocurre tradicionalmente, este acto puede servir como transitoria válvula de escape de insatisfacciones y broncas.

Algunos asteriscos

Igualmente, hay que poner algunos asteriscos y no creer que hubo uniformidad. Barrionuevo y varios de sus dirigentes estuvieron lejos del palco. Más aún, columnas de la CGT Azul y Blanca cumplieron y estuvieron en la calle, pero bien lejos del núcleo de la manifestación. En todo caso, en los lugares aledaños al sindicato gastronómico.
Es que Barrionuevo -que se topó con la perfecta excusa de que iban a ir grupos políticos kirchneristas y cristinistas- tiene un rol estratégico en la relación con Macri y, como siempre, es un operador central que tracciona codo a codo con otro histórico en estas lides, como Enrique “Coti” Nosiglia.
Moyano también, incluso por la actividad específica de su gremio, tiene vasos comunicantes con el oficialismo, pero le sienta bien el papel de malo ante las multitudes, aunque a veces le sea imposible sacarse de encima la sospecha de la actitud del tero, aquel que pone los huevos en un lado y grita por el otro.
La respuesta del Gobierno fue dar un pantallazo de lo que viene haciendo o quiere hacer en materia laboral, pero sin expresiones destempladas y rescatando la libertad de expresión.
En síntesis, la demostración gremial de hoy no significa, en lo inmediato, la apertura de una nueva grieta insalvable, a menos que, claro está, empeoren drásticamente las condiciones actuales.
Además, sindicalistas y Gobierno tienen muchas cosas por conversar y negociar, como las montañas de dinero que reclaman las obras sociales y que están en manos de la administración central desde la época de Carlos Menem.
Claro que ninguno de los oradores hizo mención desde el palco a éste y a otros temas relacionados con las cajas, aunque de ello se sigue y se seguirá hablando en ámbitos donde los gritos y las caras agrias invariablemente dejan paso a los susurros y a los gestos más amables.