CERRAR

La Capital - Logo

× El País El Mundo La Zona Cultura Tecnología Gastronomía Salud Interés General La Ciudad Deportes Arte y Espectáculos Policiales Cartelera Fotos de Familia Clasificados Fúnebres
Opinión 14 de marzo de 2018

La risa como plan de lucha

Malena Pichot estrenó en Netflix el monólogo Estupidez compleja. Buen timing, momentos de lucidez y errores propios de reaccionar en caliente.

por Agustín Marangoni

Malena Pichot hace humor. Esa es la primera cuestión a tener en cuenta para revisar su monólogo Estupidez compleja que se estrenó en Netflix. No es una intelectual del feminismo, sino una actriz con buen timing que escribe monólogos y los sube a un escenario. Buena parte del contenido de sus textos incorpora conceptos del feminismo, al igual que sus expresiones en redes y medios. Malena Pichot hace ya un par de años que milita causas feministas, sostiene una postura en línea con estos tiempos de cambios profundos y se convirtió en un referente para el movimiento, pero no porque construya discurso, sino porque lo que dice llega con fluidez y tiene amplia repercusión. Es una mujer inteligente, el lugar que consiguió es consecuencia de su talento. El humor es una materia con muchísimos bordes, un arma que bien utilizada tiene la capacidad de abrir discusiones con astucia. De ir al choque sin que se note. De cambiar formas de pensar. Fundamentalmente eso: de cambiar formas de pensar. En mayor o menor medida, todo humor es político.

Estupidez compleja requiere de una lectura atenta. Se viven tiempos de revolución y la voz de Malena Pichot, al ser una referente, va a llegar a miles de personas. Y miles de personas son miles de interpretaciones, especialmente en estos temas tan delicados. Si algo logró el feminismo es instalar un radar minucioso para detectar hasta las más ínfimas migajas de dogmas, machismo, patriarcado y poder hegemónico en el interlineado de cualquier discurso. Ni hablar de aberraciones explícitas, que todavía hay a toneladas. 

En el monólogo aparecen observaciones con buen sustento, como la crítica a los cantitos de cancha. He ahí una gran deuda. Hace años que se sanciona la xenofobia, pero se le da luz verde a la homofobia, al machismo exacerbado y la violencia de género. No se puede discriminar por nacionalidad desde una tribuna, pero sí se puede decir que es mejor el que se coge a otro, el que anda por ahí rompiendo culos. El que es penetrado, por puto, por ocupar el rol de la mujer, es una escoria social y no tiene aguante. Raro. Pichot sobrevuela esta temática muy por encima pero da en la tecla. Hay que ubicar urgente bajo la lupa esa violencia peligrosísima que destilan –y legitiman culturalmente– las hinchadas.

Lo dice con humor y lo dice bien. Pichot tiene gran registro de su gestualidad, sabe apurar algunas palabras y hasta entiende cómo castigar en zonas hipersensibles, por ejemplo la religión. La observación sobre los curas y la educación deja al descubierto lo vetusto y lo riesgoso de las instituciones educativas tradicionales. Asignaturas que hoy son centrales en el debate político. Hay realidades que no se pueden ocultar. El feminismo tiene ese espíritu: sacar a la luz. De hecho, ella usa una imagen certera, habla de salir del closet del feminismo. Asumirse como mujeres comprometidas con sus propias vidas.

Y así como el monólogo tiene buenos momentos, también tiene zonas grises. Por ejemplo el título, Estupidez compleja, que hace referencia a un concepto que la actriz esgrime para describir imbecilidades de calibre grueso: esas imbecilidades tan imbéciles que generan un cortocircuito mental al escucharlas. Y ahí nomás conecta esta idea a quienes están en contra de legalizar el aborto. Su reflexión en ese tema debería ser sólida porque hay argumentos extraordinarios para defenderla, y básicamente porque es uno de los reclamos centrales del feminismo. Sin embargo, Pichot naufraga, critica a sus detractores leyendo tuits y descalificándolos por sus faltas de ortografía. Una falacia elemental. Y la suelta en directo, sin matices ni doble sentido: “abrieran con h, perfecto, ahí dijimos todo” (19:55), lee en voz alta y corrige para terminar de desacreditar un tuit. Sin querer, toma la misma postura que ella critica de los antifeministas cuando fustigan por pintar paredes en las marchas. La forma no anula el contenido. El contenido se anula con argumentos.

Más allá de eso, que hasta podría ser un detalle, para defender su punto de vista a favor de la legalización toma sólo dos ejemplos perdidos en su timeline de twitter que intentan ingresar en la discusión con argumentos endebles. Eso es reduccionismo. Ojo. No todo es fanatismo religioso ni biologicismos estériles en este tema. Hay argumentaciones legales y científicas que están lejos de ser una estupidez compleja. La discusión de fondo no está en twitter. El enemigo es muchísimo más poderoso y requiere de formación para derribarlo. Esos argumentos tan necesarios, lamentablemente, no están en su monólogo. Es entendible que un espectáculo de standup no sea una cátedra solemne, pero tampoco tiene que tropezar en una omisión evidente.

Pichot se toma muchas licencias, y lo bien que hace. Habla de la gran revolución feminista a partir de la posibilidad de cagar en la casa de un novio nuevo. También habla de la libertad para tirarse pedos. Está bien, sí, suena gracioso. Pero si es tan revolucionario, podría redoblar la apuesta y rajarse un buen pedo en cámara. No sé. Su recurso humorístico es poca cosa desde lo político en ese pasaje. Y como dato al paso, lo de la caca, la menstruación y el cine gore lo repite desde hace años, incluso desde antes de asumir su compromiso político. Tal vez no hacía falta esa repetición.

El feminismo es una amenaza real para el orden económico. Lo fue en sus inicios hace más de tres siglos y lo es todavía más hoy que logró ubicarse como paradigma central de pensamiento, tanto para analizar el rol del Estado como para reinterpretar los vínculos cotidianos. Sus exigencias en relación a la igualdad de derechos, a la libertad de elegir qué hacer con el cuerpo y al fin del machismo hacen tambalear una estantería de verdades y costumbres que está en pie desde el inicio de la historia. El costo de desmantelar semejante imperio es muy alto. Es lógico que el feminismo sea resistido, los cambios sociales son lentos pero cuando emergen con potencia quedan instalados sin opción de retorno. La cuestión está en que ese cambio se expanda. Para eso es vital hablarle a los que piensan distinto. En esa sala donde sucede Estupidez compleja son casi todos feministas. Levantan la mano al principio, se hacen ver. “Es importante que nos hagamos feministas”, dice ella y marca el objetivo. Los convencidos ya están en el juego, de los dos lados de la pantalla. La batalla es por el resto. Insisto, todo humor es político. En especial en estos casos.



Lo más visto hoy