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Salud 14 de mayo de 2017

“La vida real es un escenario mucho más complejo que cualquiera de nuestros laboratorios”

En "Neurociencias para presidentes", Diego Golombek y Nora Bar invitan a conocer todo lo que debe saber un líder sobre cómo funciona el cerebro y así manejar mejor un país, un club, una empresa o su propia vida.

Diego Golombek.

por Julieta Grosso

El biólogo Diego Golombek y la periodista Nora Bar supervisaron el aporte de 16 especialistas que en el libro “Neurociencias para presidentes” analizan la incidencia de la memoria, las drogas o los ciclos de sueño en el proceso de toma de decisiones y trazan novedosas aproximaciones que subrayan el poder persuasivo de la imagen como disparador de conciencia o las ventajas de incorporar los videojuegos al sistema de aprendizaje.

Como nunca antes en la historia, la contemporaneidad ha dotado a los científicos de instrumentos privilegiados que han permitido desde medir el grado de excitación de una neurona hasta “leer” la secuencia que desencadena una decisión, instancia que antes se atribuía a procesos racionales y hoy, gracias a los avances facilitados por esta disciplina, se sabe mediatizada también por factores emocionales.

Esta lógica de la acción articulada entre los factores neurológicos o fisiológicos y los componentes emocionales funciona como el hilo conductor que en “Neurociencias para presidentes” (Siglo XXI) articula capítulos sobre el funcionamiento de las neuronas en condiciones de estrés, la posibilidad de entrenar el cerebro para aumentar la receptividad frente al aprendizaje y hasta la existencia de un correlato entre la conformación de la corteza cerebral y la elección de una ideología.

No son las únicas cuestiones que confluyen en esta obra coral de la que participa un elenco interdisciplinario -integrado por Mariano Sigman, Antonio Battro, Sebastián Lipina, Facundo Manes y Martín Tetaz, entre otros- que explora también otros ítems como la posibilidad de crear aplicaciones pedagógicas basadas en las ciencias neurocognitivas y sobre la manera en que el método científico puede ayudar al diseño de políticas públicas.

“La neurociencia ha avanzado mucho gracias a que la tecnologí­a permite hoy escrudiñar los procesos neuronales con gran precisión. No cabe duda de que seguimos evolucionando y que el cerebro va sufriendo cambios, así que si hablamos de mutaciones y de cuestiones evolutivas entonces tendremos que poner la escala en otros tiempos, muchísimo mayores que cualquier cambio reciente”, señala Golombek, que ayer presentó la obra en la Feria del Libro junto a Bar y la participación de los senadores Juan Manuel Abal Medina y Federico Pinedo

– El boom de las neurociencias perfila un escenario alentador para avanzar en el estudio del cerebro pero también se presta a trampas y exageraciones ¿Cuáles son los principales neuromitos que circulan en torno a esta disciplina?

– Efectivamente hay una especie de “boom” de las neurociencias, lo cual es lógico porque las nuevas tecnologías han permitido avanzar muchísimo a la disciplina, en particular a lo que se refiere la resolución espacial y temporal de los registros y los análisis. Pero ningún neurocientífico que se precie podrá afirmar que esto es todo, desconociendo los efectos sociales y ambientales sobre el comportamiento.

Este es uno de los riegos: reducir todo al análisis neuronal o cerebral, sin reconocer que falta muchísimo para modernizar el funcionamiento de un órgano tan complejo como el cerebro. Otro riesgo comprende el sesgo cognitivo de la causalidad: cuando se activa un área cerebral en un experimento, la tentación de concluir que esa es “el área de…” es muy grande, y caen tanto los científicos como quienes reciben sus noticias. Estos experimentos en general nos permiten llegar al nivel de correlación, no de causa, y hay que tener cuidado con esta limitación.
Neuromitos hay muchos, desde el que usamos el diez por ciento del cerebro, o que la música de Mozart nos hace más inteligentes hasta que tenemos dos cerebros que funcionan por separado, el derecho y el izquierdo. Es parte del necesario folclore de las neurociencias.

– ¿Cuál es la incidencia de las emociones en las decisiones que tomamos? En el caso de un presidente o un funcionario el componente emocional es tan decisivo?

– A partir del trabajo de varios investigadores, sobre todo de Dan Ariely, quien popularizó estos temas en libros como “Predeciblemente irracionales”, está la idea de que más allá de convencernos de la racionalidad de nuestras decisiones, en realidad existen múltiples sesgos cognitivos a la hora de tomar una decisión. Uno de estos sesgos es el emocional. Sin embargo, creo que esto se ha exagerado un poco en los últimos tiempos…

Está claro que las emociones tiñen todo lo que hagamos: nuestras memorias, nuestra atención, nuestras decisiones. Uno podría pensar que entonces es inútil todo lo que hagamos, ya que siempre estará influido por estos filtros cognitivos… sin embargo, saber que existen nos permite reflexionar, tomarnos el tiempo adecuado, escuchar a expertos y tratar de ser menos automáticos e intuitivos.

– Uno de los ejemplos que se utiliza para ilustrar el valor de los componentes emocionales en la percepción de los fenómenos toma el conflicto de la emigración masiva de Siria a Europa. En el libro se plantea la paradoja de que los diarios “deshumanizan” o naturalizan la envergadura de la masacre hasta que aparece una imagen icónica como la del niño ahogado en las costas de Turquía que genera una suerte de shock frente a la misma tragedia que antes aparecía invisibilizada ¿Qué cambios se producen en el cerebro al momento de registrarse una “acción disruptiva”?

– El cerebro es una máquina que funciona sobre la base de estímulos, sobre todo externos y sobre todo visuales. Algunos de estos estudios impactan directamente sobre el sistema límbico (una serie de estructuras que se relacionan con las emociones) que, por otro lado, también se modula por nuestras experiencias y recuerdos. Ciertas imágenes impactan particularmente en lo más profundo que tenemos, también representado en el cerebro, que tiene que ver con la preservación de la especie humana.

Dentro de estas imágenes, la violencia infantil, un niño ahogado, etc., deben pegarnos en algún lugar evolutivamente relevante – además de que activen nuestros mecanismos relacionados con la moral. Digo “deben” porque no necesariamente hay evidencia de qué es exactamente lo que dispara este tipo de reacciones, más allá de que sabemos, por experimentos de resonancia magnética funcional, que determinadas imágenes o hechos que desafían nuestros conceptos morales activan áreas más o menos específicas del cerebro

El lenguaje escrito también es un estímulo visual, que a su vez puede encender otros mecanismos de imaginería cerebral. Sin embargo, su capacidad de síntesis seguramente influya en que produzca respuestas más rápidas y menos intelectualizadas. Por otro lado, todas las sociedades humanas son mayoritariamente “visuales”, más allá de algunas diferencias relativamente sutiles.

– En el libro se afirma que es posible entrenar el cerebro para utilizar lo aprendido en situaciones novedosas y que uno de esos campos es el de los videojuegos ¿Qué beneficios traen estos dispositivos y por qué sin embargo son tan bastardeados a veces por algunos especialistas en aprendizaje?

– Acá hay bastante experimentación, con posturas extremas como la de Jane McGonigall que afirma que los videojuegos nos permiten una visión épica de la vida, y al volvernos expertos podríamos aprovechar esa experiencia para solucionar problemas de la vida real. Es seguro que algunos videojuegos mejoran el tiempo de reacción e incluso algunos aspectos de motilidad fina.

Pero ni el videojuego ni ningún aditamento puede reemplazar a la educación formal; puede, en el mejor de los casos, aspirar a complementarla, con un objetivo claro y bajo la mirada y estrategia del docente.

La vida real es un escenario mucho más complejo que cualquiera de nuestros laboratorios, y en este caso particular no debemos olvidar el entorno en que se desempeñen los alumnos, incluyendo la necesidad de colaborar con el trabajo de la casa, la dieta, la situación social de la familia, etc…

Télam.