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Cultura 25 de julio de 2016

Las ocho preguntas para Sonia López Hanna (*)

(*) Sonia López Hanna es licenciada en filosofía por la UNMdP, docente de esa casa de estudios y becaria del Conicet. Actualmente se encuentra en curso de obtener el doctorado en filosofía por la Universidad de Tres de Febrero.

1) ¿Qué error le molesta más advertir en un texto literario? ¿cuál es el último que halló en el libro que está leyendo o que acaba de leer?
-No sé si considerarlo un error, pero me molesta leer traducciones al español donde las palaras “tío”, “coño”, “comecoños” y demás expresiones horribles aparecen de manera redundante. Me pasó con “Vicio propio”, de Thomas Pynchon. Como decía, no sé si se trata de un error… creo que tiene que ver con ese momento inconmensurable de toda traducción.

2) ¿Qué situación de su vida cotidiana encontró reflejada con sorpresiva exactitud en un libro, una película, una canción o cualquier otra obra de arte?
-Recuerdo (pero no recuerdo si el recuerdo es correcto) leer en, creo, “La insoportable levedad del ser” de Kundera, la descripción de uno de los personajes al caminar por calles repletas de personas, era un personaje femenino y hablaba de su sensación al caminar entre la gente. El personaje sentía que sólo ella hacía los movimientos necesarios para no chocarse con otro; que los otros seguían su camino como si ella no existiera, como si pudieran traspasarla. Es algo que suele sucederme todavía cuando camino entre la multitud.
También, cuando en mi adolescencia escuché aquella frase de Spinetta, cantada por Charly, que reza “leo revistas en la tempestad” sentí que describía víscera por víscera lo que siento frente a situaciones críticas donde se impone buscar una solución. Es un momento de absoluta indiferencia y distancia del mundo, es sólo un segundo, el más soberbio quizás.

3) ¿De qué lugar, personaje común o circunstancia en general que ofrece Mar del Plata se apropiaría para incorporarlo como pasaje central de alguna de sus obras?
-Creo que los viejos (con “viejo” no me refiero a una cuestión de edad, sino más bien de actitud. ¡Estamos rodeados de viejos vinagres! cantaba Luca…) dinosaurios fascistoides, milicos jubilados, exonerados de las fuerzas y ex CNU que pueblan Mar del Plata serían una gran fuente de inspiración para una novela, una de terror, ¡ja! Hablando en serio, la circunstancia de que Mar del Plata haya sido y sea un lugar elegido para ocultarse, ese dato es el que recogería.

4) ¿Cuál es el mejor diálogo que recuerda entre dos personajes de ficción?
-Creo que los diálogos de “Bartleby, el escribiente” con su jefe son de los mejores que he leído. En rigor, el diálogo, y especialmente la respuesta de Bartleby: “Preferiría no hacerlo” a las interpelaciones de su jefe. Siempre es la misma respuesta, es el retorno de lo igual; creo que lo novedoso está en que se diga, se pronuncie, así, sin cambios, cada vez ante preguntas o pedidos que siempre difieren en contenido. “Zama”, de Di Benedetto, está poblado de diálogos maravillosos; no sé si es el mejor, pero el diálogo final fue de esas cosas que entran sin posibilidad de olvido. Al menos a mí me recordó a Hegel (me refiero a la dialéctica del amo y el esclavo) y a ciertas ideas recurrentes en la literatura de Borges: la cuestión del otro, eso del reconocimiento que llega sólo en el enfrentamiento con un otro. Claro que no puedo pensar ese diálogo de manera aislada, el sentido se completa en el todo de la novela (y por ello, tal vez, sea vano que lo reproduzca) y sigue completándose después. Desde que lo leí, pienso que ese diálogo es uno de los mejores finales que he leído.

5) Si le permitieran ingresar en una ficción y ayudar a un personaje, ¿cuál sería y qué haría?
-Ayudaría a Josef K. en el “Proceso” de Kafka. Esa novela me interpeló en cada una de sus líneas. Una especie de grito mudo “tenés que hacer algo” se repitió en mi cabeza mientras leía, las dos veces que la leí. Creo que hubiese hecho algo para que Josef se escape de su condena final, la cual asume abatido sin siquiera saber cuál es su culpa. Sólo quiere poner fin al delirante y pesado proceso. De todos modos, es una sensación genial que me produce la novela, pero aclaro que no le cambiaría una línea.

6) ¿Recuerda haber robado un libro alguna vez? ¿Cuál o cuáles?
-Sí, claro. “Ficciones”, de Borges; y “La estrucutura de las revoluciones científicas”, de Thomas Kuhn.

7) Un extraño hongo se esparce por su biblioteca y consume de manera irrefrenable los libros. Sólo dispone de unos segundos para actuar y salvar a tres de ellos. Lo que usted hace para ganar tiempo es arrojar a la voracidad del hongo a otros tres libros. ¿Cuáles serían los sacrificados y cuáles los salvados?
-¡Qué difícil y polémico! creo que sacrificaría “Yo era una chica moderna”, de Aira; “Las chanchas”, de Bruzzone; y “Suma teológica”, de Tomás de Aquino. Salvaría “El capital”, de Marx; “Zama”, de Di Benedetto; y el “Qué hacer”, de Lenin.

8) Se le concede la extraordinaria excepción de hacerle una única pregunta a uno de sus tantos escritores predilectos. ¿Qué le preguntaría?
-Si fuese Pierre Menard qué libro hubiese querido esribir y, por ende, quién hubiese querido ser.