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Opinión 17 de marzo de 2018

Los últimos nazis y el derecho a la vida

por Alberto Galeano

No hay justicia que valga para Oskar Gröning, el nonagenario contador del campo de exterminio de Auschwitz que se fue de este mundo sin ir a la cárcel por su complicidad con el nazismo.

Su edad de 96 años fue, quizá, el motivo principal para que este hombre endeble y enfermo no cumpliera la condena de cuatro años que estableció un tribunal constitucional alemán.

Sus fotos de los últimos años, caminando en andador y ayudado por policías, contrastan con aquel hombre que lucía orgulloso, a los 22 años, el uniforme de las Waffen SS.

“Nunca he hallado la paz interior”, dijo durante un reportaje con el diario Hannoverische Zeitung, meses antes de la apertura de su proceso. También admitió: “Estuve allí; todo es verdad”.

El contador de Auschwitz no tuvo el mismo destino que Rudolf Hoss, comandante de dicho campo entre 1940 y 1943, que fue juzgado en Cracovia por la muerte de más de un millón de personas, y ahorcado finalmente el 7 de abril de 1947.

Groning, uno de los últimos nazis que fue enjuiciado, murió a los 96 años en un hospital, sin haber ingresado en

prisión.
Pero a diferencia de Hoss que en su autobiografía “yo, comandante de Auchwitz” señala que “nunca comprenderán que tenía razón”, Groning pidió perdón a los sobrevivientes y familiares de las víctimas.

Y, además, lamentó no haber actuado ante unos crímenes de los que, dijo, fue perfectamente consciente.

Pedir perdón tiene algún mérito si se compara a Groning con Ivan John Demjamjuk, ex guardia ucraniano del campo de exterminio de Sobibor, que falleció sin arrepentirse por su papel en los crímenes nazis, tras ser juzgado y condenado por la matanza de 27.900 judíos.

Para el director del Museo del Holocausto de Buenos Aires, Jonathan Karszenbaum, “el arrepentimiento no resuelve el crimen cometido, pero muestra un sesgo de humanidad de parte de los criminales”.

“Quien cometió un delito de lesa humanidad merece la cárcel, según las normas de cada país. A nuestro modo de ver el arrepentimiento puede facilitar pruebas o dar cuenta del crimen”, dijo en declaraciones a Télam.

Karszenbaum opinó que muchos criminales nazis “mostraban algún tipo de justificación más que de arrepentimiento” por lo que habían hecho durante el Holocausto.

“Generalmente, los que cometen genocidios no se muestran arrepentidos, porque el arrepentimiento destruiría toda esa construcción supuestamente racional del crimen”, agregó.

En una entrevista con Der Spiegel, Groning recordó su primer día de trabajo en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau en 1942.

“Llegó un nuevo vagón. Me tocó el turno en la rampa. Mi trabajo consistía en vigilar el equipaje (…) De repente se escucharon los gritos de un bebé. La madre lo dejó atrás, quizás, porque sabía que a las mujeres con bebés las enviaban directamente a las cámaras de gas. Vi como un miembro de las SS tomaba al bebé por las piernas. Le molestaban sus chillidos. Entonces, lanzó al bebé de cabeza contra las barras de hierro de un camión… hasta que se calló”.

Groning trabajó en las barrancas administrativas de Auschwitz. Su trabajo consistía en recoger el dinero que traían los judíos en sus equipajes.

Durante dos años, envió ese plata a la sede de las SS en Berlín, hasta que fue trasladado al frente para luchar contra los aliados en la batalla de las Ardenas en Bélgica.

Cuando se lo juzgó en julio de 2015, fue considerado cómplice del asesinato de 300.000 personas de ese campo de concentración, por lo que se lo sentenció a cuatro años de prisión.

De todos modos, el contador de Auschwitz siempre dijo que jugó un rol secundario en el traslado de miles de judíos húngaros en 1944.

La defensa rechazó su encarcelamiento al considerar que, a una edad tan avanzada, violaría el “derecho a la vida”.

Pero un médico de la corte constitucional de Alemania dijo que el acusado podía cumplir su sentencia.

¿Por qué la justicia alemana tardó tanto en juzgarlo?

Recién en 1977, en Francfort, se descubrió el pasado del contador de Auschwitz y de otros 61 nazis, pero ocho años más tarde el fiscal del caso abandonó las investigaciones.

El acta sobre por qué se cerró el caso nunca pudo ser hallada, según el diario alemán Der Tagesspiegel.

Pero en 2011, cuando unos nuevos reglamentos judiciales entraron en vigor, la justicia alemana ya no necesitó más pruebas de que existió una participación directa de los acusados en las matanzas de los campos de concentración.
Desde entonces, en un avance judicial sin precedentes, se pudo juzgar a cualquier persona que servía en los campos, desde los cocineros hasta el personal médico.

Hay otros casos resonantes como el del ex enfermero Hubert Zafke, de 96 años, acusado de ser cómplice del asesinato de 3681 judíos -entre ellos la niña Ana Frank, autora de un célebre diario íntimo- en las cámaras de gas en Auschwitz.

Sin embargo, a mediados de septiembre de 2017, la justicia alemana anunció que abandonaba dicha causa, debido a que el acusado sufre demencia y no está en condiciones de comparecer ante la justicia.

Zafke, al igual que Groning, se enroló en su juventud en las Waffen SS (las fuerzas de élite del ejército alemán), dirigidas por Heinrich Himmler.

Este criminal, sin embargo, tampoco fue a la cárcel: se suicidó tras ingerir una cápsula de cianuro poco después de ser arrestado por oficiales británicos en mayo de 1945.

Télam.



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