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06-05-2015

El desafío de Pavón

Por Walter Vargas

Los superclásicos están llenos de héroes accidentales, luminarias fugaces, cracks de un ratito, pero en el caso particular de Boca Juniors hay una curiosa tradición de punteros que asomaron como para escribir historia grande-grande y duraron lo que la luz de un fósforo o se diluyeron sin pena ni gloria; entre otros, he allí el desafío de Cristian David Pavón, persistir, crecer, consolidarse.

Nacido en Anisacate, o Anizacate, a 10 kilómetros de Alta Gracia y 47 kilómetros de la capital cordobesa, debutante en la primera de Talleres a los 16 años y destacado en su fugaz paso por Colón de Santa Fe, pudo haber sido jugador de River pero a Daniel Passarella le falló el olfato y Pavón terminó recalando en Boca, donde hoy no será un ídolo, porque ídolos hay más bien pocos, pero es la cara bonita de estos días, la figurita más preciada del álbum.

Abrigados y en casa, los méritos y los murales que ya nadie podrá quitarle, quedará por ver cuánto hay en Pavón de futbolista capaz de llevarse bien con las mesetas que preanuncian un nuevo salto de calidad e incluso con las declinaciones propias de alguien que el 21 de enero recién cumplió 19 años.

Casi todo está por verse en Pavón, salvo lo ya visto, las buenas aptitudes de un wing a la antigua (rápido, encarador, nada negado con la pelota y corajudo), pero siempre atentos a elementos que a menudo son relativizados u omitidos: la evolución futbolística está ligada de un modo directo a la evolución personal y la evolución personal y la futbolística también están subordinadas a los caprichos de las circunstancias y de los azares de esas circunstancias.

En la historia de Boca constan, por ejemplo, no menos de cinco casos de punteros que a poco de debutar fueron pasión de multitudes y que "por h o por b" terminaron devorados por la noche de los tiempos.

El primero se llamó Víctor Hugo Romero pero para los hinchas de Boca fue, sencillamente, Romerito, un misionero que con edad de adolescente debutó en la Primera en un Superclásico (en 1967, a los 17 años), un rapidito que dejaba surcos por la banda izquierda, un portento de habilidad, por si fuera poco, que un día fue la tapa de la revista El Gráfico, otro día perdió la condición de titular, al año jugó poco, al siguiente no jugó y al final devino un nombre más perdido en los cables de las agencias internacionales que reponían los resultados de los torneos de Bolivia y de Perú.

El segundo fue Miguel García en la década del setenta (crack en ciernes que se frustró rápido por una delicada afección en la vista) y el tercero fue el muchacho del apellido difícil, Horacio Matuszyczk, el "Polaco", que a poco de debutar en Primera se postuló como el legítimo hijo del viento y al cabo de un puñado de partidos más o menos destacados, que incluyeron una convocatoria a la Selección Nacional, fue cedido a Racing y, tras un par de temporadas en Avellaneda emigró a Chile, y de Chile a Venezuela y en Venezuela vive hoy, donde labora como director técnico a los 53 abriles.

Un poco después de los resplandores de Matuszyczk, hablamos del lapso que va de 1981 a 1983, dispuso de sus 15 minutos de fama el exquisito Marcelo Stocco, pero, otra vez sopa, Stocco deslumbró a tirios y troyanos, incluso a César Luis Menotti, pero este hábil centrodelantero, que también podía jugar de wing, cayó en pozo tras pozo por inhibitorias lesiones que primero redundaron en su salida de Boca y después precipitaron su retiro de las canchas.

Más hacia finales del siglo XX llegó el turno de Adrián Guillermo, que en las doradas épocas del 'Virrey' Carlos Bianchi apareció de la nada para armar una gran jugada que permitió a Martín Palermo convertir un agónico gol con sabor a medio título.

Parecía que a Guillermo Barros Schelotto le había salido una competencia de fuste, pero, qué va, "Escobillón" Guillermo jamás volvió de una lesión en la rodilla derecha, tampoco de su brumosa conducta, de modo que devino en esforzado trotamundos de las canchas que hoy se gana la vida en equipos regionales.

¿Hacia dónde marchará Cristian Pavón? Quién sabe, nadie lo sabe, mucho menos el propio muchachito Pavón, que de momento disfruta del presente pleno de su flamante gloria y ejerce la despreocupada imponencia de su lozanía.