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04-07-2015

El día que Perú se hizo argentino

por Carolina Salvatore (*)

Fueron los minutos más agónicos desde el último recuerdo feliz de la Selección peruana. En una revoltosa Lima, de tránsito descontrolado y movimiento frenético, no quedaba nadie en las calles. La ciudad estaba en silencio, pero cada tanto se escuchaba algún grito. Desde el octavo piso de mi edificio podía percibir la tensión. Era un empate uno a uno y Perú jugaba con un hombre menos. El sueño de una final estaba más que cerca y por primera vez en muchos años la gente había recobrado la confianza por este grupo de jugadores, de guerreros de la pelota que dejaban su corazón en cada toque, y que tenían un líder llamado Ricardo Gareca. Pero la ilusión duró un suspiro. Habían aguantado todo el partido con diez jugadores y aún así lograron igualar el encuentro hasta el gol del chileno Eduardo Vargas. Dicen que el silencio no se escucha, pero les juro que yo ese día lo escuché.

Fue difícil volver al ritmo cotidiano. Es que la sensación de amargura era más y más fuerte a medida que pasaban las horas. Aquí todos piensan que el árbitro había sido implacable contra Perú y demasiado blando con Chile. Era una injusticia que se arrastraba desde el partido en el que los "mapochos" se enfrentaron a Uruguay buscando la explosión y expulsión de Edinson Cavani, provocando a un jugador que estaba pasando por uno de los peores momentos de su vida. Usando un dedo para hacerlo saltar de ira.

Los peruanos no encontraban explicación para tanta ilusión rota. Cómo explicarles entonces que la "justicia" del fútbol es injusta y que no siempre gana el que merece. Se habían quedado en la puerta de una final, con sus pasajes en mano, embarcados en la ilusión, pero alguien les había robado el sueño. Les cerraron la puerta en la cara.

Es humillante, doloroso, escuchar que un estadio entero silba el himno de tu patria. Nos pasó en el Mundial de Italia '90 y lo recordamos con la imagen de Diego Maradona desbordando de bronca en una cancha repleta que no nos quería. Perú también ya lo había vivido en las eliminatorias del '97 contra Chile. Aquello fue una verdadera  batalla campal. Además de hostigar a los jugadores desde la llegada a Santiago, les pusieron parlantes en los vestuarios para que escucharan los cantos xenófobos y agresivos de la "Furia Roja". Lo peor llegó cuando debieron entonar las estrofas de su himno sagrado, aún estando prohibido en esa clase de partidos. Los silbidos bajaban de la tribuna cargados de violencia y odio. Un muñeco de un mono rodaba por las gradas con una camiseta peruana y los cantos racistas aturdían a todos. La humillación fue demasiada. Ahora Perú veía en esta semifinal de Copa América la posibilidad de vengar ese momento, pero una vez más se fueron con la sensación de que les habían robado todo.

La historia entre ambos países no es meramente deportiva. No se trata de un enfrentamiento al estilo Argentina -Brasil. El fútbol muchas veces da la oportunidad de ese desquite que los pueblos buscan para dirimir cuestiones dolorosas de la historia, y esta no era la excepción. Habiendo pasado cientos de años, Perú no perdona la Guerra del Pacífico y como Chile lo despojó de sus tierras en la controversia por Tacna y Arica. Tampoco el reclamo por sus límites marítimos que, gracias a un fallo de la Corte Internacional de La Haya, pudieron recuperar el año pasado. Son los mismos dolores que siente Bolivia o que sentimos nosotros, por ejemplo, cuando cedieron las bases para los ingleses durante la guerra de Malvinas. Pero con Perú la histórica rivalidad se traduce hasta hoy en el pisco y el ceviche. Los chilenos también aseguran que les pertenecen.

Ni bien terminó el encuentro futbolero entre Chile y Perú, mis redes sociales se vieron invadidas por mensajes de apoyo latinoamericano. Aquí no había quien dejara de alentarnos para que lleguemos a la final, para que le ganemos a Paraguay y para que enfrentemos a Chile. Sienten que somos nosotros quienes podemos vengar y defender la historia en 90 minutos de juego. Está claro que no se habla únicamente de una revancha futbolera, sino de la defensa del honor, de "la gloria".

Cuando llegó el partido de semifinales entre Argentina y Paraguay, otra vez pude percibir la tensión de la gente, como si se tratara de su selección. Me acomodé en el sillón de casa con mi perro, le puse su camiseta de fútbol y nos preparamos para sufrir. No era nada grato ver el encuentro sola, pero cuando vivís fuera de tu país no te queda otra. Así que con San Expedito en una mano y el celular en la otra, tomé coraje y me puse frente al televisor. Por un momento hasta perdí la noción del tiempo y espacio, y creí que estaba en mi  casa de Mardel. Es que ni bien llegó ese majestuoso tiro libre de Messi y la anotación de Rojo, la gente festejó con un  grito de gol que subió hasta mi ventana en el octavo piso. Cada jugada encantadora, cada cambio en el marcador, servía para liberar la bronca de haber quedado fuera de la final y acercarse a la ilusión de que sea Argentina quien vengue el honor peruano frente a Chile.

Terminó el partido y mis redes sociales estallaron. No había quien no dejara un mensaje en mi Twitter, Facebook o me escribiera al celular. Hasta hoy lo hacen. La gente aquí en Perú estaba emocionada. Parecía que eran ellos quienes iban a jugar esa final que se les había escapado con un poco de ayuda del árbitro. El mensaje me llegaba explícito y claro: "Ahora deben golear a Chile".

Por un lado todo esto me genera emoción. Por otro siento una presión parecida a la de los futbolistas cuando salen a la cancha. Las ventas de camisetas argentinas se multiplicaron, las de Messi ya están agotadas. Desde aquella goleada contra Paraguay, cada uno que escucha mi acento me dice algo así como "mira que soy más argentino que nunca". Los mensajes no solo llegan de la "calle", también de las figuras más reconocidas del país. Hasta el mismo Jaime Bayly no dudó en tomarse una foto con la celeste y blanca para subirla en su Facebook con el mensaje "gritemos los goles argentinos como si fuesen peruanos". Les juro que tanto entusiasmo, fuera de mi patria, me conmueve.

No puedo imaginarnos en su situación. Argentinos usando la camiseta de otro país, gritando los goles ajenos, viviendo una final con tanta pasión como si fuese nuestra. Sin embargo esa admiración que despierta este grupo de  jugadores, hacen que nuevamente Perú se una a esta causa llamada Copa América, como pasó en Malvinas, como pasa siempre.

Son horas de espera, de ansiedad, allá y acá. Hoy dos naciones se vestirán de celeste y blanco, y se unirán como hermanos latinoamericanos para celebrar en un grito de gol,  una Copa que generosamente, y de ganarla, deberíamos compartir. Eso espera este país, que no tiene prejuicios ni juicio para dejar por noventa minutos su "pe" y cambiarlo por el "che", su ceviche por la parrillada, su Paolo Guerrero por Messi, su bicolor por nuestra camiseta. Compartirla con este Perú que será más argentino que nunca.

(*): Periodista marplatense radicada en Lima, Perú.