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17-09-2014

No hubo persona más generosa

por Nino Ramella

La generosidad es una actitud sobrevaluada. No es absolutamente un mérito. No puede haber un mérito si hacemos lo que nos da placer. Pensé mucho en esa frase. La había pronunciado el ser más espléndidamente generoso que yo haya conocido en mi vida, ante mi reproche sobre su dispendiosa manera de dar su dinero. China Zorrilla, con inapelable lógica, devaluaba así lo que yo consideraba su virtud más admirable y no la más sabida.

La conocí hace más de 30 años. Por aquel entonces ella hacía temporada en Mar del Plata (¿hacía Emily?) pero vivía en La Posta del Ángel allá en Santa Clara. Venía manejando esos veinte kilómetros y sistemáticamente paraba en el GADA 601 para subir a aquel auto, un Citroën GS, a los colimbas que esperaban el colectivo bajo el refugio. Habitualmente si veía en cualquier calle de la ciudad a una mujer anciana o a una embarazada paraba el auto y se ofrecía a llevarla.

Matilde, acompañada por su marido, encontró a China en la Boston de la costa. Le dijo que la admiraba pero que como ambos eran jubilados no podían pagar la entrada al teatro. Por supuesto que China los invitó a ver la obra, pero no terminó allí su gesto. A partir de ese momento les pagó expensas, teléfono y hasta el entierro del hombre cuando pasado un tiempo Matilde enviudó. Nadie me lo contó. Fui intermediario de esos pagos y guardo las cartas de Matilde agradeciendo cada "gesto".

Aquel Citroën fue luego cambiado por un Falcon. China manejaba de un modo, digamos especial. En su hombro, como si fuera el loro de un pirata, iba Vinnie, la perra cocker blanca y negra con la que iba a todas partes. En ese auto me pasó a buscar un día de verano para almorzar en un restaurant que sólo servía spaghettis con variedades de salsas. Ibamos por la avenida Luro y al llegar a la costa enfrentamos la playa popular, en la que no cabía una persona más. Allí escuché aquella frase que luego oí muchas veces, aplicada a otras tantas anécdotas de las que China ha sido cantera: uuuyyy?¡cuánta gente...con razón no viene nadie!

Cierta vez, charlando sobre su idea de llevar al cine una historia real descubrimos que el amigo de China que la inspiró estaba emparentado con mi madre. Se llamaba Samuel Correa, papel que hizo Darío Grandinetti en Darse cuenta, película que junto a la misma China también protagonizó Beto Brandoni. Un día descubro a Samuel en la playa con el cuerpo cruzado de cicatrices. Había sobrevivido a un accidente tremendo gracias al esfuerzo de un médico que, empecinado en salvarlo, revirtió el funesto pronóstico de sus colegas. Y yo dije?¡esto es una película!

No recuerdo ya si para Semana Santa o para vacaciones de invierno China ocupó por una semana mi departamento en la costa. Por aquel entonces hacía Noches chinas. Lo que más ponderaba era la luz, el sol y la vista. Y de ahí en más pasó a ser esa circunstancia parte de mi identidad. Alguna vez la encontré comiendo en Edelweiss, en Buenos Aires. Tras los saludos el comentario que pasó definitivamente a estar ligado a mi nombre: no sabés el sol que hay en su casa.

Al día siguiente de instalarse en casa la llamo para saber si se había sentido cómoda. En pocas horas ella ya sabía el nombre de todos los vecinos del edificio. Había aprendido lo que yo no había logrado en varios años.

Cumplíamos años el mismo mes, con 9 días de diferencia. Profano en lides zodiacales recuerdo hace muchos años haberle regalado un libro dedicado a una ariana de ley cuando en realidad su signo era Piscis. Un bochorno de mi parte.

En los últimos tiempos mis contactos con China estuvieron ligados a una actividad muy específica: las visitas a los institutos de menores. Me tocó presidir el Gabinete Social del Instituto Cultural de la Provincia y uno de los programas, que bautizamos Dar de nuevo, trataba de mitigar la realidad de ese universo de menores en conflicto con la ley penal, es decir chicos presos. China iba regularmente a visitar a esos chicos. Claro está, me aproveché de nuestra amistad para multiplicar esas visitas.

Se quedaba charlando con ellos. Refrescaba anécdotas, se interesaba por lo que pudieren contarle de sus vidas, se reían juntos. Los hipnotizaba. Esa mujer que no tuvo hijos se convertía en la madre más amorosa. Nunca pensó en si habría medios o si íbamos a dar difusión a su visita. Nunca dijo que no cuando le preguntábamos si nos acompañaba. Teníamos que sortear el obstáculo de Laura, su asistente, que con toda razón evitaba que llegáramos a China pues nunca se negaba a pesar de su edad. La iba a buscar para hacer muchos kilómetros hasta alguno de los institutos provinciales. Escucharla en el viaje siempre fue un deleite. Una vez recuerdo haberla llevado de Mar del Pata a Buenos Aires. Hice ese trayecto miles de veces. Nunca me resultó más corto.

La última vez los chicos presos habían visto el día anterior por televisión Esperando la carroza. Se habían aprendido muchos de los inolvidables parlamentos de esa película, que repetían con la complicidad y ayuda de la mismísima heroína de aquel clásico. China llegó a ser muy popular entre los chicos. Cierto día en el Coliseo Podestá de La Plata le hicieron un homenaje. Un par de chicos pidieron permiso para llegar al lugar y regalarle una de las típicas artesanías en contextos de encierro: un gran barco hecho con los palitos de helado. No fue posible. El juez no dio los permisos. Lo odié.

Su generosidad a veces la metía en problemas. Una vez me llamó para consultarme algo. Había logrado a través de una legisladora una pensión graciable, no me acuerdo si para una anciana o una chica discapacitada. La cuestión era que esa legisladora le pedía que intercediera para que Mirtha Legrand la invitara a uno de sus almuerzos televisivos. Imaginate, si no lo hago tengo miedo de que le retire la pensión...argumentaba como anticipando que lo haría y exhibiendo cierta desconfianza con el personaje. Yo le dije que tenía un pésimo concepto de esa mujer.

Una noche suena el teléfono en mi casa. Era China. ¿Estás viendo televisión? La diputada está denunciada por malversación de fondos ¡y tráfico de niños! No necesité decirle el obvio yo te dije. Ella misma lo recordó.

Hay personas ?muy pocas- que cuando se van nos sumen en la orfandad. Eso ocurre con la muerte de China Zorrilla, que encuentra en todos nosotros a los hijos que la vida no le dio.