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17-10-2014

El Londres de Wilde

Por Nino Ramella

Tres vasos con restos de vino del Rin y una carta a su nombre fue lo que Lord Alfred Douglas, Bosie, encontró el 6 de abril de 1895 en la habitación 53 -hoy 118- del Hotel Cadogan de Londres. Pocos minutos antes la policía había arrestado en ese lugar a Oscar Wilde, su amante.

Ese día, dos de los más cercanos amigos de Wilde, Robbie Ross y Reggie Turner, intentaron vanamente persuadirlo de que huyera a Francia. Wilde simplemente se fue al Cadogan y se instaló allí, indeciso. A eso de las cinco de la tarde un periodista del Star, Thomas Marlowe, fue al hotel y le dijo que acababa de mandar un mensaje al diario anunciando que se había librado una orden de arresto en su contra.

Wilde se quedó blanco pero no se movió. Permaneció con sus amigos bebiendo vino del Rin con soda hasta que los detectives llegaron una hora más tarde, según cuenta Trevor Fischer en su libro ?Oscar y Bosie. Una pasión fatal?. Oscar preguntó si podía escribir una carta y su pedido fue concedido. Desde el hotel lo llevaron hasta la estación Bow Street y de allí a la prisión Holloway.

El Cadogan Hotel fue construido en 1887 y está situado en una de las zonas más refinadas de Londres, en el 75 de la calle Sloane y a pasos de la plaza del mismo nombre. Muy cerca está también la estación Knightsbridge del subte. Allí vivía la actriz Lillie Langtry, amante del rey Eduardo VII. De 28 metros cuadrados la habitación 118 tiene techo azul y paredes color chocolate, cortinas de raso y el respaldar de la cama es de terciopelo. Como hace esquina, tiene tres espléndidas ventanas que dan directamente sobre las calles Sloane y Cadogan Gardens.

Claro que está renovada, pero se mantienen el estilo y los colores que tenía por aquella época, me dijo amablemente la joven que desde la conserjería me acompañó, para mi asombro, a conocer esa habitación. Era mi día de suerte. Nadie la ocupaba. Pues lo cierto es que cualquiera que esté dispuesto a pagar muchas libras puede dormir allí, como no lo hizo Oscar Wilde aquella fatídica noche del 6 de abril de 1895.

De metido nomás, abrí el placard. Quedé paralizado. Un viejo saco fumoir, de esos de seda matelaseada con cordones en las solapas y los puños, colgaba del barral. Mi joven guía se rió. No, no es el de Wilde, pero es alegórico a los que él usaba.

Pensé que si yo hubiera estado allí hace 119 años habría tratado de raptarlo para sacarlo de Inglaterra y evitarle el trágico final. Especulación fácil para quien ya sabe el final, ¿no? Además su tragedia aceita indudablemente esa wildemanía que el escritor irlandés despierta en el mundo entero. Ni siquiera habría estado yo espiando dentro de esa habitación si las cosas hubiesen sido de otro modo.

Cavilaciones al margen, lo real es que la ciudad en la que el escritor desplegó su genio, escandalizó a la sociedad victoriana con sus obras provocativas, donde fue mimado y luego execrado por la aristocracia, esa ciudad en la que el excéntrico líder del movimiento esteticista se paseaba orondo con su clavel verde y vestimenta estrafalaria, esa ciudad de la que bien conocía los barrios de extramuros en los que se movían los chicos de alquiler... esa ciudad alucinante que es Londres nos regala todavía hoy decenas de espacios que fueron escenarios en los que Wilde reinó desde que se instaló en ella en 1879.

La Iglesia de St. James

Oscar Fingal O?Flahertie Wills Wilde se casó con Constance Mary Lloyd el 29 de mayo de 1884. Eligieron la Iglesia St. James, ubicada en Westbourne Terrace y Sussex Gardens, Paddington. La novia era hija de un prestigioso abogado irlandés y es de suponer que eligieron esa Iglesia en virtud de que su abuelo paterno tenía una casa importante a la vuelta de la esquina, en Lancaster Gate, donde tuvo lugar la fiesta luego de la ceremonia religiosa.

Vaya a visitar esta Iglesia y aproveche la oportunidad de pasear por uno de los barrios más bonitos de Londres. Además, si es usted un fanático de Wilde, podrá interiorizarse del proyecto de instalar en el templo un recuerdo permanente a Oscar y Constance. La Oscance Fund es la organización que lleva adelante la iniciativa.

La casa familiar... y no tan familiar

El flamante matrimonio pasó su luna de miel en París y al regresar se instaló en el 16 de Tite Street (hoy renumerada como 34), en el espléndido barrio del Chelsea. Wilde, un obsesionado por la belleza y la estética, utilizó en decorar la casa gran parte de las 5.000 libras esterlinas que aportó Constance como dote. El dueño de casa se valió de los aportes profesionales de E.N. Godwin, arquitecto y diseñador teatral. Allí vivió desde 1884 hasta 1895 y allí nacieron sus dos hijos, Cyril en 1885 y Vyvyan en 1886.

William Butler Yeats solía contar que cuando fue a una comida de Navidad a la casa de los Wilde se quedó asombrado por lo inmaculadamente blanco de las paredes, muebles y alfombras y por la elegancia de los arreglos de la mesa.

La casa, de frente de ladrillo, es igual al resto de sus vecinas de cuadra, como es típico que ocurra en Inglaterra. De tres plantas, cada una de ellas aloja hoy a distintos inquilinos. Un círculo azul, de los que marcan sitios históricos, reza: ?Oscar Wilde 1854/1900. Ingenioso y dramaturgo, vivió aquí?.

Una chica sale a tirar la basura. Cuando le pregunto qué siente al vivir en la casa de Wilde me mira sin entender mi asombro. ?Bueno... vivo en el estudio de la planta baja...?. No atinó a otro comentario. Le hubiera querido recordar que en ese lugar fueron escritas algunas obras inolvidables como "El príncipe feliz y otros cuentos" (1888), "El cuadro de Dorian Grey" (1891), "El abanico de Lady Windermere" (1892), "Una mujer sin importancia" (1893), "Un marido ideal" (1895) y la inolvidable "La importancia de llamarse Ernesto" (1895). No se lo dije. Seguro que ya lo sabía. Simplemente no tenía por qué compartir mi fetichismo, ¿verdad?

La casa de la calle Tite no fue albergue sólo de la familia de Wilde. Cuando su mujer e hijos salían de la ciudad, Oscar recibía a su corte de jóvenes admiradores y también a amantes. Bosie Douglas entre ellos, cuyo padre, el marqués de Queensberry, también conoció la casa. Fue el 30 de noviembre de 1894 cuando ásperamente le exigió a Wilde que dejara de ver a su hijo.

Otros puntos del Wilde Tour

En el teatro Royal Haymarket Wilde estrenó en 1893 su primera comedia: "Una mujer sin importancia", a la que casi inmediatamente siguió "Un marido ideal". El teatro está en el corazón de Londres, muy cerca de la estación de Piccadilly Circus del subte. El Salón Oscar Wilde es un lujito que se dan algunos. Puede alquilarse para que le den allí un recibimiento preferencial a usted y a sus invitados desde 30 minutos antes de la función. Le convidarán champagne y un acomodador los llevará a sus plateas apenas un instante antes de que comience el espectáculo.

El Café Royal, ubicado en el 68 de Regent Street, Piccadilly Circus, es tal vez el lugar favorito de nuestro personaje y lo era también en su tiempo de los literatos más prestigiosos. Se dice que tanto lo mimaban que cuando se le escuchó decir que detestaba los papeles pintados de las paredes, inmediatamente ordenaron pintarlas de blanco. Allí conoció a George Bernard Shaw -su compatriota-, presentado por Frank Harris.

En 1892 Bosie le presentó a su padre al notable dramaturgo. Curiosamente de ese encuentro el marqués de Queensberry quedó encantado con la conversación que tuvo con Wilde entre copas y cigarros. Ese café fue, además, el sitio en el que las familias Wilde y Queensberry -tras la muerte del dramaturgo- acordaron hacer las paces luego de años de agresiones mutuas.

En el 19 de St. James street una cigarrería, que hoy lleva el nombre de James J. Fox y antes era Robert Lewis, es el sitio en el que Wilde compraba sus puros. A unos pocos pasos, más exactamente en el 6 de la misma calle, está abierta desde hace 400 años la sombrerería más famosa del mundo: Look & Co. Con aires de leyenda se dice que ha sido el único cliente que gracias a su verba consiguió no pagar los tres sombreros que de allí se llevó.

A pocos pasos, en el 23 de King street estaba el que muchos mencionan como el teatro más espectacular que alguna vez tuvo Londres, el St. James Theater, donde Wilde estrenó "El abanico de Lady Windermere" y "La importancia de llamarse Ernesto".

Pero si de seguir los pasos de Wilde por Londres se trata, no podríamos dejar de hacer el recorrido que comenzaba en las calles Berkeley y Piccadilly, la esquina donde estaba el Hotel Berkeley. El espectacular edificio, hecho en 1850, albergaba a uno de los mejores restaurantes de la época. Wilde era un habitué y de vez en cuando también utilizaba las habitaciones.

Muy cerca, la famosísima Royal Arcade (esa misma en la que no se puede silbar ni abrir un paraguas pues está penado), une a Albemarle street con Old Bond street. En ese lugar Oscar Wilde compraba sus célebres claveles verdes, que se habían constituido en un código de identificación secreta entre los homosexuales de la época.

El 14 de febrero de 1995, un acto de reparación histórica ocurrió en la Abadía de Westminster. Ese día, en lo que se conoce como el rincón de los poetas, uno de los vitreaux recuerda el nombre de Oscar Wilde. El templo se había resistido más de cien años a poner allí su nombre por su condición de homosexual. Cuando enfrenté ese sector levanté la vista y miré hacia la izquierda. Ni a Charles Dickens ni a Rudyar Kipling parecen importarles tan indecente compañía.

Los rincones referidos a Wilde se multiplican en Londres. Uno de los últimos homenajes fue inaugurar el monumento que hizo la escultora Maggi Hambling. Si usted sale de la estación Charing Cross rumbo a Leicester Square se lo topará. Está sobre la calle Adelaide a metros de Trafalgar Square. Se llama "Una conversación con Oscar Wilde" y representa la cabeza y los hombros del dramaturgo irlandés tallado en el bronce, levantándose de lo que parece ser un ataúd de granito. Un cigarrillo de bronce desaparece de tanto en tanto, atesorado seguramente por algún fanático de Wilde. Usted podrá sentarse en ese monumento, en el que se lee la famosa cita wildeana: ?Estamos todos en la cloaca, sólo que algunos de nosotros estamos mirando las estrellas?. Sentado allí vino a mi memoria aquella frase de Jorge Luis Borges: ?Leyendo y releyendo, a lo largo de los años, noto un hecho que sus panegiristas no parecen haber sospechado siquiera: el hecho comprobable y elemental de que Wilde, casi siempre, tiene razón?.