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27-02-2015

"El teatro está para tirar de la alfombra, para desestabilizar"

Hugo Arana con una extensa trayectoria en cine, televisión y teatro, habla de la actualidad del texto de "La Nona", de sus recordados "Mosqueteros" y de una sociedad sin lugar para el sueño.

Hugo Arana tiene un riquísimo papel actoral en "La Nona", la comedia dramática de Tito Cossa que protagoniza Pepe Soriano y que estará hasta el 14 de marzo, de jueves a martes a las 21.30, en el teatro Bristol.

El actor obedeció a la curiosidad cuando, jovencito, leyó un cartel que decía "Hágase actor" y nunca más quiso dedicarse a otra cosa. Hoy considera que la función del teatro se vuelve fundamental en una sociedad que necesita recuperar la capacidad de reflexión.

Intérprete lúcido de la realidad, el artista afirmó en alguna oportunidad: "yo les rajo a los ismos", porque encarcelan y no permiten discernir lo que hay entre las posiciones extremas. Sobre el aporte que él puede hacer a la salida de esta encrucijada, dijo en un diálogo con LA CAPITAL: "Yo soy un actor, quiero ser cada vez más idóneo, que tenga un sentido mi tarea. Más no puedo. No nací Jesús".

Sobre "La Nona", que fue reestrenada en esta ciudad a 38 años de su debut y abrirá en marzo una temporada en la calle Corrientes de la Capital Federal, dijo el actor: "El público se engancha con el humor, que lo tiene, se divierte como loco, pero después se pregunta ‘¿de qué me río?’. Tiene un humor ácido, negro, sorprendente. Y, además, estimo que es para la lectura de todas las subjetividades. Uno puede ver a su padre, a un vecino, lo que quiera, pero Tito está hablando de algo más planetario".

- ¿De qué nos habla en 2015 la voracidad de la Nona?

- Yo alguna vez leí la cantidad de países donde "La Nona" se ha hecho. En Internet encontré un artículo de un politólogo griego que arranca, con comillas: "´La Nona´, ese cuento de la abuela que come y come y come y va destruyendo una familia…", como prólogo para meterse en la realidad política de Grecia. Me agarró un orgullo, por argentino, por tener una obra que es un símbolo, que tiene una lectura para cualquier comunidad en cualquier lugar del planeta. Puede estar hablando de los fondos buitre, la banca internacional, lo que quiera. Lo que ha conseguido Tito Cossa es maravilloso. Él la escribió en el 77, en plena dictadura, y estaba hablando del fascismo, profundamente. Creo que los milicos no se dieron cuenta. Por algo el autor pidió un actor varón, para que no hubiera una identificación con una abuelita que come. La estrenó, en teatro, y después, Pepe, en cine. Ahí ya aparece una metáfora, hay un distanciamiento.

- ¿Conoce personajes como Chicho? ¿Se basó en alguno?

- Sí, conozco varios, pero no me basé en ninguno. Trato de componer siempre con la misma mecánica. Primero, trato de descubrir qué quiere mi personaje, que creo que es el deber de un actor. Entonces, empiezo a descubrir quién se le opone, quién es aliado y quién no. Entonces, ya estoy en el conflicto.

- Es capaz de cualquier cosa por no trabajar. ¿Lo cuestionó en algún momento?

- No, no lo puedo juzgar. Lo amo. Tengo que tratar de comprender desde adentro qué mecanismo está funcionando, y pienso que los extremos son iguales, siempre. Un facho, un violento, es un ser lleno de miedo. Entonces, puedo hasta tener pena, decir: "¡pobrecito!". Chicho tiene uno o dos instantes donde se le ve la cara que está absolutamente oculta, que es la de un fracasado profundo. Un ser que quiere comer de arriba y no mover un dedo es un fracasado profundo. Hay un mundo de goce y alegría que no lo puede recorrer, porque, en algún lugar, sabe que está siendo un parásito. Entonces, a mí me divierte y me enternece como loco, porque es un personaje singular, lleno de color, y no me olvido de que es un personaje, no un amigo mío. Entonces, no lo puedo juzgar ni condenar. Si tengo que hacer un asesino serial, tengo que defender lo que quiere, porque para eso soy el actor que lo encarna. En general, a los actores varones nos gusta ser cretinos y, a las mujeres, prostitutas, porque la materia negra que uno guarda en algún lugar, que en la vida, por ética, por educación, por moral, por cobardía, no ejercemos, podemos sacarla en un personaje. Yo aconsejo buscar en internet "Dios hubiera dicho", de Baruch de Espinoza, un filósofo holandés que escribió en el 1600.

Mar del Plata, siempre

- ¿Con qué recuerdos tiene asociada a Mar del Plata?

- Lo primero que recuerdo es la primera vez que vine, cuando tenía 17 años. Como tenía un vecino que era dueño de una calesita, vine de Lanús a vender globos inflados con gas, y a la noche dormía en un catre en la calesita. Me bañaba en la Bristol, que tenía unas duchas públicas. Así conocí Mar del Plata. Después, la primera vez que vine con teatro, en 1974. Estábamos en el Colón haciendo "Sabor a miel", con Héctor Alterio, Solita Silveyra, con 22 años, y Jorgito Mayor. Fue maravilloso. Yo hacía un negro africano. Después, cuando mi hijo tenía cuatro o cinco años y vinimos con "Mosqueteros", alquilamos los cinco en el Bosque Peralta Ramos, con (Miguel Angel) Solá, (Jorge) Marrale, Darío (Grandinetti) y (Juan) Leyrado.

- ¿Cómo se gestó esa experiencia sin precedentes de "Los mosqueteros del rey"?

- Nos convocó Manuel González Gil de a uno. Era su primera obra a lo grande, aunque ya la había hecho en el San Martín con actores no muy conocidos. Nos mostró el video y nos encantó, así que era un lujo que nos dábamos: dos meses, una obra para chicos de diez - doce años, con dos funciones al día de 1 hora. Y lo que empezó a pasar fue alucinante: empezaban a venir parejas sin chicos; veíamos a toda una familia, con la abuela, el hijo de 48, la nieta de 15, y todos descompuestos de risa. Y era un humor blanco. De los dos meses para chicos, hicimos cuatro años para grandes. Y la última temporada de "Mosqueteros" vinimos con "Los lobos", porque dijimos: "¿qué otra cosa hacemos?" Humor no podíamos hacer, porque ¿cómo superábamos eso?. Así que enganchamos un drama de cinco actores, lo contratamos a Jorge D’Elía y acá, en el teatro Colón, nos dimos el lujo –lo que nunca, en mi vida- de hacer martes, jueves y sábado "Los lobos" y miércoles, viernes y domingos, "Los mosqueteros".

- ¿Qué cambió desde esas temporadas hasta hoy?

- Primero, me da la sensación de que había muchos que venían quince días y hoy ya no hay tantos. No tengo los números, qué se yo, pero me parece que antes veían tres o cuatro espectáculos y ahora, sólo uno o dos. Lo que ha crecido mucho es el teatro marplatense, lo cual me parece maravilloso. Todo el teatro off me parece extraordinario, porque el teatro sigue siendo un espacio para la reflexión, y que haya tantos espacios quiere decir que somos un pueblo que se sigue haciendo preguntas, que quiere reflexionar. Es la rendija por la que tengo esperanza. Hay un público que se corre de las verdades, de las certezas. Con que un espectador en la función de hoy se vaya con una pregunta, ya está. El teatro no está para responder nada, ni para explicar. Está para tirar de la alfombra, para desestabilizar, correrte del lugar establecido.

- Habló de una polarización, de un momento social con una ausencia de matices que no nos permite discernir. ¿Puede avizorar alguna salida a este conflicto como sociedad?

- Es algo que me parece recontraobvio. Yo siento que el planeta lo maneja la banca, entonces me parece muy difícil que pueda volver a establecerse un diálogo. Un planeta donde el monstruoso nivel de dinero que se maneja proviene, primero, de las armas, y, segundo, de los laboratorios y la merca, ¿cuánto espacio de sueño me puede dar? Hay una frase de uno de una familia de banqueros que dice que una comunidad en estado de shock -tsunami, guerra civil, pandemia- es una comunidad absolutamente manejable. El 80 o 90 por ciento de los titulares son violaciones, muertes, robos, narcotráfico, jueces y políticos venales. A mí no se me ocurre que no tienen que informarlo, pero, hablando de los dos platillos de la justicia, ¿cuándo vamos a poner algo en el otro platillo? ¿No hay gente bella y gestos bellos en este país? ¿No hay gente maravillosa, grupos que saben compartir, científicos nobles que laburan para mejorar nuestra calidad de vida? ¿No hay ningún gesto noble que merezca ser titular? ¿O somos 44 millones de enfermos mentales y asesinos? No es casual. Una comunidad así se fragiliza y se hace con ella lo que se quiere. ¿En "La Nona", se fragilizan o no? No sé cuál es la salida.