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16-12-2014

Batán, una muestra de las cárceles de la Provincia de Buenos Aires

Las estadísticas oficiales ubican a la Unidad Penal XV como a la séptima más poblada de la Provincia. Al igual que en el resto de los penales bonaerenses prevalece una población joven, con escasos estudios, poca experiencia laboral y alta reincidencia.

La Unidad Penal XV de Batán es la séptima cárcel más poblada de la provincia de Buenos Aires. Con 963 internos, aloja al 3,42% de todos los presos del territorio bonaerense y según las autoridades, de las 54 instituciones de su tipo que existen en la Provincia, figura entre las 25 que en la actualidad no sufrirían problemas de superpoblación, a pesar de que en los últimos años, hubo múltiples denuncias vinculadas a las malas condiciones de vida de sus internos.

Las cifras corresponden al año 2013 y son parte del censo que anualmente publica la Dirección Nacional de Política Criminal del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación en base a datos recolectados en las cárceles de todo el país.

Según este último informe del Sistema Nacional de Estadísticas de la Ejecución de la Pena (SNEEP) el año pasado en Argentina fue contabilizada la existencia de 64.288 presos alojados en penitenciarías, de los cuales 28.273 (el 43,9%) corresponden a la provincia de Buenos Aires.

La Unidad Penal XV, dedicada a alojar a hombres adultos, forma parte de un complejo que también está integrado por la Unidad Penal 44, que funciona como alcaidía, y la Unidad 50 que aloja a mujeres, las cuales poseen una cantidad de internos significativamente menor.

Denuncias

En los últimos años la situación existente dentro de esta cárcel fue objeto de numerosas actuaciones por parte de la Justicia, que por ejemplo, derivaron en la clausura de pabellones que se encontraban en muy malas condiciones de habitabilidad.

Además hubo denuncias por la mala alimentación recibida por los reclusos así como por casos de explotación laboral entre quienes eran contratados por empresas para el lavado de indumentaria, la fabricación de cajones de verdura, la confección de calzado o la producción de pan, entre otras actividades.

Según los datos oficiales, en 2013 la Unidad Penal XV funcionó con una capacidad para 1194 personas, y albergó a 963 presos. De ellos 556 (57,7%) se encontraban condenados mientras que los 407 restantes (42,3%) permanecían procesados y en espera de una resolución judicial.

La estadística indica que se trata de una cárcel con una cantidad de población acorde a su capacidad. Pero a pesar de lo que señalen los datos, esto no siempre fue así. Las denuncias por hacinamiento hicieron que años atrás las autoridades se vieran obligadas a reducir el número de internos, hasta alcanzar una cifra relativamente razonable. "En un momento llegó a haber hasta 4 personas habitando una misma celda, cuando su capacidad era para 1 ó 2", le contó a LA CAPITAL una fuente del penal.

Dadas las rigurosas reglamentaciones que condicionan al personal que se desempeña en el servicio penitenciario, funcionarios que aceptaron dar su testimonio sobre cómo es la vida dentro de la cárcel lo hicieron con la condición de que sus nombres no fueran revelados.

Para ellos, haber reducido la superpoblación fue un avance que sin embargo, no mejoró otros aspectos en la vida de los detenidos. Aseguraron que el pasaje por la cárcel sigue siendo una experiencia muy dura, de la que pocos obtienen un resultado útil. "El penal es un lugar en el que existe mucha violencia y en el que no están dadas las condiciones para que las personas reciban el tratamiento que requieren", fue una de las opiniones más generalizadas.

Qiuénes están en la cárcel

"La mayoría de los internos son reincidentes asumidos en el rol de delincuentes, con problemas de adicciones y con mucha ira. Son fuertemente reprimidos, no reciben la asistencia que necesitan y están abandonados a su suerte", dijo uno de los funcionarios consultados. La composición de la población carcelaria de Batán se asemeja a la del resto de la Provincia, donde el 41% de los presos poseen entre 24 y 35 años de edad y el 20%, entre 35 y 44. Del mismo modo que ocurre en el resto del territorio bonaerense, donde el 96,3% de los presos son argentinos, en la Unidad Penal XV la mayoría de los internos nació en el país.

Entre los 963 presos de Batán más del 80% tiene su domicilio en el Partido de General Pueyrredon, mientras que del 20% restante, la mayoría proviene de localidades cercanas.

Otros datos indican que el 72,4% de los detenidos en la Provincia son solteros y que el 9% no realizó ninguna clase de estudios. Otro 32% no completó la primaria y el 12% no concluyó la secundaria. Además las estadísticas muestran que al momento de ingresar el 44% de los presos eran desocupados, el 34% trabajadores de tiempo parcial y sólo el 22% trabajadores de tiempo completo.

Además, el 49% no tenía oficio ni profesión, el 41% tenía algún oficio y el 10% restante sí tenía alguna profesión.

Una opinión concluyente entre quienes están en contacto con los detenidos en Batán es que la cárcel "no rehabilita" sino que profundiza los problemas.

Las claves para salir

De todos modos, algunos sí pueden reiniciar su vida una vez recuperada la libertad. "Son muy pocos, pero algunos lo logran", explicaron. Para ellos, la experiencia indica que quienes tienen ciertas chances de superar su paso por el penal son los que en todo momento "tienen una fuerte contención de su familia y del personal" y tienen la posibilidad de acceder a programas laborales, de estudio, deportes y tratamiento de adicciones que los ayudan a mejorar sus perspectivas al momento de recuperar la libertad. "Lo que sucede es que estas oportunidades no están al alcance de todos. Un preso analfabeto, que nunca trabajó y que tiene muy mala conducta difícilmente tenga la oportunidad de acceder a estos programas. Las chances de progresar en prisión son las mismas o peores de las que existen para cualquier persona en libertad", explicó una de las fuentes consultadas.

De acuerdo a las estadísticas oficiales, el 75% de los presos bonaerenses no participó de ningún programa laboral y el 60% no participó de ningún programa de formación. Entre el 40% que sí estudia, el 18% cursa estudios primarios, el 17% secundarios, el 1% terciarios, el 1% universitarios y el 3% recibe capacitación no formal.

En cambio la práctica de deportes sí parece ser algo accesible y atractivo, ya que el 89% realizó alguna actividad de este tipo en 2013. Pero a pesar de que se trate de una experiencia que mejora la convivencia dentro de la cárcel, el deporte no es algo que mejore las oportunidades de los que egresan de penal.

Otros dos indicadores llamativos son los que señala que durante 2013, el 9% de los detenidos en las cárceles de la Provincia no recibieron ninguna visita y que el 3% del total protagonizó al menos un intento de suicidio.

"El delincuente no piensa que está ahí para rehabilitarse"

Sergio reconoce que su adicción a las drogas siempre lo mantuvo expuesto al riesgo de caer preso. Pero cree que el hecho que provocó su detención fue "una verdadera injusticia". Según cuenta, hace algunos años la policía lo apresó en la zona céntrica cuando acababa de comprar drogas para consumir, y que no contentos con lo encontrado, los uniformados se ocuparon de adosarle "diez papeles" y una balanza, por lo que terminó condenado por tráfico de estupefacientes.

Con 51 años, este comerciante marplatense de clase media llegó a la alcaidía de Batán, donde permaneció durante 1 mes, para luego pasar a la Unidad Penal XV, donde estuvo otros 6 hasta que finalmente logró un arresto domiciliario por su buena conducta. "Como todos al principio caí en el pabellón 3, que es el pabellón de la muerte", le contó a LA CAPITAL.

Sergio dijo que su llegada a ese lugar fue "terrible" ya que como parte de la recepción fue atacado por otros presos que lo despojaron de sus pocas pertenencias.

Las cosas recién empezaron a mejorar cuando fue trasladado al pabellón 9, un lugar en el que conviven unos 100 hombres que profesan la religión cristiana. En pocos meses Sergio se convirtió en un fervoroso creyente, incorporando el hábito de orar 4 veces al día, de estudiar la Biblia y de participar activamente en las tareas de limpieza de las celdas y de los espacios comunes. "Yo no me considero un delincuente, simplemente soy un gil que cayó por un problema de adicciones. Pero una vez adentro, si no te comportás según los códigos de los delincuentes estás liquidado", aseguró.

"Vivir en la cárcel fue lo más miserable que me pasó en la vida. Ahora estoy haciendo un tratamiento para salir de las drogas que es lo que tendría que haber hecho desde el principio para no haber tenido semejante experiencia", dijo. Podría decirse que el caso de Sergio no forma parte de la regla general de la población carcelaria. Supo cómo sobrellevar la situación y no mimetizarse con la cultura "tumbera" que impregna la cotidianeidad del penal. "El delincuente no piensa en que está ahí para rehabilitarse, sino que se trata de un capitulo más en su vida como delincuente. Creo que el sistema, tal como está hecho, no sirve porque en general el preso está esperando salir para volver a hacer cagadas. Desde adentro de la cárcel se manejan muchas cosas que pasan afuera y todo el tiempo se reafirma con orgullo lo que se hizo. Al tumbero le gusta vivir en la tumba y se regodea con las historias idiotas sobre lo que hizo. Yo tuve una vida que me ayudó a entender que si estaba ahí era porque había sido un gil. Pero la mayoría se cree piola. Yo entendí lo que tenía que hacer para no volver nunca más. Pero lamentablemente el que es ignorante, el que no tuvo estudios ni conciencia del trabajo, aunque diga lo contrario, sabe que cuando salga va a volver", afirmó.

Para Sergio son pocas las cosas que dentro del penal ayudan a un detenido a purgar su pena y generarse perspectivas para rearmar su vida una vez en libertad. "Lo primero que hay que entender es que no hay que meterse en problemas, después tenés que tener atrás una familia que te acompañe y que te respalde. O sea que para empezar hay muchas cosas que dependen de vos y de tu entorno personal y la mayoría de los presos no cuenta con eso", aseguró.

A partir de su propia experiencia y de la de aquellos a los que vio progresar, Sergio dijo que "empezar a estudiar para tratar de terminar el colegio secundario, trabajar dentro de la cárcel", iniciar un tratamiento por drogas y haberse convertido en un hombre religioso fue lo que lo ayudó a empezar a mejorar sus perspectivas de salir. "Pero no todos lo entienden así y no todos tienen la oportunidad de seguir este camino", advirtió.

Según contó, para tener la chances de estudiar o trabajar, un preso no sólo depende de su buena conducta y de su voluntad, sino también del apoyo de los otros presos y del concepto que se genere entre los agentes y funcionarios del penal. "Ahora se habla mucho del trabajo en las cárceles, pero la gente tiene que saber que aunque es algo que sirve, te dan trabajos insalubres y te pagan dos mangos", sostuvo. Para Sergio, la relación con los guardiacárceles es en sí misma otra "penuria" porque a su juicio muchos actúan "igual o peor que los delincuentes tratándote como si no fueras nada".

A pesar de que su condena sigue en pie, desde hace algún tiempo Sergio la cumple en su domicilio, esperando una sentencia definitiva y sabe que ante el más mínima equivocación, puede regresar a Batán. "Salí vivo e ileso y con una familia en situación de contenerme afuera. Pero lamentablemente no todos tienen la misma suerte", aseguró.