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07-02-2016

Peronismo y gobierno: costos y réditos del cambio

por Jorge Raventos

Datos de la nueva realidad: el presidente, que se ha mostrado capaz de usar  los decretos de necesidad y urgencia con naturalidad propia de un mandatario peronista, no considera que su autoridad se erosione por  frenar o corregir algunas decisiones ni le saca el cuerpo a negociaciones complicadas.

Mauricio Macri estuvo, por ejemplo,  en comunicación directa con Daniel Pollack, el mediador designado por el juez de la causa holdouts Thomas Griesa. Enfatizó de ese modo el compromiso del gobierno argentino con la solución negociada de ese diferendo, en el cual ha formulado una propuesta concreta de pago. No sólo se trata de evidenciar la diferencia con la estrategia evasiva y pendenciera que desplegaba el gobierno anterior, sino de ejercer presión sobre los fondos acreedores que, vía punitorios, han visto enormemente incrementadas sus acreencias con la dilación del arreglo.

Dos de los seis principales holdouts ya firmaron  preacuerdos; faltan otros cuatro. Falta también que el Congreso argentino permita que se concrete la negociación, para lo cual debe eliminarse la llamada cláusula cerrojo que prohíbe a las autoridades reabrir tratativas mejorando las condiciones alcanzadas por los acreedores en los dos acuerdos (amplios pero parciales) alcanzados en 2005 y 2010.

También en este asunto el Presidente se involucra personalmente: el tema formó parte de sus conversaciones con Sergio Massa y, en la última semana, de su contacto directo con Juan Manuel Urtubey. El gobernador salteño viene siendo una pieza de gran importancia en la deconstrucción del kirchnerismo (alentó decisivamente  la creación del flamante bloque justicialista de diputados, primera ruptura orgánica del disciplinamiento K después de la derrota electoral de noviembre).

Ya antes de aquel comicio, y hablando como vocero  informal de la candidatura de Daniel Scioli, Urtubey desafió el posicionamiento de la Señora de Kirchner y su ministro de Economía, Axel Kicillof, y sostuvo la necesidad de satisfacer al juzgado de Thomas Griesa a través de una negociación rápida con los holdouts. La Casa Rosada considera que Urtubey es una de las llaves para abrir el cerrojo que proscribe la negociación.

Macri también ha jugado su participación personal en el paisaje de las paritarias o, si se quiere, en el más amplio, de las relaciones con los gremios como parte del  dispositivo de la producción y de los factores que influyen sobre la gobernabilidad. En ese contexto se enmarca su última conversación con Hugo Moyano, referente de la central sindical más poderosa.

En esos contactos personales, el presidente no puentea, ni minimiza, ni desplaza a sus ministros en sus respectivas funciones específicas: los respalda y los fortalece. Sus interlocutores verifican  que las políticas están bancadas  desde la máxima autoridad.

Sindicatos estatales y gremios competitivos

La conversación con Moyano es una señal de la Casa Rosada de que, aunque todavía no se ha producido un diálogo formal con el conjunto del sindicalismo (en buena medida por las dificultades del sector para unificar personería), de ninguna manera se concibe una estrategia de marginación del sector ni de indiferencia sobre la situación de los trabajadores.

Por el contrario, hay en marcha iniciativas para complementar el componente salarial de los ingresos populares: desde la elevación del piso imponible hasta la reducción del IVA a los alimentos para los sectores más vulnerables, pasando por políticas de vigilancia sobre los incrementos de precios injustificados y el fortalecimiento del departamento de defensa de la competencia.

El gobierno espera que las organizaciones más grandes vinculadas a la actividad privada valoren estas iniciativas y operen como factores de equilibrio frente a sindicatos del Estado o de actividades subsidiadas, acostumbrados a tener del otro lado de la mesa paritaria a representantes de una "patronal" dadivosa, sin preocupaciones de competencia ni limitaciones de mercado y en condiciones, además, de jugar con la máquina de hacer billetes. Los gremios docentes (particularmente en la provincia de Buenos Aires) se acostumbraron a negociar con ministros de Educación  que se convertían en voceros sindicales en las reuniones de gabinete hasta hacer ceder a sus gobernadores.

Los datos de la nueva realidad incluyen que el Estado, ahora, deba pagar aquellas facturas; que los ciudadanos deban asimilar que muchos servicios que antes eran baratísimos para sus beneficiarios, resultan muy caros para el conjunto de la sociedad, que los paga con impuestos y sufriendo la decadencia.

 

Kirchnerismo y realismo mágico

Esos datos también incluyen que, ante lo nuevo, las fuerzas políticas empiecen a pensar de nuevo.

Véase el caso del peronismo enclaustrado en el gran paquete armado por el kirchnerismo.

Como el José Arcadio Buendía de Gabriel García Márquez cuando descubre que “el mundo es redondo como una naranja”, el apoderado del Partido Justicialista, Jorge Landau, expuso estos días su propia revelación: "El Frente para la Victoria no existe más". Los que no se habían dado cuenta vale la pena que lo escuchen: Landau no es un marinero de agua dulce. Más que anunciar una defunción, su frase testimonia un divorcio en marcha que se viene evidenciando por lo menos desde 2013 (si bien sus antecedentes se remontan una década atrás). El peronismo se separa del kirchnerismo. La causa del distanciamiento no es, como diagnostica Landau, que "las alianzas se agotan terminada la elección". La alianza Cambiemos, que sostuvo a Macri, no se disolvió. El problema con el Frente para la Victoria no es que la elección haya pasado, sino que se haya perdido y que esa caída haya provocado el desalojo del poder.

El peronismo responsabiliza por la derrota a la señora de Kirchner y a su falange de seguidores más acérrimos, cuyo eje es el camporismo sumado a la izquierda residual que se asiló en el FPV. La señora de Kirchner había dicho que no le interesaba involucrarse en la discusión interna del PJ, pero que se sentía conductora del Frente para la Victoria. Eso no existe más, avisa ahora Landau. Traducción: la Señora, con todo respeto, no conduce nada.

Los hechos son más elocuentes que las frases del apoderado. Alivianado de la mochila kirchnerista por efecto de la victoria de Mauricio Macri, el peronismo reflexiona alborotadamente sobre su futuro. Busca un rumbo y una conducción legítima y eficaz. Lo hace, en principio, desde distintos centros aunque regido por una lógica principal: recuperar unidad, fuerza y competitividad electoral sin perder de vista que el eje del poder nacional se ha trasladado, por obra de la voluntad ciudadana, a otras manos.

 

Una oposición racional y constructiva

El apoyo crítico ("oposición racional y constructiva") al gobierno, un posicionamiento en el que hicieron vanguardia Sergio Massa y José Manuel de la Sota, va paulatinamente prevaleciendo como línea general del peronismo para la etapa. "Tengo una mirada crítica sobre algunas acciones del Gobierno, pero hay que esperar el efecto de las medidas y ver qué análisis hace la sociedad. No pasaron dos años", advirtió el miércoles, en la reunión del Consejo partidario, el jefe del bloque de senadores, Miguel Pichetto. Y chuceó al kirchnerismo nostálgico y apresurado: "Algunos parece que quieren prender fuego la pradera rápido. ¡Creen que están en una etapa preinsurreccional!".

El mismo miércoles ocurrió el apartamiento de una docena de diputados del bloque del Frente para la Victoria (quitándole, de paso, la condición de primera minoría en la Cámara). Allí se vió la mano del salteño Urtubey, pero no sólo la de él: el nuevo bloque cuenta con el respaldo de por lo menos cinco gobernadores y varios dirigentes gremiales y da por sentado que se ampliarán sus miembros y sus apoyos. Las voces más notorias de la escisión (entre las que se cuenta la de Diego Bossio, ex titular de Anses) explicaron que van a ser "un grupo de oposición al gobierno de Mauricio Macri. Pero pretendemos ser una oposición responsable", porque "estamos ante una nueva etapa política y los peronistas ahora cumplimos un doble rol: por un lado somos oposición al gobierno nacional, pero también gobernamos varios distritos provinciales". Los hechos imponen una política de cogobernabilidad.

Los diputados disidentes –como antes Massa, como De la Sota, como Pichetto en el Senado o los gobernadores que dialogan con la Casa Rosada- no son "traidores", como estigmatizan los soldados kirchneristas, ni se están pasando al oficialismo; pretenden "reafirmar la identidad del peronismo" para competir con Macri y derrotarlo más adelante. Por eso toman distancia del kirchnerismo cerril y de la oposición sistemática que éste y sus acólitos proclaman. Ejercen la lucidez. Por ahora lo hacen por separado, más temprano que tarde, si siguen lúcidos, encontrarán la forma de unirse.

En marzo se inicia el año parlamentario; el gobierno verá sensiblemente  reducidos los grados de libertad con que ha venido tomando decisiones. Los decretos de necesidad y urgencia, que hoy pueden justificarse por el receso legislativo, perderán ese sustento de legitimidad, tendrán que atravesar el control del Congreso y evitar su rechazo; habrá que promover leyes y tejer los acuerdos para que sean aprobadas. El avance de los criterios dialoguistas en el peronismo abre perspectivas más auspiciosas que las que se auguraban.

El gobierno ha decidido hacer un primer ensayo sin red: convoca a sesiones extraordinarios para pedir el acuerdo del Senado a los dos nuevos jueces de la Corte y  a los nuevos embajadores políticos (todos, jueces y embajadores, designados por el Ejecutivo en comisión). La Casa Rosada apuesta con fe a las negociaciones que tejidas por Rogelio Frigerio, Emilio Monzó, Federico Pinedo y, como se ha visto, en algunos casos el propio Presidente.

Este nuevo escenario incrementa la responsabilidad del oficialismo: le impone la necesidad de un control más atento y delicado a la pretensión de soluciones expeditivas que deterioran la confianza, perturban los contactos y, finalmente, dan lugar a retrocesos.

No se trata sólo de forjar consensos que ayuden a pasar leyes, sino de apuntalar la construcción de una red de diálogo y convivencia sobre la que se puedan apoyar la gobernabilidad y la construcción de un sistema de poder democrático, abierto y eficaz.

Como bien se entusiasmó el Presidente en Tucumán, rodeado de gobernadores de diferentes signo: "Los argentinos unidos somos imparables".

No está mal invocar la unión nacional después de años de culto oficial a la confrontación y la pelea. Es probablemente el dato más significativo de la nueva realidad.