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Opinión 23 de julio de 2017

Pacto, entre ilusión y utopía

Por Luis Tarullo

La vorágine política, en la Argentina y en cualquier lugar del mundo, exalta los ánimos y pone a todos contra todos, aunque ese espíritu belicoso se observa habitualmente más acentuado en la dirigencia que en la ciudadanía.

Y por ello los espíritus de los políticos, que, vale recordar, son ni más ni menos los emergentes de la sociedad que los critica impiadosamente sin tomar en cuenta casi siempre que son hechos a su imagen y semejanza, colisionan olvidando promesas anteriores de concordia y acuerdos.

En los tiempos sin elecciones -breves- y cuando necesitan ciertos acuerdos (por ejemplo los del toma y daca parlamentario), estiran la mano ofreciendo pactos y consensos que mueren antes de nacer.
Cuando se lanzan las épocas preelectorales combaten para ver quiénes son los más creativos y audaces en las propuestas para llevar al país a jugar en las grandes ligas, y en ese marco le achacan al rival todos los males.

También, de paso, se acuerdan tibiamente de los pactos y prometen que, si continúan en el poder los unos, si llegan al poder los otros, que impulsarán esos acuerdos grandilocuentes que cobijarán a todos los sectores de la comunidad que mueven los engranajes sociales.

Dentro de esta grey se inscriben, claro, los sindicatos, que como todo el mundo sabe tienen una historia oscilante. Cuando llega un gobierno y se necesitan, muchos de ellos se adosan a esa administración, y al poco tiempo se van alejando hasta, en más de una ocasión, convertirse en opositores.
Desde hace varios años, sabido es, hay varias centrales gremiales y últimamente hay una peronista atada con alambres, más las dos CTA que andan a los arrumacos después de haberse tirado con fuego graneado constantemente.

El turno electoral ha profundizado las discusiones internas, que también alcanzan a las 62 Organizaciones, con un vacío político importante por la muerte de su líder -Gerónimo Venegas-, por ahora sorteado pero haciendo ruido.

Venegas era puente directo con Mauricio Macri y algunos, pese a que el ministro de Trabajo los recibió hace pocos días, están diciendo que deberían tender líneas y recomponer con la CGT.

En el sarcófago

Y en la CGT siguen las discusiones también a partir de los alineamientos de sus mandamases en las diferentes vertientes del peronismo, aunque han saldado transitoriamente el problema manteniéndose lejos de las listas y con la decisión de hacer una protesta recién el 22 de agosto (Válvula de escape morosa).

A todo esto hay que tener en cuenta que apenas se está en la etapa de las primarias conocidas como PASO. El plato fuerte será en octubre, donde se harán las elecciones por los porotos, o sea en las que se elegirán los diputados y senadores que efectivamente ocuparán las bancas.

Y ahí nomás, aunque digan lo contrario, seguirá la campaña con miras al 2019, año de la fundamental elección general presidencial.
Cualquier pacto social, entonces, seguirá en el sarcófago. Mucho han hablado todos del Pacto de la Moncloa y otros acuerdos ambiciosos que han perdurado en el tiempo porque se edificaron sobre cuestiones de Estado.

En primer lugar, ningún pacto social -y sobre todo de esas características- puede trasladarse literalmente de uno a otro país, salvo en sus conceptos básicos y fundamentales.
Menos el Pacto de la Moncloa, como pretenden algunos que no han leído más que el título y que, por la liviandad con la que hablan de él, ignoran hasta que se impulsó en una transición especial de España (hace 40 años, en 1977) y que uno de los protagonistas ya no vive, como Adolfo Suárez. Otro fue Felipe González.

Los pactos, no caben dudas, deben firmarse al comienzo de los gobiernos. Luego, cuando las batallas políticas empiezan a ser fratricidas, es imposible. Por ello en la Argentina el pacto aún es una ilusión. (O peor, por lo visto en la historia hasta ahora, suena a utopía).