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Cultura 23 de mayo de 2017

“Para mí la caminata es un poco la figura del lector”

Nicolás Cabral es hijo de militantes que se exiliaron en México. En "Las Moradas" da cuenta de su propio exilio y de las influencias que tiene su escritura.

En “Las Moradas”, primer libro de relatos de Nicolás Cabral, predominan los personajes que deambulan, que circulan por los límites entre la ciudad y el campo, y que intentan sobrevivir al murmullo de sus miedos tensionando la relación entre las voces que no pueden callar y lo que llegan a poder decir.

Cabral (Córdoba, 1975) vive en México desde 1976, cuando sus padres debieron dejar el país y exiliarse. Allí se formó como arquitecto y fundó la revista de artes “La tempestad”, a la que considera “su escuela para escribir”, porque asegura que “como editor uno está todo el tiempo leyendo sobre literatura, sobre arte y esa combinación de influencias” están en sus textos.

“Las Moradas” es su segundo libro, ya que en 2014 y también a través de la editorial española Periférica dio a conocer la novela “Catálogo de formas”, sobre la figura del arquitecto Juan O’ Gorman.

De paso por la Argentina para presentarse en la Feria del Libro, donde participó en el espacio “Diálogo de escritores latinoamericanos” con autores como Guillermo Arriaga, Liliana Colanzi y Guillermo Martínez, dialogó con Télam sobre los nueve relatos de “Las moradas”.

– Los textos reunidos en “Las moradas” fueron escritos a lo largo de un década. ¿Cómo fue la decisión de publicarlos?

– Desde el principio lo vi como un proyecto de libro de relatos a partir de temáticas que se relacionan entre sí. Quería hacer un conjunto de relatos muy diferentes que abordaran temáticas semejantes, entonces se pueden leer de forma autónoma, pero forman un conjunto. Para mí cada libro tiene su tratamiento y estos son ejercicios breves y tiene que ver con el tipo de material narrativo.

– Muchos de los personajes se caracterizan por el merodeo, por un deambular constante…

– Creo que tiene que ver con que los relatos están pensados a partir de pensar personajes en una situación dada y para mí la caminata es un poco la figura del lector. Tiene que ver con poder imaginar qué es lo que está pasando cuando cambia su entorno. El propio dispositivo narrativo tiene que ver con explorar y tratar de averiguar cierta imagen, y yo trabajo más con una imagen que con una trama. Generalmente trato de pensar qué puedo construir a partir de una imagen porque me interesa la figura del explorador, ya que pienso la escritura y la lectura como prácticas de indagación y de exploración.

– ¿Cómo influye la arquitectura en tu escritura?

– La arquitectura sirve para hablar de algo más amplio, porque la forma en la que construimos los espacios dice mucho sobre una sociedad. Entonces el punto en el que se encontrarían la literatura y la arquitectura sería la construcción, y esa búsqueda por encontrar una estructura para un espacio. En este caso también para un relato que funcione como un espacio para el lector. Además, la arquitectura propone secuencias de espacios y un relato, de alguna manera, propone secuencias de acontecimientos. Por eso también lo de la caminata y la posibilidad de ir encontrando caminos para diferentes cosas.

– Hay varias citas en el libro: Beckett, Lacan, Robbe-Grillet. ¿Qué autores identificás como los más influyentes para tu escritura?

– Sin duda Beckett es una figura importante pero Saer también lo ha sido. En general son narradores que han encontrado cierta textura muy distintiva en el lenguaje y que no entienden el relato como la mera tarea de contar una historia, sino que entienden que es contarla desde una perspectiva particular. Piglia me influyó como crítico y como ensayista, y Di Benedetto casi por encima de todo. En el centenario de Rulfo creo que si bien no es una influencia directa hay un uso del silencio que me parece central.

– Tus padres eran militantes comunistas y se exiliaron en 1976. Hay una generación de autores, como Félix Bruzzone, Raquel Robles, Albertina Carri, Guadalupe Gaona, hijos de desaparecidos, que se dedican a la escritura y el arte. ¿Te sentís parte de esa generación?

– Sí, claro. En el caso del exilio tienes que resolver un problema de no pertenencia ni al país que dejaste ni una pertenencia total al país en el que vives. Tienes una familia argentina, que habla como argentinos, come como argentinos, y después cruzando la puerta de tu casa hay otro país. Creo que resolví eso escribiendo y conozco otros casos en los que, no a través de la escritura pero sí desde la academia o desde las humanidades y el arte, han resuelto esta cuestión identitaria. No quiere decir que uno lo resuelva haciendo arte o escribiendo, pero creo que queda una inquietud que tal vez no se resuelva más que creando algo o simbolizándolo. Toda la escritura tiene que ver con el exilio aunque uno no sea un exiliado. El escritor es alguien desajustado que no siente pertenecer del todo, entonces inventa ficciones. Hay muchas teorías sobre la ficción pero creo que esa puede ser una.

– ¿Cómo sigue el trabajo en la revista “La tempestad”?

– La revista la empecé con otra gente en el 98, tiene 19 años y sigue con las dificultades que tienen ahora todos los medios impresos pero tratando de ser una revista que proponga algún tipo de lectura de la cultura contemporánea que creemos que no se está haciendo en otros medios. Es una revista de arte, de crítica, de pensamiento que esperamos que siga algunos años más. Fue mi gran escuela para escribir, porque como editor uno está todo el tiempo leyendo sobre literatura y arte, y esa combinación de influencias están en lo que he escrito.