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Opinión 8 de mayo de 2017

Por si leyera Abelardo

Por Fabrizio Zotta

“Todas las literaturas nacionales han nacido en el momento en que el escritor y el poeta descubrieron que el habla de su pueblo es el fundamento de la lengua… no es el tema el que nacionaliza a una literatura, es la escritura lo que nacionaliza a un tema.” Voy en un micro hacia Buenos Aires, es de tarde. Debe ser el año 2002 o 2003, porque yo estoy escribiendo mi tesis de licenciatura sobre la literatura de Esteban Echeverría, de Sarmiento y de José Hernández. Quizá por eso estoy leyendo su Ser escritor. Llevo conmigo una lapicera negra que quedará tatuada en muchas de las páginas de ese ensayo. Y subrayo esos párrafos. Y otros, que reverencian a Rilke, y otros. Uno de los artículos de su libro está dedicado a Jorge Luis Borges, y empieza diciendo: “Mi Borges personal puede sintetizarse en tres o cuatro momentos…” Esa idea me vino –poderosa- a la cabeza esta semana: la relación con un escritor, o con un artista que uno ha querido mucho, es siempre íntima y personal. Y cuando el escritor muere, como se le ocurrió a usted morir el martes pasado, se presenta una tristeza un poco inexplicable: no lo conocí, no compartimos nada. Y lo único que compartimos –su obra- permanece. Entonces ¿Qué cambió? Mi Abelardo personal no tiene tres o cuatro momentos, tiene muchos: la tarde en aquel micro devorando Ser escritor, cuando quería creer en el papel determinante de la literatura en la invención de la Argentina: “Un país donde ha escrito Sarmiento ya puede, sin pudor, hablar de literatura”; el placer de El otro Judas, un poco después, que sin ser un argumento original, me abrió a la idea del rol del traidor en todo plan maestro; el deslumbramiento -que luego abandoné- por Van Hutten; El Marica, Negro Ortega y los cuentos de El cruce del Aqueronte. Me enternece el acento de su literatura, si es que eso significa algo: un poco criolla, un poco revulsiva, un poco extrema, un poco agresiva, pero siempre elegante (otra vez, como Sarmiento) Su admiración, que es también la mía por Adán Buenosayres. El no haber leído El que tiene sed: mi relación con usted, Abelardo, se compone de hilos sueltos que se van amontonando de prepo, atolondrados, casi sin puntos, con apenas comas, como le gustaba escribir. Un país en el que usted escribió sigue sin necesidad del pudor al hablar de literatura.



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