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Opinión 26 de septiembre de 2017

¿Quién compra, todavía, revistas porno?

El avance de internet castigó el mercado de las revistas. Las ventas en Mar del Plata, en diez años, cayeron más del 50%. Las condicionadas representan menos del 1%, pero todavía existen.

por Agustín Marangoni

El papel la tiene difícil. Las cifras son bravas. Horacio Broggi, secretario gremial del Sindicato de canillitas, señala una merma del 50% en la venta de revistas en la última década. La historia ya se sabe: Internet conectó una trompada que dejó nocaut a buena parte de la industria. El resto fue sucediendo con la actualización de los soportes tecnológicos. En los primeros años de 2000 la competencia era palo y palo. El desembarco de los teléfonos inteligentes le permitió a los lectores tener todo en un bolsillo, las veinticuatro horas del día. Las revistas, entonces, quedaron encerradas en los compradores históricos y en los coleccionistas, que de a poco también se perdieron. Así fue que grandes publicaciones no tuvieron otra opción que desvanecerse en el recuerdo.

El rubro de las revistas pornográficas siguió la misma suerte, pero no fue un proceso tan inmediato como se cree. El quiebre no llegó con los primeros años de internet. El quiebre llegó con el movimiento: desde el día que se pudo ver dignamente un video online las revistas porno quedaron sentenciadas a la extinción. Las fechas de las publicaciones así lo demuestran, igual que el cálculo de los más de cincuenta canillitas consultados. La gran caída comenzó a sentirse hace apenas ocho años. Hoy las ventas representan menos del 1% y no existe la menor posibilidad de recuperación.

En Mar del Plata hay unos 230 kioscos de revistas. Cerca del 35% se encuentra en la zona del centro y microcentro. En líneas generales, hoy la gran estrella de las ventas son las colecciones de cómics. Hay un público fiel que compra las ediciones tapa dura que lanzan DC y Marvel quincenalmente. Son caras y tienen mejor repercusión los primeros números, porque son más baratos. Aun así, es una franja fuerte. También se mueven las revistas de tejido, autos y las infantiles. En estos casos, el mercado se vio en la obligación de ampliar el producto. El 90% de las revistas, además del papel, ofrece juguetes, réplicas en miniatura y otros accesorios para tentar a los compradores de ocasión. La estrategia funciona. Por eso los kioscos se parecen cada vez más a un bazar. 

Bien atrás o escondidas a un costado, suelen estar las revistas porno, envueltas, por ley, en un nylon negro. Casi todas son ediciones que han quedado de principios de 2000. Los canillitas las compran a precios bajísimos. Es la única manera de que rindan. Los ejemplares cuestan entre 50 y 60 pesos a público. El 95% de las ventas tiene dos destinos: la cárcel y el mar. Los familiares de los presos compran a pedido, porque en reclusión no está permitido el uso de celulares. Es un material que hasta tiene valor de intercambio. También los marineros que se embarcan tiempo largo, al no tener acceso a la red de datos con sus teléfonos, suelen compartir su intimidad con estas revistas. Y en escala milimétrica están los que todavía las compran por deporte, son siempre adultos mayores y las buscan en los kioscos del microcentro.

Broggi explica que las revistas porno eran una fuente de ingreso importante en las décadas del sesenta, setenta y ochenta para los kioscos. Había más de 30 publicaciones distintas y se editaban en cantidad. Había kioscos que se dedicaban con exclusividad a este sector. Existían las que eran sólo para mirar y las que también tenían material de lectura, relatos eróticos fundamentalmente. De esas queda, entre otras, Sexo bizarro, una revista que todavía tiene sus lectores. Poquísimos, claro. “La mayor cantidad de ventas se registra históricamente en el puerto, por los mismos motivos que hoy en día”, explica Broggi. La reconversión de la industria llegó con la inclusión del vhs. El gran hito tuvo lugar en 1991, cuando la revista Eroticón editó un número con el clásico Las tortugas pinjas mutantes, de Victor Maytland. Fue récord de ventas con 50 mil ejemplares. Ninguna revista del estilo había vendido tanto en Argentina. Fue el último destello de masividad.

Los coleccionistas ya no existen. Mariano, del local céntrico Canje Mariano, explica que hace unos cinco años que nadie las pide. El stock está quieto, incluso de publicaciones como Private, que tenían sus seguidores. Tampoco las compran los comercios. Hace veinticinco años solían estar en las peluquerías de caballeros y talleres mecánicos, donde se adquirían especialmente por los pósters de mujeres desnudas. Y claro: los menores de edad, que las compraban para mirar con amigos a escondidas. Nada de eso existe más.

La verdad es que las revistas triple equis no pueden ni asomarse a competir con la pornografía en internet. Es un mercado inmenso que abarca el 6% de contenido total de la web, repartido en más de 100 millones de páginas. La mitad de ese material es de acceso gratuito. Es tan simple encontrarlo y tan diversa la oferta que en los últimos tres años las búsquedas de videos específicos aumentó un 45%. Es decir, se busca con exactitud lo que se quiere ver. En todo sentido. Según un estudio del Observatorio de Internet en la Argentina, el 81% de los personas que tienen acceso a la web miran pornografía al menos una vez a la semana.

Pero bueno, todavía están los que insisten con mirar fotos en un papel. Cada cual con su estilo.



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