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Opinión 25 de marzo de 2017

Un mundo agradable

por Ezequiel Medina

Cuando decimos que las canciones no pasan de moda no es solo una referencia al estilo y la calidad de la melodía, o de la armonía de su composición, sino también de sus poemas y la fuerza que tienen sus palabras. Como se identifican esas canciones con las angustias y alegrías que la sociedad tiene de generación en generación. Aún, hoy, todavía, como diría José Pablo en La Filosofía y el barro de la historia, hay peleas que dar en este mundo y que son de hace muchos años.

Todas las sociedades tienen tabúes, y la raza humana tiene muchos por especie y por cultura global. Hablamos de incluidos y excluidos, luego con los años fuimos perfeccionando el discurso (en la ironía) y hablamos de quienes caben en este sistema y los que no, apelando a la cultura del descarte.

El mundo se ha transformado en una aldea global donde cuesta diariamente asomar ideas sin que sean atacadas por las mezquindades propias de una cultura de competencia insana y egoísta. Y allí, el arte está presente.

Muchos tendrán en su memoria la letra de Cambalache, ese sonar rioplatense que retrataba una época, una radiografía hecha canción que aun hoy, todavía, se aplica. Seguramente también varios recordarán la letra de Nacha Guevara cantando Patitos Feos en una mitad de siglo XX de revoluciones internas y personales, y externas y colectivas. Y más para nuestra cercanía al milenio autores y grupos como Pedro y Pablo, Sui Generis y Seru Giràn engalanaron las tapas de nuestras revistas mentales para sellar para siempre sus letras que aun hoy todavía son himnos representativos de luchas y sueños.

Entre ellas en estas semanas sonó en una radio Un Mundo Agradable. “Todas las personas pueden mejorar, todos los proyectos pueden ayudar, si estás ahí, si lo deseas. Este es mi sueño y el de muchos más, esta es mi casa donde quiero estar“. Despertarme en un mundo agradable titula como máxima primaria de deseo esta canción.

Es cierto que nuestro contexto político y social no es el ideal, será que en nuestra joven democracia muchos son los que se agarran del barandal para no irse de la escena, y otros se ubican en los lugares que cronológicamente les corresponden, o eso creen. El tema está en cómo lo hacen, cómo entran en esa escena. Y claramente la pelea de plumas de quien llevará el papel protagónico. Pero ¿alguno de ellos quieren realmente pasar a la historia por hacer una gran obra?, o simplemente gustan probar un tiempo la mágica y vertiginosa sensación de tener una marquesina en calle Corrientes.

Creo profundamente en que vivimos tiempos en que muchos somos los que estamos ahí, y deseamos cambiar la casa donde vivimos, la sociedad que nos aglutina. Todos los caminos pueden ayudar si se está ahí. Y estar es del mismo verbo que el ser. Ser y estar tiene, aunque en verbos distintos, un significado similar. Se es estando.

El arte nuevamente nos reúne al fogón de una canción que resuena en una radio vespertina. Y está en nosotros seguir hablando de tiempos mejores o de crearlos realmente. El proceso el cual vivimos, los años del modelo peronista-kirchnerista, quedaron atrás, y hoy retomar la historia presente es un desafío que nos llama a la batalla en paz y con alegría. El arma de nuestros enemigos (todos los que atenten contra nuestra fuente fecunda del derecho) es entristecer a los pueblos, y los pueblos deprimidos no vencen. Por eso, decía Jauretche, hay que combatir con amor pues nada grande se puede hacer con la tristeza. Esto no es dejar de lado lo conquistado y la ampliación de derechos obtenida. Sino más bien hacer valer las instituciones del estado, que no son los organismos de los tres poderes solamente, sino el sostén principalísimo de cualquier sociedad, la familia y la persona. Esta es la institución más fuerte que debemos sostener en la democracia. Uno a uno transmitiendo la certeza de futuro y el poder ciudadano que tenemos en nuestras manos. Estar ahí. Estar presentes y ser artífices protagonistas del presente. Estar ahí y desearlo.

Dejemos, abramos espacio en el presente que vivimos, a los jóvenes y no tanto, que quieren emprender proyectos de vida y militancia sin importar el color que levanten.

Un mundo agradable es eso, entender que todas las miradas por diversas que sean suman a la hora de un cambio social y moral que demanda la hora. Abramos espacios donde falta iluminar conciencias, tiremos muros de fanatismos y armemos puentes de dialogo. Estar ahí. Estar asistiendo a la existencia. Asistir en todo lo amplio y ambiguo del verbo.

El tiempo, que juega a favor de los correctos siempre, será el encargado de ordenar las esperanzas. Y de eso tenemos ejemplos amplísimos para dar.

En un momento en el que los canales nos inundan a gritos, los medios se transforman en el primer factor de trata de personas, o de mentes, en la tarea de construir criterios, tomemos el trabajo responsable de escuchar al otro y encontrar en él, como diría Borges, la Patria. De todos y de nadie.

Hacernos propio la ampliación de derechos, que no es de un gobierno, sino de la sociedad que durante años lucho por ello. Somos nosotros el único factor de cambio, y la única institución que debemos fortalecer. Escuchar y asistir a la existencia. Solo así, podremos seguir construyendo un espacio en el tiempo que nos permitirá tener más vuelos que rodillas.