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Opinión 16 de mayo de 2017

Vemos lo que alguien desea

Los asesinatos del barrio El martillo tuvieron sus imágenes explícitas. Sexo, violencia y prejuicios como laboratorio del discurso político. El fotógrafo Julián Rodríguez analiza el rol de la imagen en los medios de comunicación.

por Agustín Marangoni

En el mundo de la imagen hay dos grandes imperios. Por un lado la cosa. Por otro lado el discurso. Una cosa es una cosa. La cosa dentro de un contexto discursivo es otra cosa. Un medio de comunicación no necesita la cosa, necesita que la cosa diga algo que le sea funcional. No es cuestión de fotografiar a un funcionario para ilustrar una crónica. Hay que mostrarlo con un gesto, con una postura corporal determinada, embebido en una circunstancia que refuerce la línea editorial. El discurso tiene que sobresalir de la cosa. La imagen, para la información en velocidad, tiene más potencia que el texto.

Hay que adaptarse o bajar la persiana. Ya no existe la noticia sin imagen, al punto que puede haber foto sin fotógrafo. El ejemplo claro son los casos policiales. Los encargados del departamento de fotografía suelen buscar a víctimas y victimarios en las redes sociales, según parámetros discursivos precisos. Que unos se vean lindos e indefensos. Que otros se vean peligrosos. Y si los victimarios son lindos la noticia se transformará en una novela de clase, con menos culpables y más chimentos.

“Estamos invadidos por imágenes, pero curiosamente se trabaja para destruir su capacidad analítica”, analiza el fotógrafo Julián Rodríguez. Sus palabras golpean la mandíbula de un problema histórico: la escuela enseña a interpretar palabras, pero no imágenes. En términos del historiador inglés Peter Burke, la educación formal es una usina de analfabetos visuales. Genera un punto ciego que es bien aprovechado por la publicidad, las redes sociales y los medios de comunicación. Es decir, el desconocimiento, una vez más, es la semilla de un negocio. El 20% del total de fotos de toda la historia de la humanidad fueron tomadas en el último año. El promedio de fotos subidas en 2016 sólo a redes sociales fue de 2 mil millones por día (2.000.000.000). En ese caudal de fotos hay opiniones. Muchas interesantes, muchas peligrosas. Pero pasan desapercibidas porque se naturalizan. Ganan los medios masivos. Los que tienen el poder de amplificar lo que les conviene.

Susan Sontag apuntó que la fotografía es una diversión casi tan cultivada como el sexo y el baile. Es un rito social, una protección contra la ansiedad y un instrumento de poder. Lo escribió en su libro Sobre la fotografía, hace más de cuarenta años, cuando la galaxia fotográfica actual no era ni un relato de ciencia ficción. Julián Rodríguez actualiza esa lectura y detiene su atención en la búsqueda de los fotógrafos principiantes, que se pulen sobre la base del pop. Pero no del arte pop, no en la línea estética de Marcos López, por ejemplo. Sino del pop como una intención de ser vistos: los 15 minutos de fama de Warhol, que hoy pueden ser 15 segundos y gracias. “En ese punto, los fotógrafos aficionados y los medios masivos se tocan. Van en procura de lo que busca el otro. Mientras la línea avanza en la construcción de lenguajes, cada vez más pulida y ajustada, se construyen nuevos significados y sentidos. Los medios masivos trabajan en ese plano. Construyen el imaginario de los líderes de opinión. Esa es la verdadera construcción. Los lectores reciben directivas sobre qué es lo correcto, qué se debe ver y cómo debe ser visto. Algunos fotógrafos intentan subvertir eso. Pero la mayoría lo que busca es hacer decoración de interiores o fotografías juntalikes”, apunta.

Julián reflexiona desde el campo de acción. Hoy se dedica a la fotografía artística y a la docencia; hace veinticinco años estaba en la calle, cámara en mano, pisándole el talón a las urgencias. Sus fotos ilustraron la mítica revista Pelo, también Noticias y Caras. “Los fotógrafos de gráfica saben que la foto de tapa vende y la de adentro informa. Es una diferencia entre tiempos, velocidades y tensiones. Hoy la lógica es distinta”, dice.

– ¿Cómo impacta la fotografía en la construcción de opinión, entonces?

– Hay un público que va en busca de algún tipo de información, de análisis breve. Que no es un análisis, es una reacción. Los medios apelan a una forma de enmascarar lo que en verdad son, con una respuesta que medianamente los proteja. Las fotos que se levantan de las redes sociales, por ejemplo, están hablando del que utiliza esa foto y no del que la sacó. Las imágenes son emergentes del deseo de cada cual.

– ¿Y el rol del público, del receptor?

– Creo que hay una situación humana anterior al fenómeno informativo. Hay quienes están dispuestos a creer algo antes de que suceda. Esa disposición tiene una imagen. El gran público es una construcción. La fotografía funciona parada sobre el deseo, no sobre las cosas.

En esa línea explica que los medios expresan, justamente, sus deseos profundos. Que siempre son vergonzantes y de tinte político. “Por eso replican la foto de la chica haciendo trompita frente al espejo. Por eso buscan siempre el escote. Los medios se refugian en ese criterio de selección. El que apoya inocentemente a los hijos de puta es porque está de acuerdo con los hijos de puta. Se ve como beneficiado a futuro. Y en la imagen lo dice con una excusa. Cuando elegís una foto así la elegís por eso. No por el público. La elegís por vos”, agrega.

La violencia explícita es otro inciso delicado en el uso de la imagen, tanto en fotografías como en videos. La difusión de la violencia en internet a través de material casero –multiplicada en su circulación por los medios– incita a un comportamiento social indeseable. La socióloga Michella Marzano, en su libro La muerte como espectáculo, habla de una “desensibilización social”. Hay tanto material violento al alcance de la mano que lentamente se pierde la capacidad de asombro. El video que apareció la semana pasada donde se ve el cuerpo calcinado y decapitado de Nelson Alderete en plena masacre del barrio El martillo es un ejemplo certero y cercano. Los vecinos se muestran familiarizados con esa violencia extrema. Los medios la expanden, adiestran a los receptores en esa gramática social.

Julián cita a Eugen Bavčar, célebre fotógrafo ciego: “Fotografiamos aquello que queremos ver”. O sea, cada cual proyecta sobre la realidad los deseos que busca. Lo que se ve en los medios masivos hay que interpretarlo como el deseo de los dueños del mensaje. Los medios se apropiaron de la línea estratégica entre la realidad y la construcción de la realidad. Las imágenes son, entonces, un arma difusa. El escondite del que quiere ver mucho y pensar poco.

Foto: Laura Nacc