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Opinión 23 de agosto de 2016

Es la cultura, estúpido

por Nino Ramella

El programa Caja Lúdica de Guatemala ayuda a rescatar los chicos de la calle.

Ir contra la corriente no es la mejor manera de hacer amigos. A mis años ya lo aprendí. Pero hace más daño dejarse arrastrar por la mayoría si uno cree que el rumbo está equivocado.

Valga mi introducción para justificar el motivo por el que creo que las políticas públicas en materia cultural atrasan setenta años, independientemente de cuán modernas sean las posturas y aún más…de cuán progresistas o conservadoras sean las fuentes.

Me voy a referir al Estado en consideración a su indelegable responsabilidad en el diseño de una sociedad en la que el conjunto de sus integrantes viva mejor. La gestión cultural en el sector privado no tiene los imperativos morales que sí tiene el espacio de lo público.

No hace mucho tiempo que los gestores del espacio oficial han incorporado a su discurso que la cultura contribuye a la construcción de ciudadanía, la defensa de los derechos humanos, la consolidación del camino de la paz, la profundización del espíritu democrático, el fortalecimiento del espíritu crítico, la transmisión de valores y un largo etcétera.

Ahora bien… ¿saltaron esos conceptos de la retórica discursiva a los escenarios de la realidad?. Yo digo que no. Basta analizar los presupuestos ejecutados de cada organismo y las estructuras que sostienen para comprender que una porción enorme -y en algunos casos la totalidad- de la torta presupuestaria se destina al sostenimiento de lo que cultura significaba hace muchos años. Es decir, a la cultura “culta” generalmente limitada a las artes. En la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales realizada en México en 1982 se enfatizaba en que es consustancial al concepto de cultura “…los modos de vida, lo derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores…“. Parece que muy pocos lo leyeron.

Algunos estarán pensando en que conocen un programa que sí apunta a lo que aquí menciono. Claro, alguno por ahí perdido hay. Es más, suelen ser invocados cuando un gestor oficial habla de lo que hace su jurisdicción en material cultural. Pero su escala es insignificante.

Un rumbo equivocado

Si se está convencido, como fervientemente lo estoy yo, de que las políticas públicas en materia de cultura pueden contribuir a mejorar la sociedad que tenemos, es imprescindible pegar un viraje a lo que se viene haciendo.

Latinoamérica es la región más desigual de la tierra, sólo comparable a algunos países subsaharianos. Unas 200 millones de personas son pobres. En nuestro país hay 13 millones de pobres. Una de cada tres personas adultas y uno de cada dos chicos lo es. La mitad de los hogares argentinos tiene algún derecho conculcado por la pobreza, según el Índice de Privación de Derechos (IPD) de la UCA.

Pero ¿qué significa ser pobre? No implica solamente no satisfacer necesidades en salud, alimentación, vivienda, educación… Representa también la imposibilidad de ejercer los derechos cívicos y políticos. Implica la destrucción del entramado de subjetividades que vinculan a un ser con su familia y con su comunidad. Significa la pérdida de la autoestima. Es fuente de desesperanza.

¿Pueden las gestiones en Cultura hacer algo para mejorar esa situación? ¿Es posible frente a ese panorama encarar acciones para incorporar a la mayor cantidad posible de personas al circuito de bienes culturales como venimos diciendo que es imperativo de toda gestión?. Yo afirmo sin hesitación que sí.

Pero para eso hay que revolucionar miradas. Hay que interpelar mentes y desmantelar convicciones y prejuicios que justamente la cultura se empeñó en cristalizar entre sus propios actores y acaso más patéticamente en el mismísimo imaginario colectivo.

Lo que todos “sabemos”

Todos sabemos que el Teatro Colón es símbolo de la cultura argentina en el mundo, tanto como lo son sus artistas más reconocidos. Y cuando digo todos incluyo también a aquellas personas que lo creen pero que nunca lo han visitado y acaso jamás lo hagan en el futuro. Grafico con este ejemplo a lo que quiero referirme cuando hablo de imaginario colectivo.

Ahora bien… ¿hay un correlato lógico entre la inversión que implica mantener el Teatro Colón y el rédito social que el Estado debe siempre privilegiar en sus acciones?. Antes que me quieran mandar a la hoguera me adelanto a decir que no estoy proponiendo demoler el Colón o cerrarlo. Ya lo explicaré.

Cultura en la Provincia de Buenos Aires tiene algunos organismos muy connotados. Su nave insignia es el Teatro Argentino de La Plata, al que ahora han dotado de 400 millones de pesos para restaurarlo. A su sala más grande, la Ginastera, entran menos de tres mil personas. En La Matanza viven 1.700.000 personas. Cultura de Provincia no tiene nada en ese distrito.

El Estado tiene la indelegable misión de contribuir al diseño de una sociedad más igualitaria, como hemos dicho. Y tiene 13 millones de pobres. Es decir, de excluidos. ¿Es o no una prioridad de las políticas públicas atender a los vulnerados?.

Prioridades

Hablo de prioridades. Y lo que menciono como tal conlleva una insignificancia casi invisible en los presupuestos. Hay que repensar esas proporciones. No hablo de disolver o destruir nada. Hablo de cambiar la mirada.

Cada organismo existente debe modificar su enfoque y reorientar sus acciones poniendo su mira en los sectores vulnerados. Esto quise decir cuando advertí que no quería cerrar el Teatro Colón sino hacer un llamado para innovar en los alcances de su misión.

Los organismos de cultura no van a resolver el problema de la pobreza estructural, que es un drama polidimensional. Pero pueden cambiar el destino de mucha gente y, lo que no es menos importante, pueden dar herramientas para que cada individuo defienda sus derechos…y para que el resto de la comunidad entienda el valor de esos derechos y los ampare.

¿Es la cultura un derecho primordial?. No. Los derechos básicos son los que tienen que ver con la vida misma. Es decir, los derechos a la salud, la vivienda, la alimentación… Pero sólo la cultura instala esos derechos. Sólo la cultura da herramientas para defenderlos.

El silencio de los vulnerados

¿Porqué digo que los gestores culturales deberán a veces cuestionar a los propios actores de la cultura? Pues porque no siempre los intereses de estos son los intereses de la comunidad. Y un gestor cultural desde el Estado debe tener a la comunidad en su conjunto como fin último de sus desvelos.

Los actores de la cultura son herramientas imprescindibles e insustituibles de la gestión cultural, pero siempre alineados al fin superior que es, insisto, la construcción de una sociedad más igualitaria. Las políticas públicas en la materia no pueden estar al servicio de la superviviencia de unos pocos sino del mayor conjunto social que abarcarse pueda.

El desafío de un gestor cultural es no perder de vista este concepto. Tiene que interpretar demandas que no se expresan. Es seguro que las madres de adolescentes de un barrio con conflictos sociales no van a pararse al frente del despacho de un secretario de Cultura para reclamarle un programa que saque a sus hijos de la calle. Es responsabilidad del funcionario analizar la situación y responder a esa demanda muda.

Escenarios sin alfombras

Es imprescindible transitar los escenarios más comunes de los sectores vulnerados. Hay que caminar los contextos de encierro (acaso el subsuelo de la condición humana), contextos de pobreza, colectivos discriminados y acercarse a toda aquella persona que no está en condiciones de defender sus derechos.

Las herramientas que nos da la cultura son formidables. Nos permiten ayudar a que esos sectores se emancipen, sean capaces de generar sentido, sean autores de su propia producción simbólica y no sean sometidos al diseño de lo que la clase dominante piense qué es lo mejor para ellos.

Es obsceno generar una cultura para pobres. Es lo que vemos con frecuencia. Llevar un músico a un escenario de personas vulneradas para que los entretenga una hora es una obscenidad. Lo destinatarios de programas culturales no pueden ser espectadores pasivos. Lamentablemente lo que abunda en nuestros días en este país es lo que podríamos llamar el “espectáculo de la cultura”. Así estamos.

Abundan ejemplos

No es una fatalidad la incongruencia de los inherentes propósitos del estado y sus acciones. Hay que corregir la mirada. Nada más. Hay que poner atención a aquellas acciones territoriales exitosas. En este tema las organizaciones sociales que trabajan con herramientas de cultura en sectores de riesgo deben tenerse en cuenta. El Estado puede aportarles escala de producción y aprovechar sus experiencias.

Hay muchos programas que pueden mencionarse como exitosos. Latinoamérica muestra varios. Caja Lúdica de Guatemala con circo social para rescatar los chicos de la calle; el Teatro del Oprimido de Brasil; el sistema de Bibliotecas en Medellín junto a la Corporación Nuestra Gente; CICOR de Bolivia… decenas de programas exitosos que sólo hace falta copiar bien.

La experiencia de las orquestas escuela nacidas en Venezuela de la mano del maestro José Antonio Abreu -donde más de 250 mil chicos en estado de riesgo integran orquestas-, es uno de los más maravillosos programas que ilustran la reflexión que aquí propongo.

Esta sociedad inquieta por los conflictos sociales debería pensar que endurecer la batalla de unos contra otros sólo tiende a agravar el desencuentro. El problema es indiscutiblemente cultural y el desafío es lisa y llanamente sintonizar ideológicamente el país que queremos y derribar prejuicios.