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Arte y Espectáculos 18 de abril de 2016

Falleció Eduardo Pascual el querido “Gordo” de Musical Norte

El cariñoso recuerdo de los músicos marplatenses del músico y comerciante, dueño de Musical Norte.

Una enorme tristeza causó el fallecimiento, ayer, del músico y comerciante Eduardo el “Gordo” Pascual, el reconocido dueño de Musical Norte, el emblemático negocio ubicado en San Luis 1787 desde hace muchos años.

Los artistas, especialmente los músicos, lo recordaron a través de las redes sociales con gran cariño. Luis Reales lo evocó, bajista y jovencísimo compañero de ruta en la banda “Aguamares”, que allá por los ochenta integraron con Nancy Avalos y el percusionista Marcelo Constantino entre otros.

Dijo que era “un tipo raro de comerciante”, por su proverbial generosidad “a los músicos nos hacía regalitos todo el tiempo y cuando teníamos hijos, también a ellos… Siempre estaba regalando algo…”, característica también resaltada por el compositor Ricky Arriagada, que le dedicó un cariñoso recuerdo en FB.

El músico Marcelo Sanjurjo, por su parte, escribió un emotivo texto: “Supimos que se llamaba Eduardo sólo después de afianzar en nuestro interior el sobrenombre que lo acompañó toda la vida. Fue, es y será el “Gordo” Pascual. Una suerte de billete de lotería premiado. En 1972 fuimos con papá al viejo local de Musical Norte en la calle Alberti, y allí recibí mi primera guitarra. Desde entonces le compré seis mil cosas, desde pianos hasta púas de guitarra. Siempre su generosidad, siempre el gesto compañero, siempre la comprensión, siempre la cuenta corriente que se estiraba hasta límites extraplanetarios. Siempre preguntaba por mis hijos. Si Rocío le contaba que había formado un grupo de música infantil, él le regalaba un cd “ad hoc”. Si Julia se presentaba en algún sitio allá iba el gordo y sponsoreaba sin chistar, dicho sea de paso, a la segunda generación de los Sanjurjo. Si acaso alguna vez no puso dos mangos en alguna presentación mía, fue más porque cierto pudor me impidió levantar el teléfono y manguearlo otra vez, que por falta de predisposición suya. Y su boliche unía dos cosas que a veces no encajan del todo en la lógica cotidiana. Tenía un negocio de instrumentos musicales -que para los músicos es prácticamente una juguetería- y era buen tipo. Bueno de verdad. Así como el pobre cristiano que tiene una pizzería al lado de una comisaría ha de sufrir toda su vida el saqueo sistemático a cargo de las siempre ávidas huestes policiales, el gordo sufrió históricamente ese minisaqueo de cuerdas, correas, discos, etc., soportando estoicamente la consabida frase “paso en la semana y te lo pago”, segunda frase en el imaginario orden de promesas incumplidas (la primera es, naturalmente, “el lunes empiezo la dieta”). Amó a su mujer, a sus hijos, cuidó y penó por su mamá enferma hasta el último de sus días. Recuerdo la imponencia de su padre, en la puerta del negocio, faseando, viéndonos llegar al local tal vez pensando “otra vez estos hijos de puta mangueros”, y llamando al gordo con una voz ronca, ceceosa y resignada, como suplicando que se haga cargo de sus menesterosos amigos. Si habremos cruzado la ciudad en su Ford Falcon -yendo a tocar a los lugares más insólitos- cargado con doce personas, tres guitarras, un bajo, un par de tumbadoras, tres bafles, un teclado, etc. Con Ricky Arriagada teníamos la costumbre de toquetearlo en pleno negocio, y él se cagaba de risa, mientras intentaba sostener un mínimo de decencia en nombre de la seriedad comercial. Hace diez días lo vi por última vez, contento por la operación que le desapareció 50 kgs., y porque se iba a bucear al sur. Obviamente al momento de pagar lo que había comprado me aplicó la doctrina Pascual (“llevás tres, pagás dos y cuando se te antoje”). En tiempos de tanto impostor, de tanto cariño esmerilado por el interés, el gordo será siempre un bello recuerdo en nuestros corazones. Hasta cuando sea, querido”.



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