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La Ciudad 2 de octubre de 2017

La vida en el basural, el último eslabón de la ciudad ignorada

A pocos minutos del centro, cientos de personas -muchas menores- pasan por el basural para separar los residuos orgánicos de los inorgánicos y luego venderlos. Muchos, incluso, rescatan alimentos para la ingesta.

por Natalia Prieto
@prietonatalia1

Diariamente, cientos de personas -muchos menores- pasan por el basural para separar los residuos orgánicos de los inorgánicos y luego venderlos. Muchos, incluso, rescatan alimentos para la ingesta. Abandonados por el Estado, la Iglesia destaca la dignidad que tienen: “Es gente que quiere trabajar”.

“No sé si es mucho -dice Mauricio (29 años) mientras cuenta los billetes de su paga diaria- pero es plata”. Sumó $400 por 12 horas de trabajo en el basural.

Como él, entre “300 y 500” personas -según el día- “trabajan” en el predio, muchas de las cuales son menores. Incluso, algunos viven allí y otros tantos se alimentan de esos restos de comida desperdigada en las montañas de desechos y hasta llegan a fraccionarla para después venderla en los barrios.

Los recuperadores se encargan de separar los residuos orgánicos de los inorgánicos, empaquetando el cartón y plástico que después venden a razón de $1,10 por kilo.

Así, una vez que el camión descargó su contenido en el relleno, los recuperadores se encargan de revolver la basura y separarla.

De acuerdo al día, lo ganado diariamente promedia “entre $400 y $500 por 12 horas de trabajo”, señalaron los recuperadores.

La tarea se realiza al aire libre, sin ningún tipo de equipo de protección ni elementos de seguridad, incluso muchas veces está a cargo de niños y adolescentes.

Con la temporada de lluvia que vivió la ciudad durante el invierno, los caminos y los rellenos mismos empeoraron sus ya precarias condiciones y los camiones al volcar toda la basura cerca de la entrada enseguida hicieron colapsar la capacidad.

Precariedad

Ante la situación de deterioro, los recuperadores se quejaron y pidieron soluciones al gobierno municipal -de quien depende el lugar-, pero no obtuvieron respuesta. Entonces, hartos de denunciar, hace días optaron por cortar el camino de ingreso para hacerse escuchar. Al otro día de la protesta, las máquinas del Enosur se pusieron a trabajar para tratar de emprolijar los caminos y los playones.

Previamente había intervenido la Justicia y el intendente Carlos Arroyo había dudado de la situación al decir que “los manifestantes dicen que comen basura o que comen alimentos vencidos. Yo no vi que el juez haya tomado indagatoria a nadie para saber qué comen”. El juez había señalado que el Ejecutivo municipal apelaba a la cuestión punitiva como solución y se negó a desalojar.

“Nosotros no quisimos cortar, pero fue la única manera de lograr algo”, dice Tuti ante LA CAPITAL, con más de 20 años de trabajo en el predio. Ahora ya no revuelve la basura, sino que les compra los materiales separados a los recuperadores.

BARURAL 07

Un olor indescriptible, entre rancio y ácido que se intensifica de acuerdo a la dirección del viento, invade el lugar mientras que los chimangos no dejan de revolotear.

Al predio de recuperación de residuos -o basural o quema, como la llaman- se llega tomando la avenida Independencia rumbo al sur, que después cambia de nombre a Peralta Ramos y finalmente se transforma en Antártida Argentina. Unos 2 kilómetros después de pasar Mario Bravo aparece el cartel que indica que se llegó al Predio Final de Recolección de Residuos. LA CAPITAL recorrió el sitio y dialogó con los recuperadores.

Historias

Mauricio tiene 29 años y desde los 14 circula por el basural, donde conoció a su mujer, con quien tiene 3 hijos, pero se acaban de separar. “Yo nací en la quema -explica-, a mi mujer la conocí acá y acá también nos peleamos. Ahora estoy mal porque no me quiere hablar y es el amor de mi vida”. La paga por separar el cartón del plástico varía de acuerdo al día: “Hoy hice $400 por 12 horas de laburo, no sé si es mucho, pero es plata”, dijo en el atardecer del jueves pasado.

Sebastián (17) carga con una gran bolsa que contiene snacks similares a los “chizitos”. “Acá vengo de chico, me crié acá, y hago unos mangos. No hay trabajo, yo no encuentro otra cosa, así que nos tenemos que arreglar”, cuenta mientras lo escuchan su mujer Celeste (15), que carga con la hija de ambos de 2 años, y su hermana Cintia (14).

Así como ese día lleva “chizitos” -“después los fracciono en bolsitas y los vendo en el barrio”, detalló-, en otras oportunidades han armado el menú diario con productos rescatados de la basura.

“Tiran lo que está vencido, pero se puede comer -explica- porque todavía no se pudrió. Nuestro estómago ya se acostumbró a esta comida”.

Miguel usa una especie de mono de Tyvek blanco que ya está gris para no ensuciarse tanto. Su paso por el basural, acompañado por su mujer Carmen, se debe a que debieron activar el plan B: “Yo trabajo en el pescado -cuenta el hombre- pero este mes sólo tuve laburo 15 días”.

Con 8 hijos, la mujer asegura que “es la opción que tenemos para llevar un mango a casa, yo no voy a salir a robar para darle de comer a mis hijos. Y hay que vestirlos y mandarlos al colegio, además de comer, así que acá estamos”.

BARURAL 30

Dormir en el predio

Muchas veces por semana, Rosa Luna (26 años) se queda a dormir en el predio, donde armaron casillas con camas para pasar la noche. “Por ahí me quedo de lunes a jueves o viernes, depende de cómo venga la mano, y después me voy a mi casa. Si duermo acá puedo revolver la basura bien temprano, recién depositada”, dice mientras aclara que “uso guantes”.

A pesar de las condiciones precarias en las que se desempeña, la joven intenta ver el lado positivo: “Me manejo los horarios, no tengo jefe, pero sí, es sacrificado”.

Ezequiel, con 17 años, es su compañero de tareas, quien elige no usar guantes y sus manos tajeadas así lo muestran.

“Es sacrificado, pero es lo que tenemos. No hay laburo en ningún lado y acá sacamos unos mangos”.

Roberto sigue revolviendo entre los desechos aunque señala una bolsa cargada con “cosas que nos pueden servir, incluso hay ropa que se puede arreglar”. Con 25 años se quedó sin trabajo “y mi mujer me mandó para acá, algo vamos a encontrar”, señala junto a su hijastra de 18.

“La gente es digna”

Olvidados por el Estado, los trabajadores del basural reciben la visita de distintos grupos parroquiales, que les alcanzan comida o bebidas calientes en el invierno y agua en verano.

“Venimos a acompañar a la gente, a estar con ellos, a charlar y les proveemos algún alimento. A veces también hay chiquitos que la madre no tiene dónde dejarlos”, contó el padre Pablo Etchepareborda que coordina la pastoral de las parroquias del sur de la ciudad.

“La gente es digna, se esfuerza por tener una vida mejor, tienen valores y trabajan. Si tuviesen otras posibilidades de trabajo seguro abandonarían esto que hacen”.

Asimismo, el párroco de San Pío Pietrelcina reclamó que “tenemos que rescatar a estas personas que son como nosotros, pero no tienen los elementos para vivir de otra forma. Se los estigmatiza y no es así. Son trabajadores y merecen una vida diferente” y afirmó que “es gente que quiere trabajar, tenemos que rescatar esa dignidad”.

Miguel se quita la ropa de trabajo a la vez que asegura que “el intendente se tiene que ocupar de nosotros, queremos que nos escuche y dé soluciones. Recién nos dieron algo de bolilla cuando cortamos y no puede ser”.
El sol va desapareciendo en ese jueves primaveral mientras los chimangos siguen revoloteando sobre el basural.