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13-01-2009

Manuel Callau, teatro y compromiso

Manuel Callau es protagonista, junto a Virginia Lago, de la conmovedora obra de Michael Tremblay “Por el placer de volver a verla”, que bajo la dirección de Manuel González Gil, se presenta el 23 en el teatro Colón.

por Juan Carrá

“Manolo”, como lo llaman sus amigos, es, quizás, uno de los actores nacionales con mayor compromiso social. A lo largo de su extensa carrera ha elegido, en múltiples oportunidades, llevar a las tablas piezas donde el acento está puesto en problemáticas sociales y/o políticas.

Su recordado papel en “Una bestia en la luna”, junto a Malena Solda, interpretando una particular historia de amor en el marco del genocidio armenio, es uno de los tantos ejemplos que se pueden dar de su trabajo. Orgulloso de mostrar su amor y gusto por el teatro, se confiesa como un “buen espectador”. Amante de Mar del Plata donde vivió desde los 17 años y debutó como actor en 1969 en una obra de Chéjov, vuelve para emocionar con una obra contundente.

-¿Cómo describirías a la obra?

-Describirla sería difícil para mí, lo que puedo decir de la pieza es lo que a mí me pasó como lector del texto dramático. Me ocurrió que, a medida que iba leyendo, me iba metiendo en un universo muy personal de este autor –el personaje de la obra-, por un lado, y mío a la vez… es como que me iban resonando cosas que le pasaban a este hombre. Me reía como un loco, porque los lugares por donde transita este personaje tienen mucho humor. Tanto el personaje de la madre como el del hijo, tienen mucho humor. Pero en el caso de mí personaje, al evocar a su madre que significó tanto en su vida, en su formación, descubre cosas que no había reparado en otros momentos. Hay un montón de situaciones que descubre en el momento en que la imagen de su madre cobra vida y lo guía. Esto es lo que a mí me ocurría, entonces cuando terminé de leer la pieza pensé, “bueno, si a mi me pasa algo supongo que eso mismo le pasará al espectador”.

-¿Encontrás similitudes entre las cosas que te pasaron en tu vida con las que le pasan a tu personaje?

-No sé si similitudes…lo que si lo que le pasaba me resonaba en algún lugar. Este descubrimiento de esta madre tan particular y lo que a él le significa ese descubrimiento, lo que a él le permite entender, entenderse, o terminar de completarse como persona. Obviamente el vínculo madre e hijo siempre es un vínculo profundamente formativo. Marcan. En este caso en particular aparece el tema del amor por la lectura, por el relato, por el cuento, por la situación dramática, desde un lugar que es muy distinto a las características del personaje y sin embargo, él jamás podría haber llegado a ser el autor que es si no hubiera tenido la madre que tuvo. Entonces, esto es lo que parece interesante: una madre que lee novelitas rosas que genera a partir de esto en su hijo la inquietud de la escritura, de la literatura. Formó un intelectual ¿no?

-También se percibe en ese ida y vuelta en sus diálogos, como una especie de debate entre el sentido común, representado en la madre, y una visión más estructurada, racional de la literatura…

-Sí, sí, ya desde chico defiende la perspectiva científica de Julio Verne -risas- Eso se lo debe esencialmente a esa madre. Esa madre, tan simple, tan elemental grandilocuente por momentos, pero que en esta manera de contar, de vincularse con su hijo, con su familia en general, deja en este hijo la impronta de lo teatral.

-¿Cuánto hay de racional y cuánto de pasional en el teatro?

-Es un equilibrio imprescindible. No imagino un teatro sin pasión y sin cabeza. Creo que siempre hay un lugar donde uno tiene la noción de estar exponiéndose a un montón de gente que está en la plantea, pero a la vez genera una suerte de abstracción para poder desarrollar el vínculo con el otro ahí en el escenario, pero siempre está presente la mirada del espectador. A la vez hay una cantidad de elementos de orden técnico que son fundamentales para que el espectador pueda disfrutar de ese objeto que, finalmente, tiene una aspiración artística. Digo, si yo puedo vivir una situación profundamente apasionado e integrado emotivamente, pero estoy fuera de la luz, la gente no lo ve. Por lo tanto, tengo una racionalidad que me dice tengo que estar acá y no acá…Por otro lado hay algo en esa -entre comillas- perspectiva racional que hace también a lo artístico; que hace también a la construcción de la belleza, porque también formalmente hay una belleza que tiene que llegar al espectador que es parte de la construcción del objeto y que exige un trabajo, una decisión racional. A mí me gusta decir que en el teatro lo pensado debe servir para poner en funcionamiento mecanismos que me lleven a lugares no pensados y que en esos lugares no pensados, debo volver a pensar para volver a generar nuevos lugares no pensados. Este sería el abanico que se abre.

-Durante la totalidad de la obra, que dura casi dos horas estás sobre el escenario sin salir de escena, eso ¿requiere un trabajo mayor?

-Esa es la parte física que nosotros también debemos atender, aunque yo en este momento no lo esté haciendo mucho -risas-. Debería salir a trotar, tener un trabajo aeróbico que en este momento no tengo. Lo tuve toda mi vida, pero en este momento no. Creo que es necesario porque hay un tema de orden físico al que hay que responder, sobre todo en la emisión de la voz. Si bien por momentos nosotros utilizamos el sonido corbatero -lo hacemos para no superponer la música al texto- esto tiene que ver con lo físico… La vez pasada vino un espectador, un señor que tenía ochenta y tantos, estaba con su señora, los dos muy emocionados, le había gustado mucho el espectáculo por lo que se quedo a esperarnos. Entonces me dice “pero usted no toma agua a lo largo de la obra”, entonces le digo que no, que estaba pensando en poner una jarrita de agua y que el personaje pueda beber… Al otro día se me apareció con dos petaquitas…

-La que usás en escena…

-Esa, claro, esa misma me la trajo un espectador, y como etiqueta de la petaca tiene un aviso de la obra que salió en el diario. Fue un regalo muy lindo con una carta muy hermosa.

La cuarta pared

-En relación con los espectadores también en la obra se aborda un debate interesante, planteado en el monólogo de Virginia con el disparador de qué pasa con la llamada cuarta pared. En tu caso, ¿cómo vivís la existencia de esa cuarta pared?

-En el caso de mi personaje la rompe, y creo que lo hace, justamente por lo que dice la madre en ese monólogo. A él le toca mucho, porque está en un momento de su formación con el tema de la cuarta pared. Entonces, como todo joven que está descubriendo cosas, se aferra a esas verdades y la madre lo toma, y también aprende de él. Fijate que en esta construcción que finalmente hace, que es un homenaje a su madre, se propone romper la cuarta pared. Porque se relaciona permanentemente con el espectador. Creo que también eso le viene de su vinculo con la madre… como ese vínculo también lo traslada a su objeto artístico. Lo que también me parece muy interesante en ese monólogo, además de lo que estás señalando, es el tema -pocas veces tratado- de la importancia del espectador en el pensamiento del artista o del que tiene las expectativas de serlo. De cómo el espectador es tenido en cuenta, por los que estamos arriba del escenario, como interlocutor. Y de distintas manera, formas y expectativas. A mí me gusta decir que el teatro que me gusta hacer involucra al espectador como un interlocutor al que debo, no sólo, respetar sino que debo brindarle todo el juego del trabajo que estoy haciendo. Es decir que, hay un respeto por el interlocutor que me parece esencial. En este caso aparece como en un jugo de espejos, caso borgeano, diría, donde la madre se pregunta si la actriz pensará en ella o si termina la función y se va. También nosotros estamos diciendo que no termina la función y nos vamos. Y que de la misma manera que la comenzamos porque los que están abajo nos dan sentido, cuando terminamos la función también hay algo que tiene que ver con una evaluación que es bastante parecida a lo que nos ocurría cuando éramos chicos y terminábamos de jugar un partido a la pelota y comentabas con tus amigos como habías jugado. Eso es un poco lo que hacemos.

-¿Este vínculo es una particularidad del teatro o te pasa también cuando haces televisión o cine?

-Son cosas muy distintas. El teatro es el territorio, esencialmente, del público y del actor Esta interrelación es esencial y te diría que son las dos elementos que no pueden faltar para que ocurra el teatro. En el caso del cine o de la televisión empiezan a aparecer otros factures del orden técnico que construyen el objeto con otra perspectiva. En el caso de la televisión a mí me gusta decir que la televisión es una especie de gran ojo curioso, al que nosotros abastecemos de momentos únicos, porque la gente quiere ver eso. Creo que la televisión, sin embargo, hoy está atrapada en una perdida de sentido de lo específico, para ser utilizada para manejar la cabeza de la gente mas que para desarrollarse como modo expresivo. Entonces, está un poco a la saga, por ejemplo, del cine. Se supone que la buena televisión es aquella que logra imágenes similares al cine, cuando, en realidad, la televisión debería recrearse en lo que es específico de la televisión y que sólo ella puede hacer. Desde ese lugar, seguramente, podrá evolucionar desde una perspectiva expresiva. En el caso del cine, hay una mano que es la del director, que construye ese objeto vivo. En el caso del actor en el cine, un poco esta al servicio de esa mirada, si bien hay un territorio creativo donde el actor desarrolla su propia impronta, su propia creatividad, es la mirada del director la que completa ese objeto. Así y todo, desde mi punto de vista, me gusta el cine que se descubre a sí mismo, el cine que al construirse se descubre, no el que está pensado de manera apriorística, sino el que a medida que se va  haciendo la película se va descubriendo.

Los medios de comunicación

-¿Si tuvieras que elegir entre alguna de las tres formas de expresión actoral, con cuál te quedás?

-Sería injusto si te digo que me quedo con uno u otra. Sería injusto porque creo que en todas he aprendido algo, me han dado algo, a mi la televisión me gusta mucho. Lamentablemente creo que hay muchos problemas para poder hacer televisión…

-¿Problemas de qué orden?

-Es complejo el tema. Creo que vivimos en un mundo que ha perdido el eje, ha desplazado al ser humano del centro y ha instalado al consumo, a la apropiación de objetos como eje de ese sentido. Toda forma de vínculo comunicacional, de por sí está atravesada por lo que es el momento del mundo en el que se vive. Es imposible pensar cualquier medio de comunicación aislado de los valores en el cual se desarrolla. La televisión creo que es víctima y victimario de este mundo en el que vivimos. La televisión es constitutiva de este mundo, no existiría este mundo si no fuese sostenido por la televisión y no existiría esta televisión si no existiese este mundo. Creo que por ahí marcha la cosa. Es una herramienta maravillosa. Creo que se confunden todo el tiempo las cosas, supuestamente hay un debate entre la televisión “culta”, la televisión “seria”, la que debe entretener, la que debe divertir; creo que son discusiones estériles, que es imprescindible para debatir el rol, no sólo de la televisión, sino de cualquier medio de comunicación, la necesidad de debatir la sociedad que queremos, el mundo que queremos, al hombre que aspiramos. Si podemos acordar un nuevo contrato social -al decir de Rousseau- creo que de ahí seguramente va a poder salir una televisión y los medios de comunicación que deseamos.

Actor con compromiso

-Sos un actor al que siempre se lo vincula con las causas sociales, con compromiso social…¿Por qué esa elección?

-Yo no sé por qué… (risas) Lo que sí no me puedo pensar aislado del mundo en el que vivo. Es más, para ser actor necesito nutrirme de la realidad, trato de poder observar y darme cuenta donde estoy metido, cómo son las reglas de juego en las que estoy y por supuesto tomo partidos. Siempre, desde chico estuve del lado de los indios –risas-, me sale así. Siempre estoy del lado de los que tienen que ganar algo, que buscan construir su propio espacio de libertad, a diferencia de lo establecido. Lo establecido, si bien no me parece que todo está mal, de lo establecido reconozco las cosas que debemos cambiar para estar mejor. Sin embargo, también hay cosas que sirven, que funcionan y valores que hay que sostener. Con el tiempo y con los años uno empieza a aprender este tipo de cosas, cuando uno, de pronto, es más joven observa que todo es una porquería que todo hay que cambiarlo y a medida que pasa el tiempo, supongo que porque se te agudiza la mirada, uno se va dando cuanta que para construir un mundo mejor es necesario rescatar lo que en este mundo sirve. Si no es casi imposible.