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26-12-2009

La parábola del buen vecino

por Vito Amalfitano

Horacito Zeballos es un vecino nuestro. Es uno de los nuestros. Lo vimos crecer. Lo vimos formarse. Lo vimos progresar día a día hasta llegar a la elite. Y sin abandonar nunca el terruño. Como Nora y Claudia. Como Bettina. Como Juan y Gabriel, con cuyas bicis nos cruzábamos periódicamente por la costa, Juan B. Justo o hacia la ruta 2...

A él lo vimos en el frontón cuando no llegaba ni a la altura de la raqueta. El frontón de papá, un "laburante" del tenis, que supo entregarle a Mar del Plata un club modelo al que sostuvo contra viento y marea (literal), en inviernos crudos, frente a las mayores crisis, cuando no alcanzaba para pagar el polvo de ladrillo. Un papá modelador de una entidad que contribuyó a que el tenis sea, quizá, por cantidad de competidores y practicantes, el segundo deporte de la ciudad (detrás del fútbol). Un papá también formador de tenistas, docente, creador de escuelas para niños, que incluso volcó y vuelca sus enseñanzas en las páginas de LA CAPITAL, que siempre fue generoso en la entrega, organizando competencias, confraternizando y trabajando junto a otros "profes" de la ciudad. Un papá maestro que no cabe en su orgullo por "su mejor" alumno, su hijo, Horacito, que ya también es Horacio.

Y este Horacio Zeballos, el segundo de una generación ligada a la Cuna de Vilas, llegó este año a codearse con los mejores en el mundo y a quedar nada menos que entre los primeros 50 de ATP.

Pero la verdad está en ese origen. En esa familia. En el padre que siempre acompañó al lado. En esa casa. Y en esta ciudad. "Nací en el club", afirma Horacio en la parte más intimista de esta charla con LA CAPITAL. "Que me acuerde, empecé a los tres o cuatro años, yo siempre tuve una raqueta en las manos", agrega. Y remite a la anécdota que más le gusta de aquellos tiempos, la escena que alguna vez presenciamos en el Edison: "Pensar que mis viejos me retaban porque interrumpía los partidos. Jugaban mi papá contra mi mamá y yo me metía en el medio, quería jugar yo. Me mandaban al rincón en penitencia para poder seguir el partido". ¿Qué mejor cuna tenística que esa? "Ahí, desde el rincón, despotricando, me decía, este va a ser mi trabajo", recuerda también. "Y cumplí, hoy el tenis es mi trabajo, mi vida, vivo del tenis y viviré del tenis, aunque no niego que alguna vez pensé en largar todo pero en esos momentos de más desánimo estuvo mi viejo para alentarme, para asegurarme que iba a llegar", destaca.

Y llegó. El hijo pródigo. El vecino. El pibito al que le decían "dejá de joder con la raqueta..." para poder seguir jugando, papá y mamá. Y a quien después convencieron para no dejarla, para convertirse en lo que toda la familia soñó y modeló.