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26-12-2012

Aquellos años felices

Los torneos marplatenses de básquetbol entre 1975 y 1985.

por Sebastián Arana

No hace mucho, cuando se jugó el último Peñarol-Quilmes, se hablaba del clásico 100 de la historia. Como si la historia basquetbolística de Mar del Plata hubiera comenzado con la Liga Nacional.

La Liga Nacional lo cambió todo. Pero no cayó del cielo. En Mar del Plata fue la coronación de un proceso muy dinámico, lleno de novedades, que le insufló una gran vida a todo el básquetbol de la ciudad.

1975 puede ser un buen punto de partida para esta historia. El papel de los americanos fue vital en este proceso. En marzo de ese año llegó a Kimberley Rick Reed, el primer estadounidense que jugó al básquetbol en Mar del Plata. Generó una especie de revolución. Era un gran jugador, marcaba una tremenda diferencia y la gente iba a la cancha a verlo a él especialmente. 

"Cambió el básquetbol de Mar del Plata. A partir de entonces los clubes comenzaron a preocuparse por mejorar. Vieron que trayendo jugadores de afuera se podía cambiar el ritmo de la competencia local", le dijo a LA CAPITAL Emilio Andrei, dirigente por años del básquetbol de Kimberley.  

Reed apenas jugó el Preparación de ese año, que ganó su equipo con comodidad, y tres partidos del Oficial siguiente. Pero tras su partida otros clubes tomaron la posta. Al año siguiente Católica trajo a los uruguayos Garlo (finalmente no jugó por un problema en la documentación), Sosa y Basualdo. En 1978 Kimberley, pionero de esa etapa, trajo a Will Williams, Frederick Branch y Rodrigo Blake. Un año más tarde llegaron Steve Criss y Jesse Hubbard a Quilmes y Eugene Holloway y Stan Cooper a Peñarol. Y en 1980 Bob Misevicius y Glenn Shudop a Sporting. El flujo se detuvo un par de años y se reanudó a partir de 1983 cuando, con olor a Liga Nacional en el aire, Peñarol y Sporting se rearmaron con esperanzas de entrar a la gran competencia nacional.

El proceso de jerarquización se completó con el arribo de basquetbolistas de otras ciudades que terminaron de potenciar a los clubes locales. 

Pese a que nunca todos los equipos trajeron extranjeros al mismo tiempo -el récord de presencia foránea fue en el Preparación de 1980, con siete jugadores distribuidos en cuatro equipos-, el interés que adquirieron entre 1975 y 1985 los torneos de la Asociación fue inusitado. 

Hoy pocos creerían que se jugaba a cancha llena y que en las finales había que colgar el cartelito de "No hay más localidades". Y que las Copas -cada club tenía una- eran tan o más importantes que los torneos de la Asociación.

El jugador marplatense y la selección local fueron los grandes beneficiados por este roce. Tanto que en 1982 Mar del Plata fue capaz de vencer por primera vez en su historia a Bahía Blanca, el espejo en el que muchos se miraron, y de paso ganar su primer Provincial de Mayores. Y Peñarol, siempre a la cabeza de los cambios, entró de cabeza a la aventura de la Liga Nacional y no la abandonó jamás.

Aquellos también fueron los años de las visitas a la ciudad de notables equipos. Más de tres décadas después, parece increíble que Mar del Plata haya recibido la visita de Barcelona (1975), Partizán de Belgrado con Kicanovic y otros siete jugadores de la selección de Yugoslavia (1979), Real Madrid (1979), el Franca de Helio Rubens (1979) y Sirio con Oscar, Marquinhos y Marcel (1980), entre otros equipazos. Por no mencionar los torneos de verano que organizaba Peñarol y las frecuentes presencias de Obras, Lanús o Gimnasia y Esgrima La Plata. 

El panorama se completa con un hecho muy significativo para los entrenadores de la ciudad. El curso que el célebre entrenador estadounidense Joe Vancisin dio en 1978 que abrió la ventana de nuevos conocimientos para todos ellos. 

"En el diario, con Jorge Tauler, nos matábamos para ir a cubrir los partidos. Los partidos empezaban 21.30 -con la elasticidad de horarios que había entonces- y se esperaban hasta que terminaban. Y se cubrían hasta las reuniones de la Asociación", recordó Luis Carlos Secuelo, entonces integrante de la redacción de LA CAPITAL.

El Ruso Rubén Muñoz, hoy periodista, pero entonces uno de los mejores jugadores del medio, lo definió clarito. "Ni antes de los '70, ni después se llenó el Piso de Deportes. Fue una época irrepetible que nació y murió con esa camada de jugadores".

Quilmes y Sporting, que por entonces jugaba el octogonal final de la Liga C, llegaron a la final del Oficial de 1985. La serie iba uno a uno y Sporting presentó una nota pretextando cansancio por la acumulación de partidos y pidiendo la reprogramación del "bueno". La AMB no se la dio, Quilmes fue a la cancha, Sporting no, y así se definió el título. En los escritorios. El foco, definitivamente, ya estaba puesto en la Liga. Ese fue el fin de una época notable. Llegó la hora de abrir el cofre de los recuerdos.

 

Católica, apogeo y caída

El Centro Juventud Católica fue otro de los grandes animadores de aquellos años. Y uno de los primeros que decidió traer jugadores de afuera para levantar el medio. En 1976 contrató a Tomás Bello como entrenador. Trajo a Berterreche de Tres Arroyos, a Forte de Santa Fe y a tres uruguayos. Uno de ellos, Garlo, no llegó a jugar oficialmente. Pero los otros dos, Javier Sosa y Jorge Basualdo, se quedaron varios años.

“Fue un intento por cambiar el básquetbol marplatense. Todos estos jugadores supusieron un esfuerzo muy grande para nosotros, más allá de que les conseguíamos trabajo. Vivían todos juntos en una misma casa en la calle Funes. Después de Reed, fuimos nosotros los que aparecimos con extranjeros”, contó José María Lopetegui, el referente dirigencial de aquel tiempo.

“Basualdo era un pivote rústico, pero inteligente –recuerda Rubén Muñoz, base del equipo entre 1978 y 1980-. Sosa, en cambio, era intuitivo. Era un '2' veloz, con lindo tiro y desplazamiento muy fuerte de piernas. Pero le marcabas una jugada y empezaba a rascarse la cabeza...”.

Católica con ellos peleó casi todos los torneos de la AMB entre 1976 y 1979. En 1978 perdió una recordada final del Preparación con Unión que tenía casi en el bolsillo. Y un año más tarde, en el Preparación de 1979 (fortalecido con Luis Castro y Rubén Muñoz), pudo darse el gusto y dar una vuelta olímpica que no se le daba desde 1963. 

Pero así y todo, según Lopetegui, no se cumplieron las expectativas. “Pensábamos que nos íbamos a comer el campeonato de Mar del Plata. Pero no fue así. Se ganó ese título de 1979, se peleó arriba en varios otros torneos, pero no lo que esperábamos. Y el costo económico fue muy importante. Ya había comentarios y a nosotros también nos picó el 'bichito' de la Liga Nacional. Pensábamos en el futuro y el futuro vino muy rápido”, explicó.

Católica, después de ese título de 1979, logró a mediados de ese año traer a Eduardo “Cachorro” Benítez de Defensores de Santos Lugares. Pero ya no podría equilibrar la balanza contra los equipos que tenían estadounidenses. 

Basualdo se quedó hasta fines de ese año. Sosa siguió un año más. En 1981 Muñoz y Benítez pasaron a Kimberley. Dos años después Católica saldría de los torneos de la Asociación. Y ya no volvería.

"Uno siempre tiene que pensar en el recambio generacional de los dirigentes. Uno no crea quién lo reemplace y después lo paga. Y era poner y poner y algunos dieron un paso al costado. Ese esfuerzo nos agotó como club", finalizó Lopetegui.

 

La paradoja de Kimberley

La llegada de Rick Reed a Kimberley, en marzo de 1975, marcó el comienzo de esta década inolvidable. Y fue fruto de la casualidad. Profesaba la fe mormona y llegó a la ciudad con un grupo en un viaje de intercambio. Carlos Melara, el ex presidente de Aldosivi, lo encontró de casualidad jugando al golf en Playa Grande. Quedó impresionado con su estatura y no hizo más que hablar unos minutos con él para darse cuenta que lo suyo era el básquetbol. "Entré a la confitería a buscar una guía de teléfono y al primer club que se me ocurrió llamar fue a Kimberley", contó hace poco.

Emilio Andrei, el dirigente "fuerte" del básquetbol kimberleño de entonces, todavía recuerda el día que apareció por el club. "Lo vimos y a los dos minutos le estaba haciendo firmar la ficha. Con él ganamos el Torneo Preparación y regresó a Estados Unidos cuando se jugaba el Oficial. Cuando se fue no ganamos más", le dijo a este medio.

Reed era un gran jugador. "Jugaba de todo. Si la tenía que llevar, la llevaba. Si tenía que tirar, tiraba. Si tenía que tomar el rebote, lo tomaba. Marcó una época", dijo sobre él el "Ruso" Muñoz. 

Reed protagonizó una anécdota famosa. En junio de 1975 Kimberley, reforzado entre otros por Alfredo Monachesi y Jorge Cortondo, tenía que definir frente a Barcelona de España un cuadrangular amistoso en el Piso de Deportes. Pero no quiso jugar. "'Rick, ¿cómo no vas a jugar?', le pregunté. Me contesta clarito: 'Yo puedo jugar, no debo'. Sus creencias religiosas no le permitían jugar los domingos", recordó Andrei. Monachesi la rompió, pero finalmente los catalanes ganaron 76 a 64. 

Después de Reed, Kimberley jugó con poco suceso los torneos locales. Hasta 1978. En un viaje a Buenos Aires, Andrei se cruzó con unos en el Hotel Dos Chinos y se dijo que sería lindo traer americanos a Kimberley. Roberto Otalvarez le hizo el contacto y el directivo viajó a Estados Unidos y regresó con tres: Willy Williams, Frederick Branch y Rodrigo Blake. 

"Llegaron a Mar del Plata el 8 de agosto de 1978. Teníamos en contra a todos los que no eran de Kimberley, a los árbitros, a la Asociación. Williams se peleó en el primer partido con Unión y lo expulsaron", recordó Andrei. 

"Ese día Williams hizo algo increíble. En el momento en el que lo echan de la cancha, cuando le pega la piña a Daniel Carranza, se subió de un sólo salto a la tarima grande que tenía el club y se quedó ahí arriba mirando el resto del partido. Era un caballo lo que saltaba”, dijo Osvaldo Echevarría, por entonces jugador.

"A Williams, que era el mejor de los tres, por aquella pelea, lo mandamos enseguida de vuelta. Nos quedamos con Branch y Blake. En definitiva, perdimos el Oficial con Unión por una protesta. Le ganamos el partido, lo perdimos en el escritorio y así el campeonato. Inscribimos a los extranjeros en la Asociación, no sabíamos que había que hacerlo también en la Federación de Provincia. No estábamos preparados todavía para los americanos", evaluó Andrei el paso de aquellos extranjeros.

En definitiva, Blake ("un buen dribbleador", según Echevarría) regresó a su país antes de que comenzaran los torneos de 1979. Y Branch ("un pivote al que no le gustaban mucho los bifes") unos meses después. Ahí Kimberley les bajó la persiana a los foráneos. 

"Pero la llegada de los americanos fue un golazo. Después los trajeron  todos. Hasta Independiente. Y las canchas se llenaban”, sintetizó Echevarría.

La mano cambió cuando el propio Echevarría asumió como entrenador del equipo. En 1981 llegaron de Católica el "Ruso" Muñoz y "Cachorro" Benítez. Desde 1979 estaba Ricardo Juanicotena. Aparecía por entonces Gustavo Fortete. "Ese equipo jugaba de taquito. Era muy bueno", dijo el "Negro".

Tanto que ganó consecutivamente todos los torneos de la Asociación entre el Oficial de 1981 y el Preparación de 1984. Seis títulos seguidos.

"Eramos un equipo muy disciplinado -analizó el Ruso Muñoz-. Cachorro y yo éramos los técnicos dentro de la cancha. Algo así como Leo Gutiérrez hoy en Peñarol. Yo, Juanicotena, Fortete, Gaby Aboy y Cachorro, la inicial. Carlos Pérez suplente mío, era más hijo de puta que yo y jugaba muy bien. El 2 tenía reemplazo, Tortosa. El 3, Gonzaga. El 4, Eudaldo Aboy. Y el 5, Costa. Y la preparación física de Maidana era impecable, volábamos".

Ese equipo era tan bueno que superó a algunos que tenían extranjeros. En el Oficial de 1981, a Quilmes con Misevicius y Sosa. En el de 1983, a Peñarol con Holloway y Baker. La última final de ese torneo fue televisada en directo por Canal 10. No pasó antes. Ni después.

Sin embargo, en 1984, cuando acá no tenía contra, a Kimberley le faltó la decisión política para entrar en la Liga Nacional. Y ese muy buen equipo se quedó sin trascender las fronteras.  

79-79

El 11 de diciembre de 1983 los árbitros Schavoni y Aragoni cerraron la planilla del Peñarol-Kimberley que se jugaba en el Américo Gutiérrez con ese resultado. Juanicotena había convertido el doble del triunfo sobre la chicharra y se armó tal lío que los jueces huyeron. Dos días después Peñarol reconoció la validez del doble y se confirmó el triunfo kimberleño por 81 a 79. 

 

"Vancisin nos cambió la vida"

Uno de los acontecimientos más importantes de este período fue el curso que dictó en el Colegio Industrial el afamado entrenador estadounidense Joe Vancisin. 

Juan Rey, el actual presidente de Unión, entonces gran figura en el equipo "celeste", asistió como entrenador y colaboraba con él en las prácticas. Y se llevó una impresión duradera del viejo docente, entrenador durante 19 años de la Universidad de Yale, quien ya había dados famosos cursos en Bahía Blanca.

"Cuando viene a la ciudad produce un gran cambio entre los técnicos marplatenses. A su curso asistieron casi todos los entrenadores de la época. Era brillante. Me acuerdo que una vez vino a ver una práctica de la selección y se encontró con la prehistoria, con los Picapiedras. Marcábamos un 2-1-2 paupérrimo. Nos movíamos un metro a la derecha y uno a la izquierda. En tres prácticas nos cambió la vida", recordó el ex base.

"Tengo anécdotas maravillosas con él. En ese 1978 jugamos la final contra Católica y en el tercer partido, la verdad, jugué muy bien. Faja, contra fajas, jugadas de lujo, salimos campeones, me sacaron en andas...Cuando fui al curso pensé que me iba a decir que fui un fenómeno. Todo lo contrario. Me mató. Me dijo que había sido un egoísta y que puse el riesgo el triunfo de mi equipo por definir yo cuando estaba mejor un compañero. Pasé una vergüenza terrible. Pero lo entendí. Esa anécdota me cambió la vida", concluyó Rey.

Roberto Duc, por entonces base de Sporting, pero ya un entrenador en potencia, también asistió al curso. "Para esa época -le dijo a LA CAPITAL-, era de avanzada. Trajo un montón de defensas, muchas presiones zonales. Era un fanático de la defensa. Y marcar no gustaba mucho por entonces. Era un tipo simple y trajo mucho".