Japón y su capacidad de resurgir de los escombros
por Claudio Benites/Télam
El pueblo japonés ha sufrido a lo largo de su historia los embates de catástrofes naturales y de otras provocadas por la mano del hombre, pero siempre, indefectiblemente, ha tenido la capacidad de levantarse sobre sus escombros y construir sobre aquellas ruinas un modelo superador, aún más eficiente y práctico que el anterior.
Las calamidades han sido muchas, pero para graficar la capacidad de los japoneses para resurgir de sus cenizas tal vez sea suficiente con citar cinco hechos monumentales, no sólo por sus características sino por su resultado en víctimas y destrucción, anteriores al reciente terremoto y tsunami que arrasó Sendai.
Estos son los tsunamis de 1498 y 1896 en Honshu y Meio; el terremoto que arrasó con Tokio en 1923; las bombas de Hiroshima y Nagasaki en 1945 y el sismo de Kobe en 1995.
Uno de los primeros grandes tsunamis de los que se tiene registro fue el que sucedió en 1498, en Meio Nankaido.
Según las investigaciones ulteriores de los expertos, el detonante fue un sismo de 8.6 grados y sus efectos terminaron con la vida de 31.000 personas cifra que, proporcionalmente para la cantidad de población que había en esos tiempos, fue devastadora.
El 15 de junio de 1896, un terremoto de magnitud 8,5 hizo temblar la costa de Sanriku en el noreste de Honshu, en la prefectura de Iwate.
Su epicentro fue noventa millas mar adentro, por lo que el impacto en tierra no fue significativo, no obstante 35 minutos después, el más destructivo tsunami de la historia de Japón llegó a la costa, arrasando con todo lo que encontró a su paso.
Veinteseis mil personas murieron y nueve mil casas resultaron destruidas, lo que considerando también la densidad de habitantes de aquella época, lo elevó a la consideración de catástrofe total.
El 1 de septiembre de 1923, cuando quedaban apenas dos minutos para el mediodía, otra vez Honshu fue escenario de una tragedia.
La tierra comenzó a temblar con furia en una vasta región que abarca la ciudad portuaria de Yokohama y las prefecturas vecinas de Chiba, Kanagawa, Shizuoka y Tokio.
En aquel entonces, los edificios no estaban blindados frente a los movimientos sísmicos como lo están actualmente y medio millón de viviendas quedaron arrasadas.
El sismo alcanzó una magnitud de 7,8 en la escala de Richter y fue sucedido por cientos de réplicas, un tsunami con olas de hasta 10 metros y un tifón que propagó las llamas en Tokio, agravando desmesuradamente la tragedia.
Alrededor de 200.000 personas murieron, 37.000 desaparecieron, dos millones se quedaron sin hogar y otros tantos sufrieron hambre o tuvieron que enfrentarse a enfermedades como la disentería o la fiebre tifoidea.
Tokio y sus ciudades aledañas, quedaron prácticamente destruidas en su totalidad, pero tan solo dos meses después del siniestro los japoneses se abocaron a la reconstrucción, llevando a su capital y alrededores a convertirse al cabo de los años, en una de las urbes más modernas, funcionales y eficientes del mundo.
El 6 de agosto de 1945, un bombardero estadounidense arrojó una bomba nuclear sobre la ciudad de Hiroshima, situada en la isla japonesa de Honshu, provocando la muerte de 150.000 mil personas, la cuarta parte de la población total de la región.
Un acontecimiento similar se vivió el 9 de agosto en Nagasaki, una ciudad del mismo estado pero más pequeña, que perdió como consecuencia de la bomba a más de 80.000 de sus 200.000 habitantes.
Sin embargo, en ambos casos, los efectos posteriores de la radiación mataron o enfermaron al 80 por ciento del resto de la población que había sobrevivido al horror.
Las dos ciudades quedaron devastadas y las pérdidas ascendieron a millones de yenes. Sin embargo aún curando sus heridas, el pueblo japonés inició de inmediato su reconstrucción y erigió a la región en un icono de paz y de lucha contra la proliferación de armas nucleares.
El martes 19 de enero de 1995, a las 5.46, un terremoto de 20 segundos de duración con una intensidad de 6.8 en la Escala de Richter, sacudió el puerto japonés de Kobe, 500 kilómetros al suroeste de Tokio.
Más de 6.000 personas murieron, por lo menos 30.000 personas sufrieron lesiones de diversa consideración y más de 300.000 quedaron sin hogar.
Una cifra superior a los 100.000 edificios fueron severamente dañados o destruidos por el terremoto y por los incendios. La pérdida total, incluyendo el daño a los edificios, a los sistemas de transporte, y a otras secciones de la infraestructura fue estimada en 13 trillones de yenes, unos 147 billones de dólares.
Terremotos, tsunamis y radiación atómica, batallas que ya libraron los japoneses y en las cuales salieron airosos.
Hoy ya se reabrieron al tránsito 300 kilómetros de la autopista Tokohu que conecta a Sendai con Tokio.
El aeródromo, cuyas imágenes con el agua arrastrando lo que encontraba a su paso conmovieron al mundo, está limpio y su pista se encuentra habilitada para las operaciones de helicópteros y aviones que participan de las tareas de apoyo a la emergencia.
Poco a poco, a dos semanas de la tragedia, las zonas afectadas van volviendo a la normalidad. En muchos lugares ya ha vuelto la electricidad y también se consigue combustible y en otros se han instalado bancos móviles para la asistencia económica a las víctimas.
Una máxima budista, una de las religiones mayoritarias en el gran archipiélago, sostiene la posibilidad de "transformar el veneno en medicina", que no es más que la determinación de superar un obstáculo, cualquiera sea su naturaleza y lograr a partir de esta superación, una mejor condición de vida obteniendo en definitiva un gran beneficio de aquella calamidad.
Pero por encima de las prácticas religiosas, ésta ha sido y es una premisa insustituible para los nipones. Lejos de someterse al lamento por lo ocurrido, asimilan rápidamente el luto por los muertos e inician con la misma decisión inquebrantable el proceso de reconstrucción.
No han estado solos, la solidaridad de la comunidad internacional se ha hecho presente siempre invariablemente, porque nativos japoneses se han diseminado por todo el mundo ganándose generalmente la consideración de las sociedades en las cuales se insertaban por su contracción al trabajo y su trato respetuoso.
Argentina, donde los inmigrantes japoneses ocupan un lugar de preponderancia, no ha sido menos y hoy como entonces manifestó de diversas maneras su congoja y su apoyo.
Organizaciones como el Centro Nikkei Argentino, el Centro Okinawense, la Asociación Japonesa en Argentina, la Soka Gakkai Internacional y la Federación de Asociacion Nikkei, entre otras, exteriorizaron su decisión de estar junto al pueblo japonés, conscientes en última instancia que aquella capacidad de recuperación que exhibe su historia, ya está en marcha para que una vez más, puedan resurgir de entre sus ruinas.
