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29-08-2015

Tesoros arqueológicos, una pérdida invaluable

La demolición del templo de Baalshamin, en la antigua ciudad de Palmira, fue rápidamente repudiada por la Unesco y por varios gobiernos occidentales que condenaron este hecho vandálico.

La destrucción de tesoros arqueológicos en Siria por parte de las milicias yihadistas le imprime una cuota de horror adicional a la guerra que se libra en esos territorios bajo la mirada fría de Occidente.

Esta semana, sin embargo, la demolición del templo de Baalshamin, en la antigua ciudad de Palmira, fue rápidamente repudiada por la Unesco y por varios gobiernos occidentales que condenaron este hecho vandálico.

El templo, de 2000 años de antigüedad, era el segundo monumento más importante en la estructura de dicha ciudad, considerada Patrimonio de la Humanidad.

Los hechos recuerdan a las estatuas de los Buda de Bamiyán, excavados en la roca de un acantilado en el centro de Afganistán, que fueron destruidos por la milicia Talibán en marzo de 2001.

Sin embargo, la demolición de tesoros arqueológicos no es atributo de una sola religión, ya que durante siglos se acusó a los cristianos de quemar la antigua biblioteca de Alejandría en Egipto, hasta que la obra fue reinaugurada el 16 de octubre de 2002.

También el régimen nazi destruyó varios tesoros artísticos y durante la llamada Revolución Cultural China, entre 1966 y 1976, se quemaron obras de arte que no agradaban por su ideología, entre ellas pinturas budistas y libros.

En 2003, durante la invasión de Estados Unidos a Irak, un total de 15.000 obras de arte fueron robadas del museo de Bagdad, entre otros hechos deleznables.

Tampoco es la primera vez que los yihadistas derriban obras arqueológicas, dado que anteriormente destruyeron a golpe de martillo unas estatuas asirias del siglo VII (AC), durante la ocupación de la ciudad de Mosul, en el norte de Irak.

El 21 de junio, las milicias del EI pulverizaron dos santuarios en Siria que consideraban sacrílegos, y el vocero de este grupo Abu Mohammad Al-Aduani, llamó a los sunnitas de Irak a levantarse contra la dominación de los chiitas.

Pero fue la destrucción del templo de Baalshamin lo que provocó la reacción inmediata de la Organización de las Naciones Unidas para la cultura y la educación (Unesco), que calificó el hecho como "un crimen de guerra" y dijo que sus responsables deberían responder por sus acciones ante la justicia.

A esta reacción se sumó el ministro de Relaciones Exteriores de Italia, Paul Gentiloni, quien dijo que "ciertamente hay un deber de intervenir para proteger el patrimonio cultural".

Este funcionario recordó la propuesta del gobierno italiano de conformar los "Cascos Azules de la Cultura para proteger el patrimonio de la humanidad".

La demolición de tesoros arqueológicos va acompañada por el avance incesante del EI, que creó un califato entre Bagdad y Damasco para aplicar una versión primitiva de la sharia, ley islámica.

Hasta el momento, se estima que más de la mitad del territorio de Siria se encuentra ya en poder los yihadistas, luego de que este grupo capturara la ciudad de Palmira el pasado 20 de mayo.

Para Sergio Caplan, investigador del Centro argentino de Estudios Internacionales (CAEI), "la destrucción de tesoros arqueológicos es una respuesta cultural, una demostración de que se está en contra de Occidente".

"Necesitan algo extra para obtener la atención del resto del mundo. Ellos quieren que sobresalga su religión y su punto de vista. Van a seguir avanzando. Por más países que se unan para combatirlos, creo que no se está atacando el problema de raíz", dijo Caplan.

La barbarie del EI no respeta a nadie: recientemente fue decapitado Khalid al-Assad, de 83 años, quien se desempeñaba como guardián de esos tesoros arqueológicos en Palmira. Este funcionario, que era un pionero de la arqueología siria, se negó a revelar el lugar donde están enterrados muchos tesoros artísticos.

El avance yihadista está provocando uniones inesperadas, como un acuerdo técnico entre Estados Unidos y Turquía para que la aviación turca comience a participar en los bombardeos contra el EI.

Desde septiembre pasado, cuatro países árabes (Arabia Saudita, Bahrein, Jordania y Emiratos Arabes Unidos) integran junto con Estados Unidos y Canadá, la campaña contra las milicias islámicas en Siria.

Turquía bombardea en Siria a las milicias lideradas por el líder iraquí, Abu Bakr al Baghdadi, así como las posiciones del Partidos de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) en Irak, desde julio pasado.

De todos modos, es una incógnita hasta el momento la zona libre que piensan crear Ankara y Washington en el noroeste de Siria, de acuerdo a la opinión de algunos analistas.

"El estado islámico no está solo para perjudicar el patrimonio cultural; otros grupos rebeldes, así como el gobierno del presidente sirio Bachar al Assad, han tomado parte en los ataques bombardeando y destruyendo decenas de sitios arqueológicos debido a sus necesidades ideológicas o militares", señala en un artículo editorial del diario The Washington Post.

"Lo que se está destruyendo en Siria, y en las provincias devastadas por la guerra en Irak, es la memoria misma: los mundos antiguos y las asombrosas ruinas son literalmente irreemplazables; su pérdida es irreversible", afirmó el matutino.

Más allá de destruir tesoros arqueológicos, los yihadistas han violado los derechos humanos durante sus castigos colectivos en las zonas que conquistan, según informes de organizaciones internacionales.

Lo cierto es que el EI continúa su avance en Medio Oriente ante la impotencia de Occidente que no encuentra la manera de hacer frente a esta milicia que en el plano militar es mucho más fuerte que Al Qaeda, considerado el responsable de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos.

El frustrado atentado en un tren entre Amsterdam y París, ocurrido el martes pasado cuando dos pasajeros impidieron que un marroquí provocara una matanza con un fusil de asalto, demuestra una vez más que los yihadistas no tienen límites para lograr sus objetivos en nombre del fundamentalismo religioso.