Gelber: "El arte ayuda en las crisis, no desilusiona nunca"
En la Catedral su música parece más sacralizada. Bruno Gelber, el eximio pianista argentino reconocido en todo el mundo, admite que es un lugar especial para él. Que se siente en armonía. En un diálogo con LA CAPITAL analiza la belleza, la amistad, el ser universal, el público.
por Fernando del Río
Bruno Gelber llega hasta el altar de la Catedral. No hay público. Sólo un periodista y un movilero aguardan en la primera fila de bancos, con cierta resignación, a que el ensayo se demore. Necesitan unos pocos minutos para charlar. Gelber los mira. El periodista y el movilero saludan con reverencial movimiento de cabezas. El ambiente sacro y el aura divino que siempre rodea a Gelber los intimida. Pero Gelber, se sienta al piano y dice: "No son fotógrafos, ¿no? Entonces vengan".
Gelber corta de esa manera la tensión e invita a una cercanía aún más intima cuando comienza a tocar su piano mientras espera salir al aire en vivo para una radio local. Tiene obsesión por su imagen, por eso es que es precavido con los fotógrafos y camarógrafos. Aguarda con paciencia y acompaña la espera tocando el piano al mismo tiempo que habla con el padre Ledesma, canciller de la Diócesis. A un costado sus asistentes y su hermana redoblan el silencio de siempre.
"Yo toco con el piano que me pongan -dice sin dejar de tocar a Beethoven-, pero este piano es de un amigo, lo trajeron especialmente de Buenos Aires. Es un buen piano". El movilero lo pone en el aire y hablan algunos minutos. Dice que la Catedral le da energía y que Mar del Plata es una ciudad que adora. Termina la breve entrevista y se somete al siguiente encuentro. Antes pregunta: "¿Sos del diario, y el fotógrafo?". Algo más distendido cuando se le explica que vendrá en unos minutos, cuenta que le encanta el jazz, el folklore y los fados, pero que no los toca. Con honestidad brutal asegura que no sabe improvisar, que admira a sus amigos que tocan lo que le pidan. Finalmente, se relaja y habla con LA CAPITAL de sus amigos, de la amistad.
-¿Cuánto ha influido la música en su capacidad de hacer amigos?
-Ha sido el vehículo de toda mi proyección internacional. He tocado en más de 50 países en todo el mundo, más de 400 ciudades distintas. Es decir, tengo amigos por todas partes y que quiero mucho, sobre todo en Francia donde he vivido, y en Mónaco.
-Sin amigos no se puede volver a tantos lugares...
-Es cierto. Cada ciudad es como una página de un libro donde me encuentro y estoy a gusto, viviendo. Me dan los mismos cuartos de hotel, estoy con mis amigos, pero de repente tengo que dar vuelta la hoja y tengo que estar en otro lado. Pero así es. Es la única manera de ser una persona internacional: viajando, con todo lo que conlleva de inconvenientes. Pero soy feliz llevando mi vocación adelante que ha sido férrea. He dado tantos conciertos en tantos paises, soy feliz haciendo lo que creo que es para lo cual he nacido.
-Por otra parte...
- (interrumpe) Pero sí, me encanta tener amigos por todas partes y la gente es muy generosa conmigo. También muy exigente. Porque a veces la gente pide más de lo que uno le puede dar, pero esta bien. Es la ley del juego.
-Alguna vez usted se mostró agradecido a Dios por haberlo elegido para ser el mensajero de este arte.
-Yo digo que Dios es muy poco demócrata, porque esparce talento de una manera muy diversa sobre la gente. Y aquellos que lo hemos recibido, la única manera que es ser dignos de él, es llevando a cabo esa vocación. Yo nací en el hogar soñado, porque era un hogar de músicos. Mi padre violinista y mi madre fue pianista, pero además fue alumna del mismo profesor que tuve yo luego. Todo fue encaminado desde el vamos. He pasado toda mi vida en el piano.
-¿Siente culpa por haber recibido discrecionalmente ese don?
-No tengo ninguna culpa porque he sabido, modestia aparte, merecer ese talento. Entonces cuando entregás tu vida a tu vocación y le das toda tu energía, toda tu fuerza, pagás el precio necesario por todos esos dones.
-Cuando usted toca, más allá de sus formas de exteriorizarlo, se lo ve disfrutando. Dijo en alguna ocasión que ese momento vale todo el esfuerzo de una vida estudiando...
-Así es. Es impresionante porque es el momento en que tenés la sensación única de que sos el medio de la inspiración divina de los genios y lo estás traspasando al público es único.
-Eso es belleza. ¿Cómo definiría la belleza?
-Creo que es el summum de la armonía, es lo más exacto que se acerca a Dios.
-¿La busca desde que se sentó por primera vez en un piano, aunque entonces era muy pequeño?
-No sólo con el piano. Yo soy muy esteta. Soy una persona que, a pesar de mis problemas físicos, trato de estar siempre estéticamente lo mejor posible. Soy una persona que si recibe gente me gusta que la mesa esté perfecta. Todo lo que haga tiene que tener una parte estética ideal. Es muy necesario. Más joven era y muchas veces la gente que tenía medias que no iban con lo que tenían puesto, y todas esas pavadas, me predisponían un poco mal. Pero eso lo he ido perfeccionando, porque era un problema mío más que de los demás.
-La belleza está en las formas...
-Sí en la armonía, el gusto de los colores, las formas, todo influye en el alma. Bueno está el arte del fen yui que es el arte de la armonía y de que todo lleve una cierta relación.
-¿Se considera un artista hasta en las actividades más cotidianas?
-Es una vida de trabajo. De todas maneras el "dolce fare niente" no tiene sabor alguno si no trabajás. Porque entonces no te das cuenta cuando estás descansando. Y viceversa. para disfrutar del descanso hay que haber trabajado y sentir que uno lo merece. Todo es una ley de la compensación en la existencia. Yo disfruto de mi existencia.
-¿Y además de cuando toca, en qué otro momento disfruta de su existencia?
-Como decía antes, tengo un gran culto de la amistad. Creo que la amistad es un sentimiento maravilloso, difícil, es amor sin sexo. Hay que saber regarlo, mimarlo y darse a fondo. Dar signos. Yo uso mucho el teléfono para hacerme presente desde lejos, desde la otra parte del mundo. Creo mucho y necesito el amor de mis amigos.
-¿Cómo se lleva con las nuevas tecnologías?
-Nada. Yo el teléfono. A mí me gusta sentir la voz de la gente, me importa sentir tienen voz triste, alegre, los silencios. Los suspiros, no me llevo bien con la tecnología. No soy de la época de internet, no me interesa mucho. Pero no quiero desilusionar a la gente que la usa, los admiro. A mí me parece tan complicado que lo dejo para las personas que trabajan para mí, mis empresarios.
-Aunque en internet usted aparece por todas partes. ¿Se siente una persona universal?
-Así lo ha querido el público, me han elegido entre los cien mejores del siglo XX. Todos los premios son mimos que te ofrece Dios para alentarte y dar prueba del afecto de los demás. Uno vive para eso. Yo no tengo familia personal, entonces mi familia es el público y mis hijos son los conciertos.
-Mar del Plata en el verano es el verdadero federalismo. Viene gente de todo el país. ¿Eso también debe ser una motivación para usted?
-Claro que sí, es gente de todas partes. Además todo el mundo se anima a venir a la Catedral. Eso es hermoso. No es como tocar en el Teatro Colón, donde la gente piensa que es para una elite y no tiene derecho a entrar, aunque pueda pagar la entrada. Aquí por empezar es gratuito y todo el mundo puede venir. Así que yo tengo los guardavidas, los mozos de la playa, la gente de portería del edificio donde vivo. Toda la gente que viene y que normalmente no iría.
-El público en estos conciertos es distinto. Precisamente, es gente que no consume música clásica...
-Es el sueño de los que hacemos música clásica sentir de que llega popularmente. Lo siento en todas partes. Es muy lindo tocar en un sitio donde todo el mundo pueda entrar sin distinción de estrato social, ni de dinero. Más en tiempos críticos. El arte ayuda en las crisis, no desilusiona nunca.
Mar del Plata, esa ciudad
Bruno Gelber vive en Mónaco y Buenos Aires. Pero ama de un modo incondicional a Mar del Plata. Tiene un departamento en el edificio "Havanna", en el piso 33. La altura no ha impedido que el gran maestro Gelber eche raíces en la ciudad que, tal vez sea así, le provoca un sentimiento de nostalgia como muy pocas.
Aquí recuerda a su madre, su familia constituida. Cuando está en Mar del Plata tiene muchos amigos y además de todo, también tiene un enlace espiritual. Por eso es que es amigo de sacerdotes, curas, y adora tocar en Mar del Plata.
"Esta ciudad tiene energía, tiene muchísima energía", dice Gelber. "Tiene -agrega- esa cosa maravillosa que ofrece que si uno se quiere aislar frente al mar y dejarse dorar por el sol, y no hacer caso otro que de la brisa y del ruido de las olas lo podés hacer. Si querés ir a ver espectáculos, si querés comer cosas... Podés hacer de todo. Ah, y me di cuenta de algo. Que acá en Mar del Plata la comida es más rica. Todas las verduras son más ricas, las pastas, las achuras. Yo me cuido, como una vez por día pero me rinde".
Munina, su hermana
Munina es la persona más cercana a Gelber. Es su único familiar. Munina es su hermana. Y lo acompaña, cuando está en Argentina, a los conciertos que el gran pianista ofrezca. Es uno de sus apoyos más importantes.
"Mientras pueda lo voy a acompañar", dice Munina en la sacristía y de fondo se pueden escuchar los acordes que su hermano deposita con genial precisión y textura sobre el altar y éstos se remontan hasta rebotar con gracia en un techo abovedado y las naves de la catedral.
Munina desea no hablar. "No soy yo la artista, el genio es él", sostiene y apenas si se libera para contar el orgullo y emoción que sintió cuando vio a su hermano frente a la Filarmónica de Berlín. "¿Podés imaginar la emoción que tuve al verlo en esa primera gira frente a la primera orquesta del mundo?", le pregunta al cronista tratando de transmitir, aún décadas después, algo de aquel sentimiento.
Luego apenas se anima a contar que Mar del Plata es un gran sentimiento, mezcla de placer y nostalgia para Bruno. "Veníamos de vacaciones, siempre. Hoy nos sigue gustando tanto como antes y a Muni le fascina estar en su departamento del piso 33. Mira el mar desde allí, como en trance", dice y al pasar revela una intimidad familiar: los apodos.
"Cuando él era chiquito, decía Muno, porque no le salía Bruno. Se llamaba a sí mismo Muno. Entonces cuando yo nací, algunos años después, mi mamá hizo fácil: Muni y Munina", recuerda.
Admira de su hermano el amor por lo que hace. "Es la vida de él, es la pasión. Creo que él tiene ese plus de enfrentar al público y disfrutarlo. La emoción de tocar la tiene siempre", concluye.
Entradas agotadas
Las entradas para asistir a los recitales gratuitos se agotaron ni bien empezaron a distribuirse en la secretaría parroquial de la Iglesia Catedral, en el Teatro Colón y en LU6 Radio Atlántica, tal como sucedió en anteriores oportunidades.
