Una mirada desde el adentro y desde el afuera
por Juan Carlos D'Amico (*)
Me parece que no me voy a reír nunca más en la vida. Eso es lo que me parece. La frase pertenece al cuento "Conejo" de Abelardo Castillo. Un cuento atroz que en la voz de aquel joven muy joven- cobraba una expresión todavía más cruel.
En cuclillas en el proscenio de la Sala Discépolo de la Comedia en La Plata, acunando entre sus brazos a un conejo de felpa, aquel interno de una unidad penitenciaria de nuestra provincia nos sacudió el corazón y, sobre todo, la cabeza. De allí, les aseguro, no salimos igual.
El chico, pongámosle Ariel por caso, no socializaba con sus compañeros de pabellón, ni ocultaba su hosquedad. Lo único que lo sacó de su ostracismo fueron las clases de teatro. Hasta ese momento nunca había pisado un teatro, Abelardo Castillo no estaba en su agenda y leer era, a duras penas, una habilidad incompleta.
Recordé en ese momento una frase de Confucio que siempre me acicateó: cuando las palabras pierden su significado, la gente pierde su libertad. Y yo les aseguro que para la gran mayoría de los presos las palabras no tienen el mismo significado que para quienes no lo están. Podrían surgir muchas. Pongan ustedes las que quieran. Yo elijo una: oportunidad.
Los dos primeros programas que surgieron del seno del Gabinete Social que creamos al inicio de nuestra gestión fueron "Cultura por penales" y "Dar de nuevo", para las unidades penitenciarias y los institutos de menores respectivamente. El gobernador Daniel Scioli nos había encomendado orientar nuestros esfuerzos para revertir la exclusión social. Ese objetivo nos llevó directamente hacia quienes sufren contextos de encierro.
Quienes trabajan con presos o menores en conflicto con la ley penal están convencidos, y nosotros con ellos, que las herramientas culturales, particularmente las artísticas, son un instrumento valioso para constituir una subjetividad que remueva la convicción de que se es un preso cambiándola por la percepción de que se está preso. No es una pequeña diferencia.
El arte es un lenguaje que permite expresar aquello que por sí sola la palabra no logra dar sentido. La palabra se hereda, se alimenta, crece en el amor y cobra sentido cuando nos conectamos con el otro en un marco de empatía. Amor y empatía no suelen ser legado heredado por quienes pueblan las cárceles.
Darse cuenta. Teatro y Reflexión -que traemos hoy a Mar del Plata-, es uno de nuestros programas con los que tratamos de poner en palabras lo que nos preocupa de nuestra sociedad. En este caso el tema es la discriminación. De la mano de artistas profesionales Selva Alemán, Arturo Puig, Mónica Lerner y Manuela Bravo, dirigidos por Daniel Marcote - cinco dramaturgos cuentan escenas que nos hacen reflexionar. Internos varones de la Unidad Penal 15 y mujeres de la Unidad Penal 50 del Complejo Batán compartirán el escenario completando el elenco.
Nos preguntamos como sociedad cómo puede ser que haya chicos delincuentes de 16 años. Bastante menos nos preocupamos por esos chicos cuando tenían 7, 9 ó 10 años. Desde nuestro lugar en el Estado queremos aportar nuestro esfuerzo para instalar con las herramientas de cultura una nueva mirada de la realidad. Una mirada introspectiva de quienes padecen contextos de encierro y una mirada de la sociedad que la aleje de la reacción y la conecte con una forma de análisis que incorpore la autocrítica y el enfoque racional de las problemáticas sociales.
Decimos los gestores culturales que buscamos construir ciudadanía. No significa otra cosa que transmitir valores y crear sentido. Y eso no lo alcanzamos profundizando mecanismos represivos. No hay ejemplo en el mundo que abone esa extendida teoría. Incorporar a la escuela a los chicos que permanecen fuera del sistema educativo habrá contribuido a la paz social mucho más que multiplicar las cárceles o agravar las penas.
En tanto, desde Cultura confiamos en aportar aquello que nos es propio: un nuevo lenguaje que ayude a comprender aquello que somos, lo que queremos ser y lo que finalmente podemos ser. No lo decimos desde un idealismo fútil. Nuestro convencimiento se asienta en la experiencia. En haber visto muchas veces a chicos que siendo los únicos en libertad en su contexto familiar están ejecutando un instrumento en una orquesta juvenil. En emocionarnos al ver que un joven con capacidades especiales se siente persona por primera vez porque es actor en una obra de teatro. Descubriendo que un drogadependiente puede contar sus tribulaciones diseñando una historieta.
Una y otra vez volvemos a poner nuestra atención en el mismo punto. Una y otra vez arribamos al convencimiento de que los contextos de oportunidad modelan el alma de los individuos. Para un ejemplo que refuta esta afirmación existen millones que lo confirman. La norma generalizada de la categoría socioeconómica de las poblaciones carcelarias es la pobreza. Esta sencilla constatación, al alcance de cualquiera que se asome a una cárcel, exime de abundar en muchas consideraciones. Las reflexiones surgen solas. Acaso lo haya sentido así Albert Camus cuando afirmó que la libertad no es más que la oportunidad de ser mejor.
(*): presidente de Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires.
