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13-02-2013

"Ser titiritero fue una salvación económica y moral"

El titiritero Pepe García cumple sus 80 y sigue dedicándose a recorrer plazas y escuelas dando vida a una gran cantidad de muñecos. Su motivación, hoy, es ser útil a pesar de la vejez.

Un hombre calvo, robusto, de expresivos ojos celestes y una barba blanca tupida está en el afectuoso recuerdo de muchas generaciones. Aunque no conozcan su nombre, quién no recuerda haber estado en alguna función de títeres manejados por aquel señor, así del cómico nombre de alguno de sus personajes.

Su comienzo como narrador de cuentos fue algo accidental. A los 15 años, siendo el mayor de cinco hermanitos, en la casa natal de Tucumán, mientras los padres trabajaban, debía entretener a los más chicos inventando historias. "Me acuerdo de que incluso antes de empezar a leer, les mostraba historietas y les inventaba los diálogos", rememora Pepe García esas tardes con los personajes de Patoruzú. Ese oficio de cuentista encontró su cauce más tarde en los títeres.

-¿Cuándo empezó profesionalmente con los títeres?

-Yo trabajé durante once años en YPF, acá en Mar del Plata, desde 1958 hasta el 69. Renuncié porque yo estaba cansado de YPF e YPF estaba más cansado de mí porque la oficina no era un lugar que me quedara cómodo. Yo me ocupaba de sacar una revista manuscrita, que iba de mano en mano, donde metía a mis compañeros en historias inventadas. Cuando renuncié y me encontré con esposa e hijos, tenía que parar la olla. Y empecé con los títeres, quemando etapas rápidamente buscando la manera de ganar dinero. Hice títeres en la vidriera de la tienda de Hidalgo Solá, en San Martín y San Luis, como publicidad. Hice títeres en la calle, pasando la gorra, hasta que en el 71 entré en el local de Sacoa, donde estuve veinte años. Sacoa me estabilizó, me permitió ser titiritero. Antes vendía gaseosas, mandarinas, cualquier cosa, acompañando la labor titiritera. Recuerdo que había un programa de televisión, Telepequeñocho y una vez le propuse a su conductor Bayón (Rubén Horacio) qué le parecía si para el 25 de mayo hacía con títeres la "Pequeña historia de la Revolución de Mayo". Y con mi cuñada y mi mujer empezamos a hacer los muñecos con papel maché. Salían medio negros, porque los metíamos en el horno de la cocina para que se secaran. Fue una sola salida, pero ese programa fue importante, aunque había mucha gente que no tenía televisión. También trabajé desde el 77 al 82 en el restaurante La locura, que estaba en Independencia y Juan B. Justo y se llenaba todas las noches de verano. Y más tarde, en el Museo del mar, durante doce años.

-¿Ser titiritero es una vocación, un oficio, una profesión?

-En mí fue una salvación (risas). En todo sentido: en YPF me sentía una piltrafa, me sentía culpable de no ser un buen empleado. Esa autoestima llegó en Sacoa, cuando vi por primera vez que había gente dispuesta a pagar por lo que yo hacía, que se divertía, me lo agradecía. Empecé a sentirme en armonía con el mundo. Fue una salvación económica y moral. Y quizá la vocación vino después, fue más bien una cuestión de azar. Ahora sí, me encanta ser titiritero. Esas instituciones privadas, junto con la Municipalidad y la Provincia, fueron fundamentales.

-Con tantos estímulos que hay en la actualidad, ¿qué es lo que se mantiene vigente en el interés de los niños?

-Quizá el hecho de que el títere es algo que está sucediendo, no que sucedió y que ellos lo ven después de que pasó. Porque, aunque el chico sea inocente en cuanto a cómo se produce la televisión o el cine, eso es producto de algo que sucedió antes. En cambio, el títere está ahí y es contemporáneo al chico. El títere está sucediendo mientras él como el caramelo. Esa percepción del tiempo es importante. E inclusive él interviene: cuando le habla al títere, él lo escucha, aún cuando sabe que es una convención y que la voz del títere corresponde a otro. Yo ya no trabajo con biombo, así que los chicos me ven meter la mano en el muñeco, cómo lo miro, lo peino un poco, me siento, acomodo el micrófono. El chico participa no sólo en el cuento, sino en el material, en el tiempo previo y posterior. Eso todavía fascina al chico.

-¿Qué temas todavía fascinan a los chicos?

-Yo mezclo todo. Por ejemplo, estoy llevando La Bella Durmiente y hago una especie de parodia del cuento. Entonces, el rey, como es el cumpleaños de la hija, se va a Toledo a comprar la torta. El tema es que el cuento se vea desde otro punto de vista. Después están los temas históricos, que los hago en las escuelas: San Martín, Belgrano, Colón, Sarmiento. Tanto mi hijo como yo los hacemos desde un punto de vista no paródico, pero sí caricaturescos, exagerados. Belgrano, por ejemplo, recibe la noticia de que no va a poder enarbolar la bandera y empieza a chillar enojado, como un loco. Los hago personajes de títeres.

-¿Qué es lo que, esencialmente, trata de transmitir a los alumnos en sus talleres?

-Lo que les digo a todos es: "yo poco les puedo enseñar. Lo que quisiera transmitirles es el entusiasmo. Si ustedes se entusiasma, tienen tiempo para ir a aprender con los que saben más que yo". No es importante el conocimiento, sino las ganas, la alegría y la pasión. Y después, la mejor manera de aprender títeres es hacer títeres y ver a otros titiriteros. Yo no soy un buen maestro, pero soy un gran entusiasmador.

-¿Qué lo entusiasma a usted?

-Ayer me pasó algo raro. Estaba esperando para que empezara mi función, sentado, y me puse a pensar, me preguntaba: "¿esto qué es? lo estoy viviendo, es un recuerdo o soy un fantasma?". Llegar a los 80 años y tener tanta carga de recuerdos, de experiencias parecidas o iguales, llega un momento en que se procesa en la cabeza como una duda. El entusiasmo ahora es estar vivo y ser útil, decir: "me están esperando los chicos en tal barrio". A viejo, uno llega solo, pero la utilidad hay que buscarla.

La pasión que contagia

Pepe García es el titiritero con más historia y más escenarios en Mar del Plata. Con sus 80 años, participa del programa "De plaza en plaza", de la Municipalidad de General Pueyrredon y brinda funciones en escuelas públicas. Además, de marzo a diciembre, ofrece cursos gratuitos a futuros titiriteros en el Centro Cultural Osvaldo Soriano, y a adultos mayores del programa de la Secretaría de Extensión Cultural de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Mar del Plata.

Sus funciones son protagonizadas por personajes como el Rey Pochoclo, la Princesa Mandarina, el príncipe Zanahoria, el Sombrerero de Alicia en el País de las Maravillas, entre muchísimos otros. Y actualmente, lo hace junto a Quique Berra, un amigo a quien la depresión había tirado en una cama. Pepe se propuso un día invitarlo a acompañarlo a las funciones en las escuelas y, desde ese momento, están juntos en cada función. Y no sólo eso, sino que nunca más cedió ante la depresión.

Pepe logró inocularle el entusiasmo de ser útil para los chicos, un mecanismo de retroalimentación que a Pepe nunca lo dejó parar.

La misma pasión es la que les trasladó a sus hijos. Su hijo Pablo García es quien imitó el modelo y tiene como oficio el de titiritero. Su hija Cristina se ocupa eventualmente de esa tarea, aunque tiene otra profesión. Y su hijo menor, Bruno, es bailarín, pero, de vez en cuando, se ocupa a la fabricación de algún muñeco.