CERRAR

La Capital - Logo

× El País El Mundo La Zona Cultura Tecnología Gastronomía Salud Interés General La Ciudad Deportes Arte y Espectáculos Policiales Cartelera Fotos de Familia Clasificados Fúnebres
03-08-2014

Mercé Rodoreda y la magia de su estilo

Construyó una literatura en la que predominan los personajes femeninos, con una maternidad conflictiva y la ausencia de estereotipos. Perfil de una escritora olvidada, que nació en Barcelona y falleció en 1983.

por Silvia Loustau

Mercé Rodoreda nació en 1908 en el barrio de Sant Gervasi de Cassoles, Barcelona. Hija única, su padre era contable, amante de la poesía y a menudo le recitaba poemas cuando era niña. Murió durante la Guerra Civil en un bombardeo, en tanto que su madre vivió hasta 1964.

Escribió poemas, una obra de teatro ya desaparecida y publicó varias novelas. En 1938 publica Alorna, que obtiene el premio Crexells de novela, obra que reescribe y publica de nuevo en 1969. Acabada la Guerra Civil Española escapa de Barcelona, exiliándose por muchos años.

Conoce a Armand Obiols, del "grupo de Sabadell", en el castillo de Roissy. Aunque él está casado y tiene una hija, inician una relación amorosa y se van a vivir a Burdeos y a París. Este es un período agrafo en su vida.

En 1954 se traslada a vivir a Ginebra, trabajando como traductora en la Unesco y vuelve a escribir poemas y cuentos. Cinco años después escribe su primera novela de posguerra, Jardí vora la mar, seguida por La plaça del diamant, Mirall trencat y comienza La mort i la primavera (que quedará inconclusa).

A partir de 1972 comienza a frecuentar Romanyá de la Selva, Gerona, donde pasará sus últimos años. En 1974 se publica Mirall trencat, una de sus novelas más ambiciosas, y en 1978 Semblava de seda i altres contes. En 1980 recibe el Premi d'honor de les lletres catalanes y se publica Quanta, quanta guerra. Fallece en 1983 en Gerona.

Su estilo

Muchos son los elementos que dan cohesión a su producción literaria, tanto en lo que respecta al estilo como en la utilización de ciertos tópicos que se van repitiendo constantemente. En primer lugar, podemos destacar que los personajes más relevantes de sus obras son femeninos, la escritora nos ofrece un abanico amplio y variado de la figura de la mujer, tanto en lo que concierne a la edad como al estatus social, nivel cultura, cuyo único elemento de relación, además de su sexo, es la ubicación en Barcelona.

Todos sus personajes tienen también en común la capacidad de reflexionar sobre ellos mismos y sobre su modo particular de ver el mundo que las rodea. Son frecuentes los planteamientos existenciales como la búsqueda de identidad, la soledad o la libertad, que en ocasiones llegan a provocar incluso la histeria; todo ello siempre desde una perspectiva femenina, marcada por la maternidad, casi siempre conflictiva, cuyo enfoque responde a la idea que, sobre este aspecto, da Julia Kristeva.

Por esa adopción de un punto de vista femenino complejo, y por el rechazo en la reproducción de estereotipos simplificadores su obra literaria da una imagen más cercana de la psiqué de la mujer contemporánea.

Otros subtemas que giran alrededor de la escritura femenina son: las complejas relaciones madre-hija, vistas siempre desde distintos puntos de vista, el jardín, las flores, las relaciones familiares, la figura del tío-marido o la soledad.

Muchos de estos tópicos se convierten en símbolos personales por la fuerte trabazón que mantienen con la propia vida de la escritora y por su aparición repetitiva incluso machacona. Entre dichos símbolos se produce en ocasiones una relación estrecha fácilmente interpretable; es el caso de la pérdida de la infancia a los doce años y la consiguiente pérdida de la felicidad que coincide con la obsesión por la sangre que a menudo lo impregna todo a través del color de ciertas flores y la evocación de recuerdos; junto a ellos, el descubrimiento del mundo y, en consecuencia, la toma de conciencia de falta de libertad. Otro ejemplo podría ser el valor simbólico de los nombres de las mujeres o su relación con símbolos florales, presentes en casi todas sus obras y exentos todos ellos de la candidez e ingenuidad que les atribuye la tradición; por contra, la crueldad, en sus diferentes manifestaciones, es casi omnipresente.

Junto al jardín, otro de los escenarios preferentes en las novelas de Rodoreda es la casa, ambos acabarán convirtiéndose en la imagen de la mujer que los habita y en un reflejo de la evolución de su propia vida; de ahí la importancia del paso del tiempo como un fenómeno en muchas ocasiones degradador que incluso condiciona los recuerdos hasta el punto de llegar a modificar la imagen del pasado.

Esta evolución de los personajes paralela a la casa y al jardín adquiere tal importancia en las novelas que la conciencia del transcurso del tiempo viene proporcionada por los cambios que se producen en esa la realidad exterior más cercana.

Su técnica

Pero la calidad de un escritor no se reconoce por la utilización de ciertos tópicos o la evolución de los mismos en símbolos, que, aunque numerosos en Rodoreda, son siempre limitados. Su reconocimiento como novelista contemporánea viene dado por el dominio de las técnicas narrativas, su capacidad para utilizar distintas posiciones enunciativas incluso dentro de una misma novela y la maestría en el uso de la polifonía en su producción más madura. Estamos ante una escritora en continuo proceso de evolución que comenzó escribiendo cuentos con gran maestría pero no quiso limitarse a las posibilidades sintéticas de este género sino que indagó en las capacidades discursivas de la novela.

Así, comenzó con el uso de la tercera persona en novelas de juventud como Aloma, pero aventurándose en un narrador equisciente que mostrara un conocimiento del mundo limitado e ingenuo, el de su propia protagonista.

En La plaça del Diamant, sin embargo, tenemos una narradora  en primera persona que exhibe en su propio discurso rasgos que la definen y caracterizan; así, a través de un denso monólogo interior, Colometa cuenta su propia vida, pero exhibiendo una total pasividad ante el mundo que la rodea, sin conciencia alguna de responsabilidad o actitud positiva. La impresión que ofrece al lector la incapacidad de controlar y conducir su propia existencia.

Dichas posiciones enunciativas ofrecerían pocas posibilidades a una escritora perfeccionista y con grandes aspiraciones. Por ello probablemente escribiera una novela totalmente realista, con ciertas dosis de naturalismo: Mirall trencat, contada en su totalidad por un narrador omnisciente, fuera del universo de la historia, que, desde una posición ajena a los sucesos, manipula los personajes, las acciones, el tratamiento del tiempo.

La adopción de una técnica tradicional no resta, sin embargo, modernidad a un relato en el cual se encuentran ciertos rasgos estilísticos propios del momento en que fue escrito, como son el perfeccionamiento en el uso del estilo indirecto libre, la multifocalización, el acceso mental de alternancia limitada, la ironía, etc. Rodoreda se apoya en formas literarias instituidas por la escritura masculina que, no obstante, quedan subvertidas al ser utilizadas como instrumentos de transmisión de experiencias femeninas.

En muchas de sus novelas se transmite la sensación de que la historia de la protagonista no tiene un interlocutor definido, con lo que se refuerza el vacío existencial de la narradora-protagonista. Además, es frecuente la narración personal disonante caracterizada porque en el discurso aparecen claramente dos ejes: el que se sitúa cronológicamente en el momento de la enunciación, y el que se apoya estructuralmente en un tiempo pasado, por lo que existe una distancia temporal entre el tiempo de la historia y el tiempo del discurso. La escritora contemporánea indaga, por tanto, en las posibilidades que su palabra ofrece para la expresión de un mundo oculto y percibido como individual y diferente, de ahí el uso frecuente de la corriente de conciencia. Esto la diferencia de la novela escrita por mujeres de épocas anteriores, cuya finalidad básica consistía en que no se percibiera a través de la escritura la condición femenina de la autora y, de este modo, exponer una visión de la realidad ficticia que no difiriera de la ya expuesta.

En casi todas las narradoras contemporáneas se percibe una preocupación por indagar en las diferencias por razón de sexo y por determinar el proceso a partir del cual el individuo se convierte en mujer. De ahí que sea frecuente que los relatos se retrotraigan a la época de pubertad de las protagonistas, dado que la adquisición de la conciencia de la diferencia marca un punto de inflexión en la vida de los personajes femeninos. Al dar la palabra al personaje femenino, la descripción de los hechos difiere de la realizada por los personajes masculinos.

Como otros muchos escritores en el exilio, Rodoreda escribe inspirándose en su tierra, pero desde una observación a distancia que provoca una visión de la realidad a menudo deformada por la selección de recuerdos e idealizada por la añoranza, pero enriquecida por la perspectiva y por las vivencias de otras realidades distintas a las vividas en su espacio propio.