"Rockpolitik", una historia sobre los vínculos entre el rock y el poder
Entrevistas y testimonios de primera mano se entrelazan en este libro de Juan Ignacio Provéndola, un periodista que aporta otra mirada al movimiento del rock nacional.
por Paola Galano
Gesellino, columnista de AM América, licenciado en periodismo, Juan Ignacio Provéndola acaba de publicar por el sello Eudeba "Rockpolitik, 50 años de Rock Nacional y sus Vínculos con el Poder Político Argentino". Se trata de un libro que bucea en esa relación no siempre pacífica entre el poder político y este movimiento musical de rebeldía, que mutó varias veces a lo largo de su historia.
Testimonios, investigación y entrevistas dan forma a este volúmen, que nació como el trabajo de tesis del autor.
Como hallazgo, contiene los informes de inteligencia generados por la Policía Bonaerense sobre el rock nacional a lo largo de cuatro décadas. Podrán leerse en detalle, entre otras, las características de los grupos de rock y sus seguidores.
Además, detalla época por época cómo fueron los puentes comunicantes entre todos los momentos que vivió el rock y los diferentes gobiernos. Desde los `60, los violentos '70, la guerra de Malvinas, la llegada de la democracia con Raúl Alfonsín, el acercamiento con Carlos Menem, la crisis de 2001, Cromañón y el rock barrial, entre otros momentos.
Lejos parecen quedar los tiempos en los que el rock veía al poder como la máxima expresión de su enemigo fundamental: el sistema. Ya en el siglo XXI, el rock nacional parece haber readecuado sus proclamas dentro de las lógicas de la política convencional. Algo que algunos verán como el proceso de una evolución madurativa, y otros como la abdicación a las aspiraciones contraculturales que fueron su razón de ser fundacional, explicó el autor.
- ¿Cómo describirías la relación entre política y rock? Fue siempre del mismo modo o encontrás variaciones dentro de esa relación?
- Fue cambiando como cambió el mundo en este último medio siglo. No nos olvidemos de que el rock surge entre los '50 y '60, tiempos convulsionados a nivel mundial con la Guerra de Vietnam, que significó la primera gran derrota militar de Estados Unidos, los movimientos descolonializadores de África y la aparición de la píldora anticonceptiva como símbolo de la lucha de la mujer por dominar su cuerpo y no ser dominada por el patriarcado. Estos tres ejemplos, por citar solo a algunos, dieron cuenta de que en distintos lugares del planeta bullían en simultáneo ciertas sensibilidades dispuestas a romper un orden impuesto de larga data. En ese contexto aparece el rock como expresión contracultural de cierta juventud occidental que lo inventa por la necesidad de indentificarse con algo nuevo, dado que lo vigente no la convencía. Le parecía vetusto, incompleto o deshonesto. La política, naturalmente, se encontraba en este último grupo y por ende la tensión se volvió natural e inevitable. Pero hoy el rock ya no ve al poder político como un enemigo. El enemigo se corre, es un blanco en movimiento, se vuelve invisible. El desafío del rock actual (y de todo movimiento cultural preciado de tal) es identificarlo y combatirlo. Para no terminar bailando por un sueño... ajeno.
- ¿Cómo llegás a estudiar este tema, cómo nace el libro?
- La investigación empezó siendo mi tema de tesis para recibirme de periodista en la Universidad del Salvador. En simultáneo empezaba a trabajar en el periodismo de rock, primero editando una revista independiente llamada Si Se Calla El Cantor, luego con una pasantía en Clarín. Me resultó natural investigar sobre el tema, que después se convirtió en una obsesión: empecé a escribir en el Suplemento No de Página/12, donde publiqué muchos artículos al respecto. El libro se cerró después de muchos años de recopilación documental, trabajo de archivo y una gran cantidad de entrevistas a sus protagonistas.
- ¿Cuál es, a tu criterio, el momento más interesante de este vínculo?
- Creo que todo el proceso histórico es interesante en sí y por eso ameritaba esta investigación que, con mucha humildad, considero profunda y rigurosa, independientemente de si te guste o no como está escrito. No me preocupé mucho por las formas sino más bien por el fondo, por el objeto de estudio. Pero si tuviera que elegir un momento, elegiría el actual, donde se condensan y sintetizan todas las tensiones que identificaron a este vínculo que no sólo me interesa a mí, sino también a muchos investigadores y académicos. La relación entre el rock y la política es parte de muchos programas de estudio de carreras universitarias vinculadas a las ciencias sociales. Esto nos habla de cierta madurez investigativa, ya que el rock deja de ser visto como un simple tema periodístico para considerarse un fenómeno representativo de nuestra cultura popular.
- ¿El rock empezó como un movimiento contracultural, de contra poder, te parece que lo es en la actualidad?
- Me parece que el rock, por su condición, debe ser contracultural y no cultura oficial. Debe interpelar y cuestionar a lo establecido, porque esa fue su naturaleza. Durante sus primeras tres décadas el rock nacional se desarrolló dentro de ámbitos institucionales adversos, con golpes de Estado y régimenes totalitarios, un escenario que por suerte se modificó en 1983. De modo que, en cierto punto, es saludable que el rock busque canales de conexión con la política, teniendo en cuenta que ésta poco a poco recupera su legimitimidad social en la vida democrática. Para los jóvenes hoy la política no es mala palabra y esta bien que el rock proponga lecturas más concientes y maduras sobre este tiempo histórico que es claramente diferente al de sus inicios.
- ¿Qué momento se abre después de Cromañón?
- Se produce un fenómeno curioso con Cromañón. Por un lado vemos al Estado cerrando lugares y ubicando al rock como un hecho maldito, aunque está más que claro que el poder político fue tan cómplica y culpable de esa tragedia como el rock. Pero a la vez el Estado aparece como benefactor, patrocinando innumerables shows y eventos que celebran y difunden al rock. No me parece mal que los artistas accedan a estas ofertas, teniendo en cuenta la falta de lugares y de posibilidades (sobre todo paras las bandas nuevas), aunque cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿todo vale con tal de hacerse escuchar? En la respuesta está la clave del problema.
- Al poder le interesa estar cerca de los rockeros, de los músicos, ¿por qué?
- Porque eso les permite proyectarse en el electorado joven y gozar de cierta legitimidad social que la política, por su sospechada condición de ambición de poder a cualquier precio, no siempre tiene. De todos modos creo que la política recuperó buena capacidad para interpelar a la juventud y en ese espacio se producen tensiones de representatividad que el libro, humildemente, trata de visualizar y desentramar.
La Capital - Mar del Plata.
