Palazzo, uno de los pioneros de la aviación comercial argentina
El 5 de abril, Vito Palazzo falleció en Mar del Plata. Su vínculo con Saint-Exupéry y los franceses que ayudaron a mejorar las comunicaciones con la Patagonia.
Aunque el suceso pasó algo desapercibido para la comunidad, en abril la aviación comercial argentina vivió una jornada de luto. El domingo 5 dejó de existir Vito Palazzo, uno de los primeros y más recordados pilotos que con su osadía, coraje y entrenamiento ayudó a integrar el inhóspito territorio patagónico a la neurálgica Buenos Aires. En los recordados aviones Late 25 participó del crecimiento de Aeroposta Argentina SA, la subsidiaria de la línea francesa Compaigne Aeropostale Generale (precursora de Air France), con la que también ayudó a vincular Argentina con Chile y Paraguay, por vía aérea.
Sus hazañas permitieron recorrer en pocas horas destinos desconectados por la inexistencia de rutas terrestres en condiciones; época en la que los barcos no contemplaban la entrega de correspondencia para la confección de sus itinerarios de viajes.
Palazzo había nacido el 13 de septiembre de 1909 en San Miguel de Tucumán. Su castellano era intrincado porque en el ámbito familiar se hablaba siciliano. Mientras fue creciendo aprendió oficios varios, como la hojalatería, la peluquería y luego la relojería. Esta tarea la desarrolló con su hermano mayor, Próspero, un eximio piloto.
Justamente, Próspero participó en el vuelo inaugural de la aviación comercial en Argentina, el que llevó a cabo Aeroposta desde General Pacheco a Comodoro Rivadavia. Fue el 1 de noviembre de 1929 en un Late 28, un verdadero "pullman aéreo", con un motor "Hispano Suiza" de 500 HP que desarrollaba una velocidad media de más de 200 kilómetros por hora, piloteado por el francés Jean Mermoz.
Aunque la leyenda dice que el piloto bautismal fue Antoine de Saint-Exupéry, en realidad este famoso escritor participó en uno de los dos vuelos que realmente ocurrieron en esa jornada, el que había salido desde una de las escalas, en Bahía Blanca, en un Late 25, con correspondencia y pasajeros.
A volar
En 1928 Vito Palazzo se hizo piloto. Trabajó en Aeropostal junto a los franceses -entre ellos, el siempre risueño, reservado y reflexivo Saint-Exupéry-. Luego de esta experiencia, Vito Palazzo sería instructor y presidente del aeroclub de Comodoro Rivadavia, donde residió muchos años antes de afincarse en Mar del Plata.
Vito siempre ignoraba riesgos y la posibilidad de accidentes. Sus primeros vuelos los hizo a Santiago del Estero, los valles calchaquíes, Concepción, Salta, Catamarca y Termas de Río Hondo, en su condición de aprendiz. Para tener la constancia de las horas de vuelo iba a la comisaría y firmaba una planilla.
Eran otras épocas, había menos tecnología e información. Para arrancar el motor sin ayuda el avión debía estar amarrado, evitando así que se moviera. No había pronóstico meteorológico, ni pista de aterrizaje; no existían los cataventos, ni la hoja de ruta.
"Había que hacerse baqueano en el aire, observando siempre el terreno y no había que perder de vista algún potrero, o cualquier espacio que podía ser utilizado como aterrizaje de emergencia. Los motores no ofrecían garantías, ya que cuando llegaban a nuestras manos eran materiales gastados y vencidos por el uso", señaló Palazzo en sus memorias.
En sus vuelos de instrucción recuerda las ocasiones en las que llevaba pasajeros para aliviar los costos. El Late 25 era un avión de cuatro plazas, y el piloto iba fuera de la cabina de pasajeros, al descubierto.
Con Saint-Exupéry
Lo conoció en Bahía Blanca. Antoine de Saint-Exupéry era "alto, fornido, saludable, risueño. Hablaba poco castellano y contaba relatos escabrosos. La aviación era su pasión. Compartía mucho tiempo con el gerente de Aeroposta, Rufino Luro Cambaceres. Fue reservado en amoríos y tenía un gran apego a madre", según Palazzo.
Junto a los franceses y otros aviadores de la época, como Domingo Irigoyen, Juan Arfinetti, Ricardo Gross, Leonardo Selvetti, Roberto Semino, Tomás Fernández, Emilio Castro, Palazzo determinó un cambio cualitativo enorme en el desarrollo del sur patagónico.
Los viajes no eran sencillos. Las emanaciones de gas y humo producidas por el aceite de ricino (no había refinamiento en lubricantes) provocaban descomposturas en los pilotos, que debían apelar a su entereza para concluir el viaje. Sin embargo, él siempre lo consiguió.
En 1947, con 38 años, conoció a Lelia Verdinelli, de 16. No sabía que ella lo acompañaría por el resto de sus días, hasta que la luz de la vida se extinguió poco tiempo atrás. Hoy, tanto Lelia como sus dos hijos y cinco nietos lo recuerdan y evocan constantemente, reivindicando una figura trascendente de la aviación comercial argentina.
