La quema de muñecos, una tradición platense
por Hernán Marty
LA PLATA - (Corresponsal) - Desde hace más de medio siglo, la ciudad ha recibido cada nuevo año de una manera que le otorgó una singular característica en esa fecha. Cada 1 de enero y con las primeras horas del año que nace, en cada barrio platense se prenden fuego muñecos que hacen referencia a ?figuras? que de una u otra forma hayan tomado trascendencia durante el año, aunque en algunas ocasiones los momos que se realizan responden a otros motivos.
La ciudad de La Plata fue declarada en el año 2000 como la ?Capital Nacional del Muñeco de Fin de Año?. Esto se produjo luego de que en esa fecha, se cumplieran 5 décadas realizando lo que finalmente se convirtió en una tradición platense, como es la quema de los momos de Año Nuevo.
Todo comenzó a principios de la década del ?50, cuando un grupo de vecinos construyó un ?monumento? a los jugadores del club Defensores de Cambaceres, quienes unos días antes se habían consagrado campeones de la Liga Amateur Platense. La esquina en la que se realizó esta primer quema fue la de 10 y 40, donde la familia Tórtora tuvo la idea de crear el primer gigante que existió en la ciudad y donde aún se sigue con la tradición que marca a fuego a la ciudad de las diagonales.
El auge de los gigantes de papel maché no fue inmediato y le llevó casi dos décadas instalarse en las costumbres del platense, porque no fue sino hasta la década del ?70 que se comenzaron a ver mas seguido y en diferentes esquinas del casco urbano las estructuras que a la postre se incendiarían en cada barrio.
Así, la gente comenzó a construir los muñecos para rendir homenajes a aquéllos que durante el año hubiesen destacado por algún motivo, por lo que entre las primeras réplicas de aquellos días se pude ver a Antonio Ubaldo Ratín (ex jugador de futbol de Gimnasia, Boca y la Selección Argentina), la Momia Blanca (luchador de ?Titanes en el Ring?), Diego Maradona, Oscar ?Ringo? Bonavena (boxeador).
El tiempo pasaba y la tradición de los muñecos se convirtió en parte del paisaje de la ciudad durante los últimos días de cada diciembre, donde se puede ver a los chicos de la comunidad estirando sogas de lado a lado de la calle para pedir colaboración a los transeúntes. Con lo recaudado se compran materiales como madera, clavos, alambre, harina (imprescindible para hacer el papel maché que cubre y da forma al momo), pinturas y obviamente la infaltable pirotecnia, que le da color y ruido a la fiesta.
Con el paso del tiempo y la ayuda de los medios que daban difusión a los mejores muñecos, la costumbre comenzó a tener tintes competitivos entre los diferentes lugares y esto llevó a que la calidad de los productos que terminarían como cenizas fuera subiendo y comenzará a armarse a su alrededor todo una fiesta en la que la música y los espectáculos con fuegos de artificio se volvieron infaltables.
Muchos comenzaban con la decisión y los diseños ya desde agosto, realizando fiestas en los clubes del barrio para recaudar fondos. En algunos casos se importaron telas, en otros se hicieron momos articulados y hasta se hicieron escenas consideradas como ?arte?, que levantaron polémica entre más de un feligrés.
Mas allá de la calidad y la cantidad, la mayor diferencia entre aquellos del pasado y los del presente es la pirotecnia. Antaño los jóvenes compraban clorato de potasio en las farmacias y lo mezclaban con azufre y carbón molido, junto con una medida de azúcar. Luego se rellenaban las tapitas de cerveza y ya estaban listas para explotar. Ahora la posibilidad de dar sonido y color que ofrecen los famosos ?cuetes? y los fuegos de artificio, no puede compararse con la alquimia casera de aquellos tiempos.
De todas formas y a pesar de que durante algún tiempo desde el sillón del intendente (hoy ministro de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos de la Nación) se trató de acabar con la costumbre, los momos incendiados siguen copando el paisaje platense en las últimas jornadas de cada diciembre, para amanecer en la primera de enero convertidos en cenizas.
