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04-04-2010

El pindó, de la familia de las palmeras

En esta nueva edición del especial de flora del sudeste bonaerense, el ingeniero agrónomo Mario Alfredo Galetti y el ingeniero forestal Carlos Esparrach, hacen referencia a una especie de gran valor ornamental.

La biodiversidad de la flora forestal en la provincia de Buenos Aires se jerarquiza con la presencia de especies de gran valor ornamental. El pindó es un exponente cabal como elemento decorativo autóctono que es preciso conocer y admirar para luego cuidar y proteger.

Esta elegante palmera es una de las de mayor dispersión en Argentina y asimismo, de las más cultivadas. Su nombre científico es Arecastrum romanzoffianum, pertenece a la familia de las palmeras. Es una especie diclino monoica o sea flores separadas por sexo pero en el mismo pie.

Su área natural abarca el sur de Brasil, Paraguay, Uruguay y noroeste argentino desde Formosa y Misiones hasta el delta de la Provincia de Buenos Aires. Es relevante destacar que uno de los brazos del río Paraná a la altura de Zárate lleva el nombre de Las Palmas, debido a la presencia de esta especie en el lugar.

Prefiere suelos bien drenados, ligeramente ácidos o neutros. Ricos en nutrientes, en especial hierro y manganeso, y mucho sol. Requiere bastante humedad en época de crecimiento.

Alcanza de 10 a 20 metros de altura cuando crece en lugares más o menos abiertos, cerca de los cursos de ríos o en los bordes de los bosques hidrófilos, pero puede exceder los 25 metros de altura cuando lo hace en el interior de la espesura de la selva.

Posee estípite delgado (tallo cilíndrico) flexible no ramificado con anillos grises. Su diámetro puede alcanzar los 60 cm. Remata en un penacho de hojas pinadas (compuestas con pequeñas hojas llamados folíolos insertados a lo largo de la nervadura principal o caquis) y curvadas. Estas hojas son numerosas en el ápice del estípite, muy grandes de 2 a 4 m de largo. Su color es verde oscuro brillante.

Las hojas son caedizas y se desprenden totalmente del estípite sin dejar restos visibles sobre éste.

La corteza es lisa, grisácea, y ofrece cada tantos anillos más oscuros que el resto.

A medida que la palma crece, las hojas se van desprendiendo paulatinamente, dejando descubierto el estípite, desde la base hasta casi el ápice.

La belleza propia de esta palmera se realza por su gran floración estival, amarillenta, a la que le sigue una gran producción de frutos muy apetecido por la fauna. Estos frutos son drupas (como el durazno), globoso-aovados, amarillo anaranjado, cuyo aspecto recuerda a un dátil, que aloja una sola semilla, aovada, apiculada (termina en puntita no espinosa) en ambos extremos. La pulpa, no abundante, es dulce, fibrosa y algo gomosa, comestible de sabor agradable.

Es frecuente encontrar a la planta con flores y frutos en diverso grado de madurez al mismo tiempo. Esto se debe a una estrategia de la naturaleza para asegurarse la dispersión de la especie en el tiempo.

Se la utiliza en paisajismo para crear ambientes tropicales y exóticos. También es excelente para decorar calles o bulevares. En espacios urbanos se la debe mantener con la humedad adecuada.

El cogollo, al igual que en otra especie como el palmito (Euterpe edulis) y los frutos, son comestibles.