CERRAR

La Capital - Logo

× El País El Mundo La Zona Cultura Tecnología Gastronomía Salud Interés General La Ciudad Deportes Arte y Espectáculos Policiales Cartelera Fotos de Familia Clasificados Fúnebres
22-10-2011

Mujeres con poder: Monserrath Oteguí, bailarina

Con su llegada a Mar del Plata, de pequeña, logró concretar el anhelo que guía su vida: bailar. Pasión, disciplina y mucha voluntad dan vida a una mujer con convicciones.

Aunque nació en Buenos Aires, a los 10 años se mudó a la ciudad junto a su familia: padres, hermano mayor y un mellizo. Se instalaron en la zona de Alem y Alvarado y ella cursó los estudios primarios en la escuela Nuestra Señora del Carmen y el secundario en el Instituto Albert Einstein.

Ya de adolescente, los Oteguí abandonaron Playa Grande para mudarse a Los Acantilados. La vocación de bailarina ya la tenía incorporada, así que al llegar a "la Feliz" ella comenzó en la academia de Beatriz Schraiber, quien fue "mi primera profesora y nunca la abandoné. Mis primeros pasos con la danza están dados con ella", reseña.

Así, de pequeña, inició el camino de la danza y "vivía para eso, casi no tuve vida de adolescente. Tenés que sacrificar un montón de cosas, cuidar los hábitos, es la vida que una elige. Todo el tiempo estás danzando, de alguna manera".

Con su fuerza de voluntad y disciplina, a los 18 hizo la valija y rumbeó hacia La Plata, dónde permaneció durante 6 meses junto a Iñaki Urlezaga, para después encarar hacia Europa.

"Me fui a Francia -especifica-, a Paris, a un curso de perfeccionamiento. Siempre hay estudios paralelos, no es solamente tomar clases, es el vocabulario, la forma cultural". Luego hizo base en Madrid y desde allí "alterné mi trabajo como bailarina en distintas compañías, además de dar clases, y así me fui expandiendo en diferentes disciplinas".

En las compañías, ella era free lance, o sea que "se trabaja por un proyecto. Así que abrí otras vertientes además de la clásica, experimenté con el neo-clásico y la contemporánea, que es un poco hacia donde va ahora la danza", explica.

La experiencia de vivir sola, en el exterior, siendo tan joven fue "un poco de búsqueda interna, también. Buscaba un lugar donde poder bailar como yo sentía la danza. Fui a todos los lugares donde fue posible. En algunos momentos lo encontré, pero es una carrera difícil".

"Cuando sabés lo que querés hacer -añade-, estás plantada en la búsqueda de tus sueños, tratás de hacer todo lo posible para que se cumpla. En el camino hay variantes que son imprevistas. En ese momento tenia muy claro lo que quería, estaba tan decidida, que no sentía nostalgia. Me fue pasando con el tiempo".

Esa búsqueda, dice, a veces la llevó a "aceptar condiciones de trabajo que no eran las óptimas. Vas creciendo y todo pasa más por la valorización y tenés que estar donde estás bien. Hay que hacer desde otro lugar, no trabajar a cualquier costo."

"A veces aquí se cree -señala- que porque pagan en euros o estás en otro país, son mejores las condiciones y no siempre es así".

Eso lo fue comprobando con el tiempo, ya que "como buena vasca, soy idealista. Yo imaginaba las cosas de una determinada manera, pero después la vida es otra cosa", asegura.

América

Otra vez armó sus valijas y del continente europeo pasó a América del Norte, para instalarse en "New York y Charleston, durante un año. Ahí hacía danza netamente clásica y también empezó una buena crisis con la danza", rememora.

Toda su vida estuvo "desde pequeña, abocada a la danza, sin distracciones: cero novio, no salidas. Te levantás bailando, comés bailando, te acostás bailando, es tu respiración. Elegida", aclara.

Esa vida de sacrificio implica "renuncias necesarias. Son búsquedas, me dediqué a esto porque quería encontrar un para qué, que tuviese sentido. No sólo la búsqueda de reconocimiento o éxitos, algo más allá del lugar egoico. No me bastaba con eso, no me completaba tanto show off, ese brillo artificial. Es un ambiente cruel", describe.

Esa crisis, esa búsqueda de que "en el arte tiene que haber algo más. Me planteé dejar de bailar, dedicarme a las letras que me apasiona, porque la pregunta era ¿todo esto para qué?", la llevó a rearmar las valijas -donde cargó también los interrogantes- y volvió a Madrid, para seguir trabajando en Europa.

"Yo quería -cuenta- emprender una tarea más de servicio con la danza, lo que hago ahora con la compañía, que haya más personas involucradas y que ganemos todos. Hacer las cosas desde otro lugar. No quería sentir que fichaba, si me dedica al arte tiene que tener sentido".

En su opinión, el arte "tiene que ver con otras cosas o para plasmar otras ideas. Es una manifestación más amplia del espíritu, de lo que somos y de lo que tenemos adentro para dar".

A pesar de las dudas, de la búsqueda, y de cierta frustración, Mon -como la llaman sus conocidos y amigos- no dejó de bailar. "A veces, a las grandes pasiones no las abandonas nunca. Una quiere dejar las cosas y las cosas ya no la dejan a una. Entonces entendí que no era dejar de bailar, sino dejar de bailar de ese modo".

Mientras elucubraba qué hacer con su vida, le surgió una oferta de trabajo en Mónaco, pero ella decidió regresar a Mar del Plata. "Hice un crack -define- decidí renunciar a esa vida profesional y quedarme en Argentina".

Regreso

Corría 2005 y ella, con 25 años, se instaló nuevamente en Mar del Plata, para comenzar a hacer pequeñas presentaciones hasta que un año después fundó su propia compañía: Monserrath Oteguí.

"La idea -explica- es que quería hacer la danza como siempre la había sentido, con un trato mucho más humano hacia los bailarines, porque me sentí muchas veces dentro de las compañías como un número. No servís y chau, a otra cosa. Y no quería eso, repetir la historia de la frustración y el rigor desde un mal lugar".

Hoy puede decir que desarrolla "un trabajo serio, a conciencia, no mecánico" y continúa con siete bailarines. "Todo lo que gané -detalla- lo puse en la compañía, porque no tenemos subsidios ni nada. La primera idea era la valorización y no hacer nada a costa del otro, ese es el eje fundamental, por eso los bailarines cobran sus funciones, sus viáticos, aunque me gustaría poder pagarles más".

Asimismo, se compara con "el bambú japones, que durante siete años está del mismo tamaño y en tres meses crece 20 metros. Así soy yo", y ya planea para el año que viene abrir la escuela de danzas, dar clases "hacerla sustentable -explica-. Ofrecer la carrera de la danza seriamente".

Seriedad, disciplina, virtud, son conceptos que la bailarina repite en relación a la danza y asegura que "cuando alguien consigue algo sin esfuerzo, envilece el esfuerzo. El arte es sagrado, es una manifestación del espíritu, debería aspirar a hacernos mejores. El arte es un instrumento para que seamos mejores".

En ese sentido, opina que "se desvirtuó el mensaje de para qué hacemos arte. ¿Por mero divertimento? Debería ser lo que nos pase a todos con la vida misma".

A pesar de cierta seriedad dibujada en su rostros, Monserrath está contenta con su regreso a la ciudad. "Lo ves después de muchos años de trabajo -indica-, hay una semilla plantada en cada uno de mis bailarines, es un acto de fe dedicarte a esto. Es una profesión súper difícil, es perfecta, si no sos perfecta no podés hacer danza. Mucha gente buena se queda a mitad de camino, no siempre llegan los mejores".

Acerca de si se considera pasional o racional responde que "pasional 100 por 100. A ver, la racionalidad es un gran instrumento, pero nunca tiene que ser el primer plato. Tiene que estar ahí, si no vas a los tumbos y sos un improvisado y en la vida a veces podés ser improvisado y otras no. Entonces es bueno para pensar, sobre todo para evitar consecuencias, pero después, si no hay todo corazón, me parece que no funciona".