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03-02-2015

Originales historias de letras, palabras y frases

Un nuevo libro sorprende por las historias de las letras, las palabras y algunas frases que empleamos a menudo. Daniel Balmaceda vuelve a la carga con un atractivo libro.

Daniel Balmaceda, periodista y miembro titular y vitalicio de la Sociedad Argentina de Historiadores, acaba de lanzar un nuevo libro, "Historias de letras, palabras y frases", de editorial Sudamericana. Se trata de un libro más que ameno, que se convierte en una especie de continuidad de "Historia de las palabras".

Entre los más de sesenta capítulos hay datos para el asombro. Se descubre que septiembre fue una hora, que los primeros baqueteados fueron los soldados, que muchos salían a cantar para recibir el aguinaldo, que a Julio César lo mataron en la Torre Argentina, que el dial estaba en los relojes y que la I latina en realidad era griega.

"Creemos que conocer la vida de cada palabra -refiere Balmaceda- nos acercará a su esencia y estaremos en condiciones de comunicar con mayor profundidad".

Vayan entonces algunos ejemplos de lo que puede encontrarse en "Historias de letras, palabras y frases".

NI MUY MUY, NI TAN TAN

El Emperador Julio César fue apuñalado en la Torre Argentina de Roma, la antigua capital del mundo. ¿Pero cómo es esto? Además de pontífices, reinas, cracks, directores de orquesta, premios Nobel, bailarines y las huellas digitales, ¿también estábamos en el centro del centro del mundo antes de existir? No. En este caso, el Largo di Torre Argentina se construyó en 1503 y recientes excavaciones arqueológicas permitieron determinar que ese había sido el lugar preciso donde ocurrió el atentado al emperador.

En ese sitio montó luego su palacio el obispo Giovanni Burcardo, oriundo de Estrasburgo, ciudad que en el siglo XVI se llamaba Argentoratum. A la torre que construyó junto a su casa se la denominó Torre Argentina, así que tachemos este episodio en el cuaderno de los sucesos argentinos criollos.

Tampoco tuvo un final feliz Ramsés III. El faraón egipcio fue víctima de una conspiración en 1153 a C., que terminó con sus días. Los estudiosos han determinado que fue degollado. Parece que en este tema la Argentina no tuvo nada que ver. Por ahora. Dejemos una puerta abierta para las futuras investigaciones.

Vamos a poner el foco en los atentados. Ambos se llevaron a cabo con armas blancas, pero en el caso de César fue perforado, mientras que Ramsés fue cortado. Esas son las cualidades de este tipo de armas: pueden ser utilizadas de punta, tanto para pinchar como para perforar. O puede emplearse el filo, para cortar y amputar un miembro. Eso sí: para que cumpliera su función, el propietario del arma debía mantenerla en buen estado. No fuera cosa que un día tuviera que hacer uso y no sirviera. O, lo que es lo mismo, qué inútil era tener una de estas armas si no pinchaba ni cortaba. Por eso, cuando decimos que alguien "ni pincha ni corta" en un asunto, no estábamos hablando de una cuchara. Julio César y Ramsés III pueden dar fe.

En el mismo sentido de "ni una cosa ni la otra" usamos la frase "Ni chicha ni limonada". En este caso, tenemos dos refrescos. Por un lado, la chicha, que proviene de la fermentación de maíz y tiene alto contenido de alcohol. Por el otro, la limonada, bebida de sencilla concepción y que toman hasta los chicos.

Ni fu ni fa, en cambio, parte de "hacer fu", es decir, imitar el bufido del gato. Hacer fu era mostrarse enojado, furioso. Decir fu era una forma de expresar desprecio "ni fu ni fa" surgió a comienzos del siglo XX y el fa a solas no significa nada, es apenas una contraposición al fu. Fa vendría a ser la limonada de esta frase.

LA I GRIEGA

La irrupción de la J en el mundo de las letras no logró resolver la cuestión de la I vocal y consonante a la vez. Seguían surgiendo confusiones, usos equivocados y opiniones encontradas. ¿Cómo era posible que el símbolo más chico generara tanto problema? Porque, es importante aclararlo, la iota era el símbolo más pequeño del alfabeto griego. Tanto, que se convirtió en sinónimo de pequeño. En 1630, los ingleses decían iota al referirse a una "suma muy pequeña". Por aquel tiempo, en Alemania la expresión "Nicht ein jota" equivalía a "Ni la más mínima". Ahí se encuentra la explicación de la frase "No saber ni jota". El que no sabe ni jota sobre determinado tema es ignorante en dicho conocimiento.

Para conocer cómo se encontró la solución definitiva al inconveniente que planteaba la I, debemos trasladarnos al mundo de los fenicios. Ellos tenían una consonante denominada Waw que sonaba como una V y cuyo dibujo representaba un martillo. Es decir que debajo de la V tenía una línea vertical,que vendría a ser el mango del martillo (Y). En tiempo de los fenicios la parte de arriba era más circular y menos angular (como una U). Los griegos (que la llamaron úpsilon o ípsilon) hicieron que la parte de arriba de la letra se pareciera más una V que a una U. Pero luego los etruscos le quitaron la parte de abajo. Por lo tanto, cuando el alfabeto llegó al tiempo de los romanos, había dejado de ser una Y; simplemente, era una V.

Esto les acarreó más de un problema. Por un lado, en determinados casos los romanos necesitaban la ípsilon para escribir algunas palabras griegas. Entonces, optaron por recuperar la letra que, por haberla traído del alfabeto griego, se denominó I griega. El otro tema a resolver fue que la V que les había llegado de los etruscos también tenía usos como vocal y como consonante (algo ya hemos comentado sobre este asunto). En un principio, solía usarse más el dibujo de la V que el de la U, pero era posible ver escrita la palabra causa y también cavsa. Paso a paso, cada signo fue definiéndose hasta que el hugonote Petrus Ramus impulsó la diferenciación entre ambas, al igual que lo había hecho con la I y la J. Su prédica fue tomada por las imprentas que le dieron un lugar específico a cada letra. Pasaron más de 150 años y en 1726 la Real Academia Española estableció, entre muchas otras cuestiones -por ejemplo, la eliminación de la cedilla de la C-, que la V (también llamada uve) se usara para las consonantes y la U para las vocales.

¿Y el tema de la iota que también era ambigua? Ese asunto lo resolvió en 1815, cuando estableció que la vocal sería la I, mientras que Y se convertiría en la consonante. Con la excepción de los finales de palabra, junto con otra vocal. En esos casos -hay, rey, doy, muy-, la ípsilon de los griegos volvería a sonar como vocal. Así se mantiene hasta... hoy.

HABLAR POR BOCA DE GANSO

Los estudiosos de frases y refranes aún no se han puesto de acuerdo respecto del origen de "hablar por boca de ganso". Es una fórmula que suele usarse para decir que alguien está repitiendo un argumento sin conocerlo en profundidad. La opción menos aceptada tiene que ver con la escritura. Antes de las lapiceras, las plumas eran el instrumento de escritura. Las de ganso se contaban entre las más exquisitas. En este caso, hablar por boca de ganso habría significado: repetir algo que fue escrito por una autoridad.

Otra acepción, no tan resistida por los especialistas, se relaciona con la multiplicación de graznidos. Un ganso grazna y el resto lo imita, originándose un coro de chirridos. En este caso, bastaría que un ganso soltara el graznido para que todos se sumen con el mismo mensaje. Más allá de que la Naturaleza es mucho más sabia y que seguramente esa conducta tendrá un motivo (tal vez sea una actitud de defensa), queda claro por qué los que imitan al iniciador son los que hablan por boca de ganso.

Por último, la versión más aceptada es la siguiente: en los siglo XVII y XVIII, los maestros en Europa eran conocidos con el apodo de "gansos". Eso se debía a que solía vérselos en la calle caminando detrás del grupo de niños, como si estuvieran arreándolos para no perder a ninguno en el camino. Ese estilo imitaba al del ganso adulto que siempre camina detrás de la cría. Los maestros, ayos y preceptores pasaron a ser gansos y el alumno que repetía lo que decía el maestro, probablemente sin entender lo que estaba diciendo, fue señalado como aquel que hablaba por boca de ganso.

LA MAR EN COCHE

Ya contamos que la vocal básica, la que un recién nacido podría repetir sin dificultad, es la primera, la A. En cuanto a consonantes, la B también integra el grupo de las sencillas (justamente, balbucear es una forma torpe de hablar), como la P y la M que, combinada con la vocal básica, dio origen al ma-ma que era el llamado de los niños a la madre para ser alimentados. Esto significa que fueron los hijos, a través de sus balbuceos, quienes originaron la palabra "mamá" y, por extensión, "mamar".

En cambio, cuando el niño tiene imposibilidad física de hablar, emite el sonido que es el que nos permite la boca cerrada: mu. De allí surgió la palabra "mudo". también se replica la idea en la frase "No dijo ni mu", que quiere decir que no pudo emitir ni el sonido que reproduce un mudo.

Esta consonante tan particular tiene un origen digno de contar. O de imaginar. Comenzó siendo un jeroglífico, más parecido a la "m" clásica minúscula que se dibujaba con tres montañitas en nuestros primerísimos libros de lectura. Aunque en realidad, más que montañitas eran olas. Porque el jeroglífico simbolizaba el mar.

La relación entre la M y las aguas es una constante en el vocabulario. Eso se advierte no solo en la voz latina mare, que dio mar en español y mer en francés, sino también a partir de los sonidos. Ese retumbe incesante del mar se asemeja a la repetición de la M. En un principio, la palabra "murmurar" expresaba el sonido de la corriente de las aguas. Y el mar en sí fue una nutrida fuente para las lenguas del mundo.

Veamos algunas: mareo son las molestias que ocasiona el movimiento de la embarcación en el mar. Marisco es proveniente del mar. Aunque no es de manera directa, la mer francesa se advierte en sumergir e inmersión. También el mar está presente en Miriam y su correspondiente María (ambos nombres significan "estrella de mar". Para finalizar, contamos que marinar era, específicamente, tratar a un pescado con hierbas, especias y vinos, para que se conserve, como si estuviera en el mar; y que un maremágnum (abundancia, grandeza, confusión) fue palabra provista por los latinos del Mediterráneo, al cual llamamos mare mágnim, es decir, mar grande.

Existe una frase que también se relaciona con el Mediterráneo y comenzó a escucharse en las primeras décadas del siglo XX. En aquel tiempo, tener la posibilidad de pasar una temporada en las playas era un lujo reservado para muy pocos. Más aun, había que disponer de un automóvil en que trasladarse, ya que se trataba de un medio de transporte costoso y requería, además del chofer, un mantenimiento que estaba fuera del alcance de las masas. Ahí surgió la expresión "Ir a la mar en coche" que aún se mantiene, abreviada -"la mar en coche"-, como símbolo de lujo y excesos.

CUENTOS DEL TIO

En el duro siglo XVI era costumbre preservar el cuero, una vez que el felino domesticado muriera. Entre las posibles utilidades figuraba tenerlo como bolsa para guardar monedas. Ese fue el motivo por el cual se llamó gato tanto al talego (saco para llevar dinero) como a las monedas. Pero también recibió el mismo apodo el ladrón de talegos. Por lo tanto, en el siglo XVI, ya andaban diciéndose "gato". Esta explicación nos ayudará a comprender el significado de una clásica frase: "Aquí hay gato encerrado" Se usaba para dar a entender que uno sospechaba de que algo valioso estaba ocultándose.

Sigamos hablando del gato, pero vivido. Aquellos que tuvieron o tienen este tipo de mascotas saben que el animalito logra lo que quiere mediante gestos y maullidos que repite hasta conseguir su objetivo. Ese talento para obtener lo que desea se trasladó a nuestra lengua. Engatusar significa "ganar la voluntad de alguien con halagos para conseguir algo". La realidad es que se engatusaba aún antes de que existiera el término. El oficio de engañar a un sujeto para apropiarse de lo suyo compite entre los más antiguos de la historia universal y de la prehistoria también. En particular, la estafa es una forma de delinquir en la que el ladrón busca que la víctima se crea más inteligente que él. El estafador se aprovecha de los que quieren aprovecharse de su supuesta ignorancia. Staffa es un vocablo italiano y define al estribo. Staffare quiere decir "sacar el pie del estribo". El estafado es aquel que ha perdido el estribo (en este caso, porque se lo han quitado por engaño). En la España musulmana se acuñó una frase de características similares: "Prometer el oro y el moro". Por empezar, debemos hablar del oro y del moro. Como explica José Luis García Remito en A buen entendedor..., los moros pagaban mayores impuestos y esto beneficiaba a los feudos de la península ibérica. Por lo tanto, la presencia de moros significaba mayor cantidad de oro recaudado. Contar con el oro y el moro era garantía de ganancia eterna. En forma figurativa, se decía que el engañador prometía oro y moro para atrapar al incauto (el que no tiene cautela).

En Buenos Aires se ha vendido de todo. ¿Será verdad que algunos chacareros compraron semillas de alambre de púa en 1880? Nosotros creemos que hay gente que a veces puede pecar de ingenua, pero no tanto. Sin embargo, nos permitimos pensar que pudo haber demanda para la compra de buzones de correspondencia. Un inolvidable amigo, Alberto Thaler, se dedicó a estudiar los "cuentos del tío", es decir, las estafas clásicas de la historia porteña. Se decía "del tío" porque en muchos casos se invocaba un supuesto tío, a veces millonario, a veces menesteroso, pero siempre necesario para fortalecer el engaño. Según Thaler, la primera venta de un buzón se dio en setiembre de 1928. ¿Cómo funcionaba el engaño? El delincuente se paraba junto a un buzón varias horas. Sus compinches aparecían de vez en cuando con una carta que le entregaban, además de pagarle un dinero. La víctima, vencida por la curiosidad, le preguntaba qué hacía y el hombre respondía que era el dueño del buzón y estaba recaudando el franqueo que pagan los remitentes. Luego de establecer una relación de confianza, el delincuente le confesaba que debía vender el buzón porque necesitaba viajar para visitar a un pariente gravemente enfermo. La víctima entendía que era su oportunidad y se ofrecía a comprarlo. Una vez resuelta la operación, el vendedor desaparecía, mientras que el comprador intentaba cobrarles a los que depositaban cartas. Así funcionaba el sistema que derivó en la frase "vender buzones".

En cuanto a las cartas, también hubo una clásica artimaña en la segunda mitad del siglo XIX. Una mujer, acompañada de dos niños andrajosos, llegaba a la casa de la víctima y llorando le entregaba una carta que, supuestamente, había sido escrita por un vecino o amigo del incauto. El hombre, tomado por sorpresa, se convencía de que conocía al remitente. Además, figuraban nombres de personas que supuestamente habían ayudado a la mujer. Como no quería quedar mal parado, el caballero entregaba una suma de dinero a la estafadora que, una vez finalizada la operación, se dirigía con los chicos a otra casa para repetir la maniobra.

Este sistema de recaudación fue conocido como "llorar la carta", frase que aún se emplea para referirse a aquellos que pretenden dar lástima.

DOS PAJAROS DE UN CAÑAZO

Además del cachetazo, el porrazo, el arañazo, el topetazo, el trompazo y el puñetazo, tenemos el cañazo. Si bien parece ser un golpe dado con una caña -de hecho lo es y el diccionario da esa acepción como la principal-, tiene sus matices.

Fernando de Magallanes no logró su objetivo de dar la vuelta al mundo en 1521 por culpa de un cañazo. En Filipinas, cuando le faltaba poco más de un cuarto del trayecto para completar la circunnavegación, recibió un cañazo en la frente que lo tumbó por siempre. ¿Qué era el cañazo en el siglo XVI? Un lanzazo.

Incluso el dicho "Matar dos pájaros de un tiro" tenía otro correspondiente, que era "Matar dos pájaros de un cañazo". Para nosotros, la idea de tiro es la de un arma de fuego. Sin embargo, la frase precedió al tiempo de ese tipo de armamento.

En el Virreinato del Río de la Plata era usual el juego de cañas en los días de fiesta. Fue una tradición importada de España que, a su vez, la tomó de los árabes. En la contienda participaban equipos de seis a ocho hombres que lanzaban cañas al que le tocaba atravesar cabalgando un pasadizo, tratando de esquivar los lanzazos. En la edad media, los competidores se protegían con adargas (los escudos más maleables), pero en nuestras pampas se protegían con el brazo.

El juego de cañas no fue la única costumbre proveniente de la metrópoli. También copiamos la carrera de baquetas, pero no era precisamente un juego sino un castigo. La baqueta era la vara de hierro que se insertaba en el arcabuz y otras primitivas armas de fuego con el fin de empujar la carga hacia el fondo del caño. Para cumplir su función, en la punta tenía una bolita metálica. La misma palabra se usaba para definir a los palos que percutían los tambores en el campo de batalla y los desfiles. Y había un tercer uso, que es el que nos interesa, al que los franceses llamaron passer por les baguettes (pasar por las baguetas) y entre nosotros se denominó carrera de baquetas. Carrera, en el sentido de recorrido.

Era habitual que se aplicara a los desertores. San Martín incorporó este castigo en su reglamento de conducta del Ejército Libertador. Y Gregorio Aráoz de Lamadrid, uno de los jefes de la Guerra de la Independencia, lo aplicó a soldados desertores. Consistía en hacer que los castigados pasaran desnudos entre dos filas de soldados que les pegaban con las baquetas. En el caso de Lamadrid, optó por no dejarlos desnudos: los vistió de mujer.

Es de imaginar cómo quedaban los reos luego de la carrera de baquetas. Del aspecto que presentaban después del castigo proviene la palabra baqueteados, que aún se usa, en el sentido de deteriorados.

Antes de terminar, regresemos a las cañas. Dijimos que la frase popular era "Matar dos pájaros de un cañazo". La idea parte de la utilización de las cañas para cazar aves. Y allí surgió otra expresión muy conocida. En España solía decirse "Ave de paso, cañazo". Pregonaba un concepto poco hospitalario, el de aprovecharse del extraño que acudía en forma esporádica a un pueblo. Algo así como un turista que recibía un trato desventajoso por parte de los locales. En este caso, el viajero era el ave de paso y el comerciante local, el que lanzaba el cañazo.

Con el tiempo, la frase se redujo y también perdió su sentido de engaño. Quedó en "de paso, cañazo" (ya la usábamos de esta manera en la Argentina, en 1910), pero haciendo hincapié en el "de paso", como si fuera "ya que estamos". El ave, las lanzas y el ventajismo se diluyeron en el camino.

LA PRIMERA CHOLULA

El cine contribuyó a radicar el fanatismo por los actores de Hollywood. La veneración de los astros del cine mundial en los años 30 se extendió a las figuras del ámbito local. Los artistas de nuestro medio, tanto del cine como de los radioteatros, tuvieron su corte de admiradoras. A la salida de la radio se reunían decenas de personas que deseaban ver en vivo a las estrellas. Una vez, al retirarse de una emisora, Carlos Gardel se confundió en abrazos con sus fanáticos y al rato gritó: "¡Eh! ¡Me robaron la billetera!". Por supuesto esas eran excepciones, al menos en ese tiempo.

La pasión por los artistas encontró una nueva escala con los cazadores de autógrafos. Eran jóvenes -mujeres en su inmensa mayoría- que coleccionaban las firmas de los famosos. No eran seguidoras de un artista en particular, sino de todos. Además, conocían vida y obra de cada uno. Los esperaban afuera de las radios o los teatros y los abordaban para conseguir ese objeto preciado, el autógrafo.

En este grupo figuró Adela Montes. Hija de un taxista y una empleada doméstica, vivía en un conventillo de French y Larrea (barrio de Recoleta) y trabajaba en una fábrica por la mañana. A la tarde, junto con varias amigas se paraba en la puerta de Radio Splendid, ubicada a pocas cuadras de su casa, para aumentar su colección de firmas. Tiempo después, el 21 de setiembre de 1946, en un banco de Plaza Francia. Adelita y sus colegas resolvieron crear el Club de Cazadoras de Autógrafos (CADA). Se trataba de una institución informal, pero contaba con reglas que debían ser respetadas por las socias, como no molestar a los artistas en sus casas.

Existía otro grupo venerado, aunque en este caso las cazadoras de autógrafos no tenían nada que ver con él. Nos referimos a los deportistas. El fútbol, el box y el automovilismo, principalmente, contaban con entusiastas que adoraban a sus ídolos. Nuestra historia se va un rato con ellos; ya que, entre las múltiples revistas deportivas, surgió en 1956 La Nueva Cancha (en realidad, continuadora de La Cancha), que fue dirigida por el catalán Mariano de la Torre. En las páginas de aquella publicación apareció una tira que se titulaba "Cholula, loca por los cracks". Fue una creación de De la Torre, junto con el dibujante Oscar Lotta (padre del homónimo que fue fundador de Satiricón y Humor). El personaje era una fundamentalista del deporte. A pesar de la calidad y el talento de la dupla creativa, Cholula no se volvió popular. Pero tendría la revancha dos años después, cuando De la Torre fundó la revista Canal TV. En esta nueva vida, Cholula pasaba a ser "loca por los astros" y su dibujante sería Toño Galo. Muchos aseguran que Gallo se inspiró en Adelita Montes para dibujar a su fanática.

La revista fue un éxito. Alcanzó ventas semanales de trescientos mil ejemplares. Una de las razones de su popularidad se explica en la propia difusión en el mismísimo medio que retrataba. Porque la revista Canal TV tuvo un programa de televisión el mismo año de su lanzamiento: Cierre de Edición, conducido por Danta de Palos (seudónimo de Mariano de la Torre), con un segmento dedicado a Cholula, quien terminó dando origen a las palabras cholulo, cholula, cholulismo y cholulear.