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30-06-2015

"La concentración de la comunicación ya no es sólo multimedios?

"La concentración ya no es sólo multimedios, sino que está protagonizada por grupos económicos que desbordan las actividades mediáticas y tienen intereses en las redes digitales y también en otras áreas como los mercados financieros", asegura Martín Becerra, autor del libro "De la concentración a la convergencia. Política de medios en Argentina y América Latina"

En "De la concentración a la convergencia. Política de medios en Argentina y América latina", el especialista en comunicación Martín Becerra expone las mutaciones político-ideológicas y técnicas en las operaciones de producir, procesar y distribuir la información, tanto en el orden público como privado, y los nuevos modos de recepción de la misma que caracteriza al sistema de medios en la actualidad de la región, haciendo trabajar en ese sistema al principal actor contemporáneo, las redes sociales impulsadas por el uso masivo de internet.

El libro, publicado por la editorial Paidós, no ahorra elogios, tampoco críticas, y pone el acento en la diversificación a otros campos de la economía de los grupos más concentrados, afectados por cierta legislación y por la relativa democratización que promueve la tecnología.

-¿Cómo entender, en el contexto actual, el título del libro: de la concentración a la convergencia?

-La estructura de los sistemas de medios en América latina, y en la Argentina en particular, viene siendo fuertemente concentrada en pocos grupos, en general con una conformación multimedios. Sin embargo, en los últimos años esa concentración fue sacudida por una fuerza disruptiva que es la convergencia entre medios, telecomunicaciones e internet. La concentración ya no es sólo multimedios, sino que está protagonizada por grupos económicos que desbordan las actividades mediáticas y tienen intereses en las redes digitales y también en otras áreas como los mercados financieros. Se trata de grupos con enorme presencia como propietarios y operadores de redes de transportes de contenidos y, en algunos casos, como intermediarios a escala global. Por eso el título vincula los procesos de concentración y de convergencia, porque entre ambos surge la caracterización de la estructura del sistema de medios en la actualidad.

-En América latina (en el mundo en general), la concentración o la convergencia de medios ¿implican también la mutación en la recepción de esos medios por parte de los consumidores? Si es así, ¿cómo sería esa dinámica?

-Sí, por supuesto. La convergencia no es un fenómeno tecnológico exclusivamente. En el libro se analiza la convergencia a partir de la multiplicidad de procesos y actores que encaran la transformación actual de las formas de producir, procesar, almacenar, distribuir, usar y consumir información y comunicación. La convergencia alude a cambios en las formas de uso y consumo de la información y el entretenimiento, es decir a cambios culturales profundos, desde luego, y también a cambios regulatorios legales y a cambios económicos.

Pluralidad del sistema

-¿Cómo pensar a los medios públicos en un mundo donde la comunicación se ha diversificado y donde juegan muchos más actores, incluso privados? ¿Cómo pensar una política de subsidios al respecto?

- En la Argentina no existen los medios públicos. Históricamente hay medios estatales, con fuerte impronta gubernamental. La ley audiovisual pretendió también ser transformadora en este aspecto, al disponer que son objetivos de los medios gestionados por el Estado el sostener una programación plural en lo político, en lo cultural, en lo social. Pues bien, esos objetivos están lejos de ser respetados. Ahora bien, simultáneamente a su gubernamentalización, los medios estatales han ganado protagonismo, importancia y calidad en su programación. Los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner fueron, al respecto, activos y transgresores, no sólo en el uso proselitista de los contenidos informativos y políticos, sino también al crear muchas señales audiovisuales como Paka Paka, Incaa TV o DeporTV. En cuanto a su lógica de gestión, el Estado opera medios audiovisuales con lógicas económicas mixtas que combinan el aporte del erario público directo (vía presupuesto) e indirecto (vía concursos, publicidad oficial, aportes de organismos descentralizados) con la recaudación de publicidad privada y con la mercantilización de productos y espacios. En muchos casos, los medios estatales tercerizan parte de su programación, incluso en horarios centrales, y registran formas de alquiler y subalquiler de espacios. Una de las recurrentes contestaciones en defensa del statu quo de los medios gubernamentales, no sólo en el país sino en muchos otros países de la región, alude a una suerte de pluralidad de sistema, que consistiría en el cómputo de la cantidad de emprendimientos distintos, con posiciones políticas opuestas, que coexisten en un mismo sistema de medios, en el mismo país. Esta pluralidad de sistema, que la literatura advierte que no se corresponde con el pluralismo, registra la cantidad de agentes que forman parte del sistema de medios en un país sin estudiar la muy desigual capacidad de interpelación a la sociedad que tienen esos agentes en virtud de la estructura concentrada de ese sistema.

-La llamada hipermodernidad, dicen sus teóricos, se caracterizaría por fusionar la publicidad, la estética, el diseño, la emisión y los contenidos, alcanzando un grado de autonomía que, sospecho, habría que discutir. ¿Cuál es tu opinión?

-Creo que no existe tal autonomía y que esa fusión, que efectivamente existe como proceso histórico por lo menos desde fines del siglo XIX, es decir, desde la industrialización plena de la prensa, estimuló durante décadas una ideología de la objetividad que todos los estudios empíricos sobre el sistema de medios realizados durante el siglo XX y lo que llevamos de siglo XXI desmienten categóricamente. Hay intereses, hay líneas editoriales, no hay neutralidad ni objetividad. Por supuesto, eso no me conduce a defender la versión opuesta que afirma, sin tener un solo estudio que lo demuestre, que los medios manipulan la conciencia de sus públicos, como si estos fueran estúpidos culturales. Pero discutir la prenoción de la manipulación mediática tampoco supone, a la inversa, considerar que las industrias mediáticas sean inocuas en el troquelado de la agenda pública.